DIA 15 DE NOVIEMBRE DIA OCTAVO DEL
SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARIA
DIA OCTAVO
CONSAGRADO A
HONRAR LA VISITACION DE MARIA A SANTA ISABEL
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
Acababa de realizarse en María
el gran misterio de la Encarnación del Verbo. Dios había tomado ya posesión de
su castísimo seno y habitaba en él comunicándole todos los tesoros de su amor y
caridad. La Santísima Virgen se abrasaba en vivísimas llamas de celo por la
gloria de Dios y por el bien de los hombres. Fruto de ese celo fue la visita de
María a su prima Santa Isabel para ir a derramar la gracia, la salvación y la
vida en la casa del anciano Zacarías, y sacar el alma de Juan Bautista de las
sombras del pecado y de la muerte.
La larga distancia que separaba
a Nazaret de la morada de Isabel, un camino erizado de montañas, cortado por
torrentes y despeñaderos y cruzado por extensos desiertos; la delicadeza de su
edad, el hábito de una vida silenciosa y retirada, nada es bastante a detener
el celo de María. Va a salvar un alma y a acrecentar la dicha de la estéril
esposa de Zacarías, que había concebido en el invierno de la ancianidad un
tardío, pero precioso fruto.
Al ver a María, Isabel
experimenta una emoción desacostumbrada. Su rostro se anima; sus ojos se
encienden; brilla en su frente un rayo de inspiración profética y, en medio de
los transportes de su admiración, exclamó – Tú eres bendita entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. – María, en un rapto de
celestial arrobamiento al contemplar las maravillas del Señor prorrumpe en un
cántico de gratitud: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se transporta
de gozo en Dios mi Salvador.
Así es como la Madre de Dios
abre la senda del apostolado y da a los obreros del Evangelio la primera
lección de celo por la salvación de las almas. Ella interrumpe el éxtasis dulcísimo
en que se embebecía en la contemplación del amado de su alma que habita en su
seno, para ir a derramar el raudal de la gracia que emanaba de la fuente que en
sus entrañas llevaba. Su caridad la hacía olvidarse de sí misma para comunicar
a otros sus celestiales incendios. Para ello tiene que soportar grandes
sacrificios y someterse a humillaciones profundas. No importa: comprende mejor
que nadie el mérito del sacrificio y el precio de la humillación voluntaria;
sabe que el Dios humanado, que lleva en su seno, ha venido al mundo a
sacrificarse en aras del amor y a envilecerse para dar muerte a la soberbia. El
amor de Dios y el amor del prójimo la conducen hasta la lejana morada donde el
Precursor de su Hijo va a ser dado a luz; ella se apresura a santificarlo para
que sea un digno heraldo del Redentor y un apóstol que atraiga los hombres a la
penitencia con sus palabras y el ejemplo de la Santidad.
Cada hombre tiene un campo más
o menos vasto en que emplear su celo. Todos tienen medios de influir sobre los
suyos, a fin de preservarlos de la perdición y enderezarlos por el buen camino.
No es mies la que escasea, sino operarios celosos que la sieguen. Dios quiere
que por amor suyo cada uno de nosotros se haga un obrero de su viña. El que ama
verdaderamente a Dios, no puede dejar de interesarse por la salud de las almas
que son hijas de sus sacrificios y frutos de su sangre. Si comprendiéramos el
precio de las humillaciones y de los dolores de Jesucristo, entonces nos
esmeraríamos en dilatar el reino de Dios y atraer ovejas a su rebaño. Entonces
antepondríamos con gusto a todas las ambiciones mundanas la gloria de
asociarnos a la obra de la redención, derramando, si no nuestra sangre, al
menos nuestros sudores, a fin de salvar una sola alma. Porque salvar un alma es
una gloria más grande que todas las obras del genio, que todos los prodigios
del arte, que todo el honor de los conquistadores y que la posesión del mundo
entero. Porque la salvación de un alma da más gloria a Dios que cuanto los
hombres pueden darle consagrándole todo lo que forma el orden material. Y bien,
¿dónde están las obras de nuestro celo? ¿Qué hemos hecho para dilatar el reino
de Dios conquistando almas para el cielo? ¿Cuáles son las que nos servirán de
corona en el día de las supremas recompensas? Dejemos nuestras casas y
olvidémonos de nosotros mismos, como María, para ir en busca de almas que
santificar, de corazones que encender en amor divino y de inteligencias que
iluminar con las luces de la fe. Acudamos en auxilio del apostolado católico,
que apenas basta para las numerosas necesidades que reclaman su atención.
Consideremos que existen muchos pequeñuelos que piden pan y que no hay quien se
los distribuya.
EJEMPLO
El castigo de
un sacrilegio
El célebre escritor católico
Luis Veuillot refiere en una de sus obras el hecho siguiente, que demuestra
como castiga Dios a los profanadores de las imágenes de su santa Madre.
Es sabido que en el año de 1793
la Francia fue teatro de escenas que la historia recuerda con horror. La
impiedad triunfante convirtió a ese país en un lago de sangre y lágrimas, en
cuyo abismo cayeron el trono y los altares.
Los sacerdotes fueron
perseguidos de muerte, los templos prostituidos y las santas imágenes
derribadas.
En ese tiempo un ejército
francés se dirigió a los Pirineos para contener el ejército español que invadía
el territorio con motivo del asesinato del rey Luis XVI. Tres jóvenes
franceses, que se encaminaban a incorporarse en las huestes de la Convención,
se detuvieron al frente de un templo católico en cuyo frontispicio se veía una
estatua colosal de la Santísima Virgen.
A la vista de esta imagen se le
ocurrió a uno de ellos hacerla blanco de sus tiros para ejercitarse en el
manejo de las armas. Otro de los compañeros aceptó entre burlas impías el sacrílego
proyecto; el tercero, menos descreído, intentó en vano disuadirlos de tal
propósito.
En efecto, los tres cargaron
sus fusiles: apuntó el primero, y la bala fue a clavarse en la frente de la
sagrada Imagen; apuntó el segundo y el proyectil dio en el pecho de la efigie
de María. Vacilaba el tercero, y bien hubiera querido excusarse de cometer
aquel atentado sacrílego; pero temeroso de las burlas de sus compañeros, apuntó
temblando y con los ojos cerrados, y la bala fue a estrellarse en la rodilla de
la venerada estatua. El pueblo estaba horrorizado, pero en aquellos tiempos de
terror nadie se atrevía a manifestar sus sentimientos; sin embargo, una
anciana, sin poder contener su indignación, les dijo como inspirada por una luz
profética: “Vais a la guerra; pero sabed que la nefanda acción que acabáis de
cometer os acarreará grandes desdichas”.
Efectivamente, desde su salida
de la población comenzaron a experimentar muchos y muy graves contratiempos
antes de reunirse con el ejército francés. A poco de su llegada trabóse una
acción entre los ejércitos. Nuestros tres camaradas concurrieron a ella y
pelearon con denuedo; pero de lo alto de una roca salió un tiro, una bala fue a
clavarse en la frente del primero de ellos, precisamente en el mismo lugar en
que había herido la sagrada imagen de María. Al verle caer mortalmente herido,
y al observar el lugar en que tenía la herida, los dos compañeros se
estremecieron de espanto y volvieron a resonar en sus oídos las fatídicas
palabras de la anciana.
A la mañana siguiente, el
ejército español vencido en la jornada anterior, volvió con nuevos bríos a
presentar batalla a los franceses; y los dos compañeros, silenciosos y
cabizbajos, ocuparon sus puestos, diciendo uno de ellos: ¡Hoy me toca a
mí!... Y en efecto, cuando el ejército francés retrocedía perseguido por el
español, del fondo de un precipicio salió un tiro disparado por un soldado
herido, y la bala fue a atravesar de parte a parte el pecho de aquel que había
herido en el pecho la estatua de María. El infeliz sacrílego, revolviéndose en
un charco de sangre, pedía a grandes voces un sacerdote; pero los
convencionales lo dejaron morir abandonado en el camino sin auxilio espiritual
ni temporal.
El único que quedaba, aquél que
se había opuesto al sacrílego atentado, se llenó de tan grande horro al ver la
triste suerte de sus compañeros, que, temiendo morir como ellos, prometió a
Dios confesarse tan pronto como le fuera posible. Pero viendo que el Señor se
mostraba clemente, llegó a olvidarse de su promesa, y dirigiéndose algún tiempo
después a España enrolado en el ejército de Napoleón, al pasar a inmediaciones
del lugar del sacrilegio, se le disparó el fusil a un soldado francés, y la
bala fue a clavarse en la rodilla del infeliz sacrílego, esto es, en el mismo
lugar en que él había herido la sagrada imagen.
La Santísima Virgen tuvo
misericordia de este desgraciado alcanzándole la gracia del más sincero
arrepentimiento, y con él la salud del alma; pero la herida se mostró, durante
veinte años, rebelde a todos los recursos de la ciencia.
Este hecho manifiesta que Dios
tiene reservados tremendos castigos para aquellos que ofenden o insultan a su
Madre.
JACULATORIA
Refugio del
pecador,
Del afligido
consuelo,
Ampárame desde
el cielo
Al escuchar mi
clamor.
ORACION
¡Oh Virgen Inmaculada! ¡Cuán
dulce consuelo experimenta mi alma al contemplaros en este día tomar la penosa
ruta que conduce a la pobre morada de Isabel! Vos sois conducida en alas de la
más ardiente caridad para ir a sacar a un alma querida de la oscuridad del
pecado y santificarla en el vientre de su madre. Este rasgo de generoso celo
alienta en mí la esperanza que siempre he fundado en vuestra maternal
protección. Acudid ¡oh Madre mía!, en auxilio de mi debilidad para librarme de
las sombras del pecado, que sin cesar me cercan. Vos sois el refugio de los
pecadores y vuestra mano está siempre pronta a libertarlos del peligro y
sacarlos del precipicio. Dirigid vuestra vista ¡oh María! por toda la extensión
de la tierra, y en todas partes se presentará a vuestros ojos el doloroso
espectáculo que ofrecen tantos desventurados náufragos que se pierden en los
mares del mundo. ¡Cuántos pecadores viven contentos atados a las cadenas de los
vicios! ¡Cuántos infelices, sentados a la sombra de la muerte, no conocen aún
el precio de la redención! ¡Cuántos herejes, ramas tronchadas del árbol de la
fe, parecen privados de la savia que sólo se encuentra en el catolicísimo!
Apiadaos, Señora mía, de todos esos infelices que siguen un camino de perdición
eterna. Haced que todos ellos reconozcan sus yerros y detesten sus extravíos,
para que, formando una sola familia, unidos a nosotros por los vínculos de una
misma creencia y un mismo amor, os reconozcamos todos por Madre hasta que esta
unión, comenzada en la tierra, se consuma y estreche eternamente en el cielo.
Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Rezar una tercera parte del Rosario pidiendo a
María por la conversión de los infieles, pecadores y herejes.
2. Esmerarse en cumplir con exactitud todas las
prácticas ordinarias de piedad.
3. Aprovechar santamente el tiempo no
desperdiciándolo en frivolidades o pasatiempos inútiles.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que
confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes
el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las
tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
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