Tomado de : Año sacerdotal.
Fuente: Manglano, J.P. Orar con el cura de Ars. DDB
I
La pureza viene del cielo; hay que pedírsela a Dios. Si la pedimos, la obtendremos. ¡No hay nda más bello que un alma pura! Si lo entendiésemos, no podríamos perder la pureza. El alma pura está desprendida de la materia, de las cosas de la tierra y de ella misma.
Hay que tener cuidado de la pérdida. Hay que cerrar nuestro corazón al orgullo, a la sensualidad y a todas las pasiones, como cuando se cierran las puertas y las ventanas y nadie puede entrar.
II
Qué alegría para el ángel de la guarda encargado de conducir un alma pura. ¡Hijos míos, cuando un alma es pura, todo el cielo la mira con amor!
Las almas puras formarán el círculo alrededor de nuestro Señor. Cuánto más puros hayamos sido sobre la tierra, más cerca estaremos de él en el cielo.
III
Hijos, no podemos comprender el poder que un alma limpia tiene sobre el Buen Dios: ella obtiene de él todo lo que quiere. Un alma pura está junto a Dios como un niño junto a su madre: la acaricia, la abraza, y su madre le devuelve sus caricais y sus abrazos.
Para conservar la pureza hay tres cosas: la presencia de Dios, la oración y los sacramentos.
IV
Quien ha conservado la inocencia del Bautismo es como un niño que nunca ha desobedecido.
Cuando se ha conservado la inocencia, nos sentimos levados por el amor de Dios, como el águila es portad por sus alas.
Un cristiano que tiene la pureza del alma está en la tierra como un pájaro atado con un hilo. ¡Pobre pajarito! Sólo espera el momento de cortar el hilo y volar.
V
Un alma pura es como una bella perla. Mientras está escondida en una concha, en el fondo del mar, nadie piensa admirarla. Pero si la mostráis al sol, brilla y atrae las miradas. Así sucede con el alma pura, que está escondida a los ojos del mundo, pero que un día brillará ante los ángelesm al sol de la eternidad.
VI
Los que han perdido la pureza son como un sábana empapada en aceite: lávala, sécala, la macha vuelve siempre; hace falta un milagro para limpiar el alma impura.
Hemos sido creados para ir un día a reinar en el cielo, y si tenemos la desgracia de cometer este pecado, nos convertmos en la guarida de los demonios. Nuestro Señor dijo que nada impuro entrará en su reino.
VII
El Espíritu Santo reposa en las almas justas, como la paloma en su nido. El Espíritu Santo incuba los buenos deseos en un alma pura, como la paloma incuba a sus pequeños.
El Espíritu Santo nos conduce como una madre conduce a su hijo de dos alos de la mano, como una persona conduce a un ciego.
El Espíritu Santo reposa en un alma pura como sobre una cama de rosas.
De un alma donde reside el Espíritu Santo, sale un buen olor: como el de la vid cuando está en flor.
Como una bella paloma blanca, que sale del medio de las aguas y viene a sacudir sus alas en la tierra, el Espíritu Santo sale del oceano infinito de las perfecciones divinas y viene a batir las alas sobre las almas puras, para destilar en ellas el bálsamo del amor.
VIII
Si entendiésemos bien qué cosa significa ser hijos de Dios, no podríamos hacer el mal... Ser hijos de Dios, ¡oh, qué gran dignidad!
No puede entenderse el poder que un alma pura tiene sobre el buen Dios. No es ella la que hace la voluntad de Dios, sino Dios el que la hace suya.
Tomado de: Apostolado Eucarístico Mariano
La Pureza del Alma
Cristo nos dice... “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” o sea, que difícilmente los que no son limpios de corazón lo podrán ver.
La pureza de corazón nos iguala con los ángeles... Su pureza es más dichosa, ciertamente, pero la nuestra es más MERITORIA, porque nosotros tenemos un cuerpo que cuidar y ellos no.
La única forma de conservar nuestra alma limpia del pecado de impureza, es huyendo de estas tentaciones que pueden ser más fuertes que nosotros, si nos enfrentamos a ellas... Caeremos irremediablemente tarde o temprano, si no nos acostumbramos a rechazarlas huyendo de ellas.
La Virgen María es el prototipo de las almas limpias,... Ella estimaba tanto esta virtud, que para aceptar ser la Madre de Dios, lo único que objetó cuando se le pidió, fué... “¿Cómo podrá suceder esto, si he resuelto guardar mi virginidad toda la vida?”
A San Juan Evangelista le fué concedido, nada más a él entre los apóstoles, recostarse en el pecho de Cristo, por ser limpio, casto y puro.
Cristo Nuestro Señor permitió que se le acusara de impío, engañador y blasfemo, pero ninguno de sus enemigos tuvo la osadía de acusarlo de impuro o lujurioso, no obstante el odio tan grande que le tenían. Dios ama con especial favor a las almas limpias, se les comunica particularmente, les descubre sus secretos y les da favores especiales... Las almas puras ven a Dios en todas partes... Lo ven como un espejo en sí mismas... La pureza les hace contemplar los misterios más ocultos de Dios... Creen con sencillez y firmeza... Las almas puras son sus privilegiadas, son sus esposas y esta preciosa virtud penetra en el Corazón de Cristo sin dificultad y Él les revela sus secretos más recónditos.
La PUREZA es el tesoro más hermoso de las almas que aman a Dios y por conservarla, muchas, pero muchas almas generosas, sacrificaron su vida.
Este tesoro es muy codiciado por Satanás, porque sabe que las almas que lo cuidan, nunca tendrá parte en ellas... Y logrando su conquista podrá pervertirlas fácilmente, en todos los pecados habidos y por haber.
Las armas para cuidar el tesoro de la PUREZA DE CORAZÓN son... La oración, la frecuencia de sacramentos y HUIR de las ocasiones de pecar.
Escrito está que Dios solo se deja ver de los ojos y los corazones puros y se oculta a los impuros y soberbios.
Debemos admirar a tantas almas que ofrecieron su vida y su sangre por conservar el TESORO de la virginidad y de la castidad y nosotros en ocasiones no somos capaces de sacrificar el ver una revista o una película que pueden ser ocasión de perderlo, ni velar sobre nuestros sentidos, ni evitar aquellas compañías que pueden hacernos perder la GRACIA DE DIOS.
Consideremos por último, la grandeza del premio prometió a las almas que aman la PUREZA DE CORAZÓN...
“Porque ellos verán a Dios”..
María, la Virgen pura
Fuente: Jesustesoroescondido-Catholic.net
Siempre me ha hecho reflexionar mucho aquella bienaventuranza de Cristo:
Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.
¿Qué tendrá que ver la pureza con la vista? Desde luego, con la vista corporal quizá no tenga que ver apenas nada. Pero seguramente mucho con la vista espiritual. Porque está claro que a Dios no se le puede ver con los ojos de la carne, pero sí con los del espíritu, con los del corazón, que son la fe y el amor. Sólo cuando el alma es pura y cristalina está en condiciones de poder ver y contemplar a Dios. Sólo en un corazón puro -escribía San Agustín- existen los ojos con que puede Dios ser visto.
Me imagino que Cristo al formular esta bienaventuranza tenía en mente a su Madre. Ella era la creatura más pura que jamás ha existido y existirá. El corazón de María era como un mar de gracia profundo, cristalino y transparente. Nadie como Ella de pura.
Bien lo dijo San Ambrosio: Quién es más noble que la madre de Dios? ¿Quién más espléndida que aquella que fue elegida por el mismo Esplendor? ¿Quién más pura que la que generó una creatura sin contacto físico alguno? Ella era virgen pura no sólo en el cuerpo, sino también en el alma.
Se ha dicho siempre que los ojos son las ventanas del alma. Es cierto. A través de ellos se puede mirar al interior de otra persona. Por eso, mirando a los ojos a María podremos ver y apreciar la pureza inmaculada de su alma.
Los ojos de María. ¡Quién pudiera haberlos visto realmente tan siquiera una vez, aunque fuera por un instante! Sólo a algunos privilegiados les tocó. Nosotros hemos de contentarnos con verlos desde la fe o con soltar un poco nuestra imaginación para hacernos una idea de cómo eran.
Los ojos de María.
Ojos hermosos, agradables, con esa belleza natural que no necesita de mejunjes ni postizos para ser encantadores.
Ojos sencillos, de esos que no saben mirar a los demás desde arriba.
Ojos bondadosos, que nunca se han desfigurado con guiños de ira o de odio.
Ojos sinceros, que no han aprendido a mentir; testigos de un interior sin sombra de doblez.
Ojos atentos a las necesidades ajenas y distraídos para fijarse y molestarse por sus defectos.
Ojos comprensivos y misericordiosos que, ante pecadores y malhechores, se transforman en manos abiertas que ofrecen la gracia a raudales.
Como los describen aquellos en versos de Pemán: A Tus ojos, luz de aurora / sobre el desierto frío. / Tu mirada, rocío / sobre la dura arcilla pecadora. Esos ojos cuya mirada Judas evitó al salir del cenáculo la noche de la traición... Esa misma mirada que a Dimas, en el Calvario, llevó a la conversión y al paraíso...
Ojos de mujer que reflejan nítidamente un alma preciosa, adornada de humildad, de bondad, se sinceridad, caridad, de comprensión y misericordia. Los ojos de María. Los ojos de un alma en gracia. Verdaderas ventanas al cielo. Porque cielo era toda su alma.
Ojos que pueden llorar y cuyas lágrimas al caer en la tierra, obran portentos también en el cielo. Bien comprendió esto aquel poeta que le rezaba a la Virgen: Tus lágrimas son las perlas / que compran mi salvación. / Jesús me perdona al verlas. / Son sangre del corazón / que se derrama al verterlas. Y es que de unos ojos así sólo pueden salir lágrimas cargadas de la omnipotencia del amor de quien es Madre de Dios y mediadora de toda gracia.
Los ojos de María, cuya penetrante y dulce mirada todo lo puede. Cuántos indiferentes se han visto interpelados por el brillo de pureza de esos ojos inocentes. Cuántos orgullosos han caído rendidos a sus plantas, desarmados por la mansedumbre que traslucen sus pupilas. Cuántos ánimos frágiles ante el mal se han armado de bravura y han vencido al tentador al recordar que Ella les miraba.
Cuántas veces la sola mirada de María fue sin duda bálsamo sobre el desgarrado corazón de algún vecino atribulado. Cuántas fue fuente de paz y consuelo que barrió de angustias el interior de algún contrariado pariente. Cuántas, esos luceros de su rostro, fueron luz cálida, manto que arropó de piedad e intercesión las almas atenazadas por el frío del pecado. Y cuántas siguen siendo aún todo eso y más para muchos de nosotros.
El ver las estrellas / me cause enojos, / pero vuestros ojos /más lucen que ellas, escribió con tino Lope de Vega. Es sumamente consolador saber que tendremos toda la eternidad para contemplar, sin cansancio ni aburrimiento, los hermosos ojos de María. Asomarse a ellos es asomarse a la maravilla más excelsa salida de las manos de Dios.
María fue su obra maestra. En Ella el Creador se lució. Ella es, en palabras de Pío IX, Aun inefable milagro de Dios; es más, es el más alto de todos los milagros y digna Madre de Dios. Pablo VI la describe como Ala mujer vestida de sol, en la que los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con los sobrehumanos, pero accesibles, de la belleza sobrenatural. Sin embargo, no hay que esperar a llegar al cielo para recrearnos en su contemplación.
Podemos desde ahora, con la fe, mirar sus ojos y sostener su mirada portentosa.
Pero me temo que muchos de nosotros somos incapaces de sostener una mirada tan luminosa. Nos molesta el chorro de luz que el alma pura de María despide a través de sus ojos y de todo su ser. Nuestras pupilas, tan acostumbradas quizá a las oscuridades de la impureza y del pecado, no soportan semejante claridad. A lo mejor no queremos que esa mirada materna desenmascare y purifique nuestra alma llena de barro. Porque no estamos dispuestos a dejar que en ella penetre la gracia de Dios y la limpie y la ordene y la santifique.
Todo eso cuesta mucho. El precio de la pureza es elevado, sólo las almas ricas pueden pagarlo. Ricas en amor, en generosidad, en desprendimiento de sí y de los placeres desordenados.
Sólo esas almas disfrutarán ya en la tierra del gozo espiritual incomparablemente más sublime, profundo y duradero que el más refinado placer corporal. Sólo ellas experimentarán la libertad interior del que no está encadenado por los instintos del cuerpo. Y sólo ellas gozarán de la bienaventuranza de la visión de Dios por toda la eternidad.
María ha sido la creatura más pura y por eso también la más auténticamente feliz y satisfecha, la más libre de espíritu, la mejor dispuesta para ver a Dios y saborear esa deliciosa visión con una intensidad inigualable.
P. Marcelino de Andrés L.C
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