10 may 2007

Conciencia moral y existencia de Dios .



Lo esencial de la naturaleza humana -lo que determina a cualquier hombre como tal- es definido y estable; por esto, también su ley básica también lo es.

La ley natural está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres, porque es la razón humana la que ordena hacer el bien y prohibe pecar... Pero esta prescripción de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuese la voz y el intérprete de una razón más alta a la que nuestro espíritu y nuestra libertad deben estar sometidos (León XIII, Enc. Libertas præstantissimum)

El término conciencia moral, en su uso corriente, puede, a veces, intercambiarse con el de sujeto moral o persona. Esto concuerda con los modos de expresión de la tradición bíblica y patrística, que ha mantenido una visión unitaria, global e integradora de la persona(1). Así puede verse, por ejemplo, en el uso de la palabra corazón para designar el núcleo de la vida biológica y del siquismo, y, también, al mismo sujeto -con todas sus concepciones, ideales, sentimientos y acciones-(2).

Más específicamente, por conciencia moral entendemos el juicio de la razón por el que nos damos cuenta de la cualidad moral de nuestros actos. La conciencia moral comprende la percepción de los principios de moralidad (sindéresis), su aplicación concreta mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes y, en fin, el juicio formado acerca de los actos mismos.(3)

Disponemos, pues, de unas normas o pautas de conciencia, que nos definen, en rasgos generales, el comportamiento conveniente, acorde con nuestra naturaleza. Normas de este tipo son, por ejemplo, el adagio haz el bien y evita el mal, o -lo que es lo mismo- que cada cual debe actuar de manera genuinamente humana y procurar su realización. Estas fórmulas, que conciernen a toda persona como tal, trascienden las particularidades -son analíticas y universales-. A partir de estas normas, pueden deducirse otras, también universales, referentes a las distintas dimensiones de la vida humana, v.gr., ser "racional" o "humano" en el desempeño de la sexualidad (ser casto), en la administración de la vida terrena o en la distribución de los bienes (ser justo), o que uno debe ser sincero y veraz, no ser cruel, etc.

Las normas prácticas y efectivas que determinan el comportamiento virtuoso, en términos tales como castidad, justicia, fidelidad y sinceridad dependen mucho de la experiencia de la realidad global -de la vida humana-. Su concreta determinación sólo puede ser hecha a través de un proceso valorativo, sopesando diversos elementos, de acuerdo a las exigencias. Las posiciones asumidas y los juicios formulados -y, por tanto, las normas deducidas- estarán así ajustadas a la realidad concreta(4). Anuque la aplicación de la ley natural varíe, ésta subsiste bajo el flujo de ideas y costumbres y sostiene su progreso(5).

La ley natural -presente en la conciencia- se funda en los componentes esenciales de la persona humana -y, más profundamente, en Dios, que la conforma-. Lo esencial de la naturaleza humana -lo que determina a cualquier hombre como tal- es definido y estable; por esto, también su ley básica también lo es.(6)

A partir de lo percibido del exterior, formamos una imagen de la realidad presente fuera. De igual manera, a partir de los sentimientos de aprobación y confianza, o de reprobación y dolor, que siguen a nuestras acciones buenas o malas, configuramos la imagen de un legislador que está por sobre nuestros arbitrios. "La conciencia se extiende hacia algo que la trasciende, y puede entrever borrosamente una sanción más alta que ella misma en sus decisiones, como se ve por el agudo sentido de obligación y responsabilidad que las informa"(7). Esta aprehensión aparece de modo muy natural, es viva, y está a la base de la religiosidad.

Sea cual sea el influjo familiar y social en la génesis de esta concepción íntima, lo cierto es que, cuando, siendo aun niños, ya nos mostramos capaces de actos deliberados, al mismo tiempo, dominamos y nos hemos apropiado de ciertos parámetros básicos de juicio comportamental. Así, estos parámetros se muestran muy afines -si no connaturales- con la actuación personal temprana.

Un niño de edad preescolar -con influencias favorecedoras de su instinto religioso- entiende que hay cosas y acciones buenas o malas -aunque sin que pueda explicar, propiamente, por qué lo son-. En el dictamen de su conciencia -sin un razonamiento analógico- puede percibir algo así como el eco de la voz de un gobernador moral -que está sobre él, que lo conoce todo, que es justo- a quien da cuenta de sus actos, aunque no pueda verle. Tiene, en fin, la impresión de un Ser invisible, benévolo, providente, en relación inmediata e íntima. Los niños aprehenden fácil, y cuasi-espontáneamente, las verdades religiosas.

Esta concepción interior es la imagen de Uno que es bueno porque manda lo que es justo y bueno. El niño adhiere su juicio y sentido moral a Él y se enciende en sentimientos de gratitud y de amor.

Los diversos elementos de la ley moral -la verdad, la pureza, la justicia, la bondad-, de por sí, son atrayentes; son aspectos de la misma bondad. El niño es sensible hacia todas estas virtudes y se mueve, por ello, a amar al legislador. No tiene dificultad en concebirlas como algo indivisible, en una misma personalidad. La idea de una perfección que abarque todas las excelencias posibles es connatural a nuestra mente.

Es posible constatar, que alguno que otro niño posee la concepción -aunque sea de manera muy rudimentaria- del Dios bueno. Esta imagen precede a toda reflexión y a todo reconocimiento de su carácter nocional. Aunque el niño no pueda definir o explicar el significado de la palabra Dios, muestra, en su misma vida, cuanto implica para él. Es cierto que tiene un sentido borroso de lo que oye acerca de personas y cosas, y escucha con interés fábulas e historias; pero, en conciencia, vibra, confiere un significado profundo y responde a las primeras enseñanzas acerca de la voluntad y providencia divinas.

La imagen y aprehensión de Dios es susceptible de profundizarse y completarse -o, por el contrario, de debilitarse- en el decurso de la vida, bajo los influjos externos e internos -por las varias experiencias en el trato social, la educación...-

Gracias a esta conciencia religiosa podemos obtener, a partir de materiales aparentemente menos aptos, una visión de Dios más consistente y luminosa que la forjada de modo meramente nocional y no vivencial.

El conocimiento teórico se funda en nociones; la conciencia religiosa, en vivencias. La adhesión más perfecta a las verdades teológicas proviene de este hábito de religión personal. El credo dogmático se armoniza con la devoción religiosa. En conciencia, pues, con conocimiento y afecto, nos mantenemos en comunión con Dios, lo descubrimos presente en nosotros, en los demás, y en todo, vivimos en su intimidad, le contemplamos constantemente y adoramos.(8)

Con San Agustín, cada uno de nosotros puede afirmar: "encuentro a Dios en mi corazón" -ad ipsius animi mei sedem-; "inmanente y trascendente" -in te, supra me-; "más íntimo que mi misma intimidad y superior a lo sumo mio" -Tu autem eras interior intimo meo, et superior summo meo-; "he aquí su morada, está allí en donde se aprecia la verdad: en el fondo del corazón" -intimus cordi est-.(9)


Octavio A. Rodríguez
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Referencias
1. cf. MIRANDA, VICENTE, "El tema de la conciencia en la reflexión moral de nuestros días", en Moralia, Instituto Superior de Ciencias morales, Madrid, Vol. 19, No. 4, 1996, p. 375-376.
2. cf. PIO XII, Carta Encíclica Haurietis aquas, Sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, 1956.
3. cf. Catecismo de la Iglesia Católica, Coeditores litúrgicos et alii-Libreria Editrice Vaticana, 1992, No. 1777-1780.
4. cf. FUCHS, JOSEF, "Epikeia Applied to Natural Law?", en Personal Responsability and Christian Morality, Georgetown University Press, Washington, 1983, p. 185-199.
5. cf. Catecismo de la Iglesia Católica, o.c., No. 1957-1958.
6. cf. Ibidem, No. 1955.
7. BEATO JOHN HENRY NEWMAN, o.c., p.119
8. cf. BEATO JOHN HENRY NEWMAN, o.c., p. 126.
9. cf. Confesiones, Lib.III, X y XII.

FUENTE:http://www.arbil.org/arbil111.htm

1 comentario:

  1. Anónimo21:01:00

    Hola Benito...muy buen blog y muy buen articulo.
    no había reparado en ese enorme detalle de las llaves, claro esta, si quieres esconder algo ponlo bien a la vista...así nadie se da cuenta que ta que esta ahí.

    No me extrañaria que no fuera un "error no forzado"como tu dices por que la radio si es de la fraternidad Pio X y se que a su interior hay muchos que son sedevacantistas.
    esperemos a ve que dicen.

    saludos en xto.

    kanis.

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