DIA 14 DE NOVIEMBRE DIA SEPTIMO DEL
SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARIA
DIA SEPTIMO
CONSAGRADO
A HONRAR LA ANUNCIACION DE MARIA
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
María se vio
precisada a dejar la amable soledad del templo para dar su mano de esposa a un
varón santo y justo a quién la Divina Providencia confiaba el tesoro de su
virginidad. Pero ella, al alejarse de la casa del Señor donde había visto
transcurrir los más bellos años de su vida, había dejado allí su corazón. Había
entrado en el mundo, pero había hecho de su hogar un asilo solitario donde no
llegaba el ruido del mundo. El trabajo y la oración seguían ocupando todas las
horas del día, y el perfume de sus virtudes se conservaba siempre intacto bajo
el techo de su silenciosa morada de Nazaret.
Así discurrían
felices y tranquilos los días de la hija de Ana cuando sonó en el reloj de los
tiempos la hora afortunada en que la lluvia celestial debía dar el Justo a la
tierra. Esa virgen humilde y desconocida del mundo era el objeto de las más
dulces complacencias del Señor y la mujer destinada a dar a luz al Redentor.
Pero Dios, que ha dado al hombre la libertad, la respeta; el gran misterio de
la Encarnación del Verbo no se realizaría mientras que esa mujer incomparable
no diese su consentimiento en orden a su maternidad Divina. Para solicitarlo
despréndese el arcángel Gabriel de la celeste turba que rodea el trono del
Altísimo y desciende más veloz que una saeta a la humilde estancia de María.
Ella hacía en este momento la oración de la tarde y acaso pediría al cielo que
enviase pronto al Libertador de su pueblo. La presencia del mensajero del
cielo, que había penetrado a su retiro sin abrir sus puertas, llena de turbación
a María; pero su turbación se redobla al escuchar de los labios del ángel la
extraña salutación que la dirige, “Dios
te salve María, llena eres de gracia; el Señor es contigo y bendita eres entre
todas las mujeres”. La adorable Trinidad le había reservado ese género
desconocido de salutación para dar a conocer a los siglos la excelsa dignidad
de María; pero su humildad no le permite reconocerse en ese inaudito elogio,
porque ella ignora los tesoros de gracia que encierra dentro de sí misma. María
nada responde, porque la más grande turbación la agita: y no sabiendo que hacer
ni que decir; guarda silencio y piensa
cual será el significado de tan extraña embajada. – El ángel, que conoció su
turbación, le dijo con dulzura: “No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; concebirás en tu seno
y darás a luz un hijo, a quién pondrás el nombre de Jesús; el será grande y
será llamado el Hijo del Altísimo; Dios le dará el trono de su padre David;
reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin”.- Al
escuchar este inesperado anuncio, la turbación de María crece. Ella recuerda
entonces que su virginidad ha sido sellada con un voto solemne y perpetuo, y
vacila entre ser madre de Dios y renunciar a esa cualidad tan querida de su
corazón. Y en medio de esta cruel vacilación, pregunta “al casto amador de las
almas púdicas”. ¿Cómo podrá ser esto, cuando yo soy virgen y he prometido serlo
siempre?
La vacilación de
María persevera hasta que el ángel le manifiesta la manera inefable como se obrará
el misterio: “El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra”. La virginidad
queda salvada y sólo se le exige el sacrificio de su humildad, pero la humildad
de corazón no está reñida con la grandeza, y María exclama; “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi
según tu palabra”.- El ángel se retira entonces para dar lugar a la
realización del augusto misterio.
¡Oh virtud preciosa
de la humildad! Porque María, enamorada de ti, te había escogido para ser la
joya más preciada de su corazón. Dios escogió su seno para tomar en él la
naturaleza humana. Sí, el Dios que abate a los soberbios y engrandece a los
humildes, no podía llegar a la tierra sino en alas de la humildad.
La humildad devuelve
a Dios la gloria que la soberbia le usurpa, y se complace en reconocerlo a él
solo como digno de honor y de alabanza, sin dejar a los hombres más que el
derecho de bendecir la mano generosa que los provee de numerosos dones sin
haberlos merecido. Ella despierta la gratitud más ardiente en el corazón humano
hacia el dador de todo bien, no permitiéndole que, poseído de una falsa
suficiencia se crea desligado de todo deber para con Dios. Mientras el humilde
todo lo atribuye a Dios, el soberbio se lo atribuye todo a sí mismo; mientras el
uno lo bendice y lo ama, el otro lo olvida y lo desconoce. Por eso la humildad
es tan querida de Dios; por eso la regala con sus más grandes recompensas, y
por eso la exalta, la engrandece y la hace depositaria de sus más ricos dones.
En el corazón humilde
mora la paz, porque no siente el aguijón de las grandezas, de los honores y del
Fausto, y se contenta con lo que el Señor le da. No creyéndose acreedor a Nada,
se satisface con poco, y aún de ese poco se juzga indigno, dando por ello a
Dios gracias infinitas y perpetuas alabanzas. Seamos humildes, si queremos que
Dios nos ame; hagámonos humildes para ser verdaderamente grandes.
EJEMPLO
María,
asiento de la Sabiduría.
Conocido es en los
anales de la ciencia el insigne doctor de la Iglesia, San Alberto Magno,
religioso de la Orden de Predicadores. Este esclarecido varón, que ha ilustrado
con su sabiduría las ciencias teológicas y filosóficas, recién tomo el hábito
de Santo Domingo, estuvo a punto de abandonar su vocación a causa de su poca
capacidad para el estudio. Confuso al ver que sus condiscípulos de filosofía lo
dejaban muy atrás en el aprovechamiento en esta difícil ciencia, a pesar de su
empeñosa diligencia, llegó a creer que debía adoptar otro género de vida. Pero
su devoción a la Santísima Virgen, a quien había fervorosamente invocado en
solicitud de luces para su mente, lo salvó.
Una noche, mientras
dormía, pareció que colocaba una escalera en los muros del convento para
fugarse, y que al tiempo de trepar en ella, vio en lo alto de la muralla cuatro
señoras venerables entre las cuales una aventajaba las demás en hermosura y
majestad. Le pareció que esta le impedía subir y que en vano intentó hacerlo
por tres veces, hasta que una de ellas le preguntó cuál era el motivo que
inducía a tomar aquella resolución; a lo que Alberto contestó: “Porque veo que
mis compañeros hacen grandes progresos en la filosofía al paso que yo me aplico
inútilmente”. Entonces la señora que le hizo la pregunta, le dijo: “He aquí a
la Reina del cielo, Asiento de la Sabiduría, dirígete a Ella y conseguirás lo
que deseas”.
Alberto, dirigiéndose
a la Señora, le suplicó que le diese entendimiento para progresar en el
aprendizaje de las ciencias. María oyó benignamente su súplica, y le aseguró
que conseguiría lo que deseaba, añadiéndole: “Pero para que sepas que obtendrás
esta gracia por mi intercesión, llegará un día en que mientras estés enseñando
públicamente olvidarás repentinamente todo lo que sepas”.
Los resultados
demostraron que aquella visión no había sido un sueño fantástico; porque desde
aquel día hizo Alberto tan rápidos progresos en las ciencias que maravillaba a
todos por su talento y sabiduría. Resolvía con admirable claridad las
cuestiones más difíciles de la Teología y Filosofía; y bien pronto llegó a ser
insigne maestro de estas ciencias y lumbrera de su siglo.
Y para que nada
faltase al cumplimiento de la predilección hecha por su soberana protectora,
tres años antes de su muerte, estando enseñando en Colonia, perdió en un
momento la memoria, de tal suerte que no conservó ni rastros del inmenso caudal
de ciencia con que había asombrado al mundo.
Entonces, lleno de
emoción, refirió a sus discípulos lo que sucedió en otro tiempo,
manifestándoles que toda esa ciencia que le mereció el título de Magno, era una dádiva generosa de la que
es justamente llamada Asiento de la
Sabiduría.
Este prodigio nos
señala a todos el camino por donde debemos buscar la verdadera sabiduría, que
consiste en el temor de Dios, en el conocimiento de nuestros deberes y en la práctica
de la virtud. Acudamos a María en nuestras dudas, en los negocios importantes,
en las grandes resoluciones de la vida para que ella nos guíe.
JACULATORIA
Por
tu Anunciación gloriosa
Otórganos,
Virgen pura,
Tu
protección generosa.
ORACION
Bendita seáis una y
mil veces, María, porque en vos reside la plenitud de la gracia, de la santidad
y de la justicia. Bendita seáis una y mil veces, porque el Dios altísimo se
dignó morar en vuestro seno como en un santuario de inestimable precio. Bendita
seáis, María, porque el Espíritu Santo se dignó escogeros por esposa y
regalaros con la abundancia de sus dones. Bendita seáis entre todas las
mujeres, porque fuisteis elegida entre todas las hijas de Eva para ser la
corredentora del linaje humano y la celestial dispensadora de todas las gracias
alcanzadas al precio de la sangre de vuestro Hijo. Nosotros nos gozamos, dulce
Madre, de vuestros gozos y nos complacemos en vuestra gloria, y celebramos
ardientemente vuestro poder incomparable, porque los gozos, la gloria y el
poder de una Madre son prendas queridas para los hijos. ¡Cuán grato nos es
contemplaros tan amada y favorecida de Dios, ensalzada por el mensajero del
cielo y saludada en nombre del verbo con salutaciones que jamás escuchó humana
criatura! Después de haber sido objeto de tan honrosas manifestaciones, ¿qué
podremos deciros nosotros, que alabanzas dignas de vuestra gloria podrán
articular nuestros torpes labios, sino repetir una y mil veces las palabras con
que el ángel ensalzó vuestra dignidad? Y al considerar, ¡oh María! que el
principio de tanta grandeza fue la humildad profunda bajo cuyo velo procurasteis
ocultar vuestras virtudes, no podemos menos de suplicaros que os dignéis
enseñarnos a practicar esa virtud, tan amada de Dios. A vuestra imitación, no
queremos otras grandezas que las de la virtud, ni otra gloria que la gloria de
Dios, ni otros honores que los del cielo, para que sirviéndoos en la tierra
humildemente, logremos un día ser grandes y felices en el cielo. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Ejercitarse
en la virtud de la humildad, ejecutando actos que mortifiquen nuestro amor
propio.
2. Saludar
tres veces en el día con cinco Avemarías
a la Santísima Virgen, felicitándole por haber sido escogida para Madre del
Verbo encarnado.
3. Por
amor a María no comer ni beber fuera de las horas acostumbradas.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que
confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes
el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las
tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
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