capitulo 1 del libro de HILAIRE BELLOC
LAS GRANDES HEREJÍAS
Traducción de Denes Martos
Edición Original: The Great Heresies - 1938
Edición Electrónica: 2008
Capítulo 2
El esquema de este libro.
En lo que sigue propongo tratar los principales ataques a la Iglesia Católica que han marcado su larga Historia. Excepto en el caso del musulmán y del ataque moderno, confusos pero ubicuos y que aún se hallan en curso, me ocupo de sus fracasos y de las causas de esos fracasos. Concluiré discutiendo las chances de la presente contienda por la supervivencia de la Iglesia en la misma civilización que ella creara y que ahora la está abandonando.
Como todo el mundo sabe, actualmente existe una institución que se autoproclama como la única maestra autoritativa y divinamente designada de la moral esencial y de la doctrina esencial. Esta institución se llama Iglesia Católica.
Más allá de ello, es una verdad histórica admitida y por nadie negada que esa institución, reivindicando esa función, ha estado presente entre la humanidad por muchos siglos. Por antagonismo o falta de conocimientos, muchos niegan la identidad de la Iglesia Católica actual con la sociedad cristiana original. Sin embargo nadie, por más hostil o desinformado que sea, negará su presencia durante al menos mil trescientos o mil cuatrocientos años.
Además es históricamente cierto (aunque no universalmente admitido) que la reivindicación de este organismo en cuanto voz divinamente designada para la formulación de doctrina verdadera sobre cuestiones esenciales al ser humano (su naturaleza, su sufrimiento en este mundo, su condena o su salvación, su inmortalidad, etc.) se encuentra afirmada a través de los siglos precedentes hasta poco antes de la mitad del primer siglo.
Desde el día de Pentecostés, ocurrido en algún momento entre el año 29 {[2]} y el 33 DC, y de allí en adelante, ha existido un cuerpo de doctrina que afirmó, por ejemplo, la Resurrección desde el mismo principio. Y el organismo a través del cual el conjunto doctrinario fue afirmado fue, desde el inicio, un cuerpo de hombres ligados por cierta tradición a través de la cual reivindicaron poseer la autoridad en cuestión.
Por consiguiente, tenemos que distinguir dos conceptos totalmente diferentes que, sin embargo, con frecuencia se confunden. Una cosa es el hecho histórico de que la autoridad divina y la infalibilidad doctrinaria fue y sigue siendo reivindicada; y otra cosa es la credibilidad de esa reivindicación.
Que la reivindicación sea verdadera o falsa no tiene absolutamente nada que ver ni con su origen histórico ni con su continuidad histórica. Pudo haber surgido como una ilusión o como una impostura; pudo haber continuado por ignorancia. Todo eso no afecta al hecho de su existencia histórica. La reivindicación fue hecha y sigue siendo hecha, y quienes la hacen se encuentran en una continuidad ininterrumpida con quienes la hicieron desde el principio. Colectivamente forman ese organismo que se llamó y se sigue llamando “La Iglesia”.
Ahora bien; a lo largo de todo el período de su existencia han ocurrido constantes asaltos contra este organismo autoritativo, contra su reivindicación, su carácter y sus doctrinas. Hubo negaciones de su reivindicación. Se negó ésta o aquella sección de sus doctrinas. Existió el intento de reemplazarlas por otras doctrinas. Hasta se intentó reiteradamente la destrucción de la Iglesia como organismo.
Me propongo seleccionar cinco de los principales ataques de esta clase del total del número muy grande, casi ilimitado, de esfuerzos, mayores y menores, realizados para derrumbar el edificio de la unidad y la autoridad.
Mi razón para elegir un número tan pequeño como cinco y concentrarme en cada uno de ellos como si fuese un fenómeno separado no responde tan sólo a la necesidad de un marco y de límites sino también al hecho de que, en estos cinco, se ejemplifican las principales formas de ataque. Los cinco ataques son, en orden histórico: 1. el Arriano; 2. el Mahometano; 3. el Albigense; 4. el Protestante; y 5. uno que aún no tiene un nombre específico asociado pero al cual llamaremos “el Moderno” por una cuestión de conveniencia.
Afirmo que cada una de estas principales cinco campañas representa un tipo determinado – siendo que el éxito total de cualquiera de ellas hubiera significado la destrucción de la Iglesia Católica, su autoridad y su doctrina entre los seres humanos.
El ataque arriano propuso un cambio doctrinario fundamental, a tal punto que, de haber prevalecido, la naturaleza entera de la religión se hubiera transformado. Y no sólo se hubiera transformado; hubiera fracasado, y tras su fracaso se hubiera derrumbado la civilización que la Iglesia Católica estaba construyendo.
La herejía arriana (ocupando el Siglo IV y activa a lo largo del Siglo V) se propuso ir a la raíz misma de la autoridad de la Iglesia atacando la divinidad plena de su fundador. Pero hizo más todavía porque su motivo subyacente fue la racionalización de un misterio sobre el cual la Iglesia está basada: el Misterio de la Encarnación. En lo esencial, el arrianismo fue una revuelta contra las dificultades inherentes a los misterios en general aún cuando se expresó solamente en un ataque al misterio principal. El arrianismo fue un típico ejemplo en gran escala de esa reacción contra lo sobrenatural que, si se desarrolla a pleno, le quita a la religión todo aquello que la hace vivir.
El ataque mahometano fue de una clase diferente. Geográficamente provino de fuera del área de la Cristiandad; apareció, casi desde el comienzo, como un enemigo externo. Sin embargo, estrictamente hablando, no fue una religión nueva que atacaba a la antigua sino, esencialmente, una herejía; si bien, desde las circunstancias de su nacimiento fue una herejía más bien externa que interna. Amenazó con matar a la Iglesia Cristiana por invasión en lugar de socavarla por dentro.
El ataque albigense no fue sino el principal de un gran número de ataques, todos los cuales tuvieron sus orígenes en la concepción maniquea de la dualidad del universo; en la concepción de que el bien y el mal están siempre combatiendo como iguales y que el Poder Omnipotente no es ni único ni benéfico. Estrechamente interrelacionada con esta idea e inseparable de ella estuvo la concepción de que la materia es maligna y que todo placer, especialmente el del cuerpo, es maligno. Esta forma de ataque, de la cual sostengo que la albigense fue la más notoria y la que más cerca llegó de tener éxito, fue más un ataque a la moral que a la doctrina. Tuvo el caracter de un cáncer fijándose al cuerpo de la Iglesia desde adentro, produciendo una vida propia, antagónica de la vida de la Iglesia y destructiva de la misma, al igual que el tumor maligno en el cuerpo humano vive una vida propia, diferente y destructora del organismo en el cual ha surgido en forma parasitaria.
El ataque protestante difirió del resto especialmente en la característica que su ofensiva no consistió en la promulgación de una nueva doctrina, o de una nueva autoridad, ni realizó un intento concertado de crear una contra-Iglesia. Su principio fue la negación de la unidad. Fue un esfuerzo para promover aquél estado mental en el cual una Iglesia en el antiguo sentido de la palabra, esto es: un cuerpo infalible, unido y docente; una Persona hablando con autoridad divina, debía ser negada – no por las doctrinas que podía llegar a ofrecer sino por la sola pretensión de ofrecerlas bajo su autoridad exclusiva. Así, el protestante puede afirmar, como lo hacen los puseytas ingleses, la verdad de todas las doctrinas subyacentes a la Misa: la Real Presencia, el Sacrificio, el poder sacerdotal de consagración, etc. mientras otro protestante podría afirmar que todas esas concepciones son falsas, y aún así ambos protestantes serían protestantes porque están comunicados por la concepción fundamental de que la Iglesia no es una personalidad visible, definible y unida; que no hay una autoridad central infalible y que, por lo tanto, cada uno es libre de elegir su propio conjunto de doctrinas.
Semejantes afirmaciones de desunión, semejante negación de la tesis que la unidad es parte del Orden Divino, produjo por cierto un temperamento protestante común a través de ciertas asociaciones históricas. Pero no existe una doctrina, ni un conjunto de doctrinas, de las cuales pueda afirmarse que constituyen el núcleo del protestantismo. En lo esencial, el protestantismo sigue siendo el rechazo de la unidad por la autoridad.
Por último existe el ataque contemporáneo a la Iglesia Católica que todavía está en curso y al cual no se le ha puesto un nombre definitivo, excepto el vago término de “moderno”. Personalmente quizás hubiera preferido el antiguo término griego “alogos”. Aunque eso hubiera parecido una pedantería, no deja de ser una lástima el tener que rechazarlo porque describe admirablemente por implicación la disputa entre quienes actualmente atacan a la autoridad y a la doctrina católicas y el tono mental de un creyente. En la antigüedad se le daba el nombre de “alogos” a quienes, aún a pesar de llamarse cristianos, menoscababan o negaban la divinidad de Cristo. Se decía que hacían esto por carecer de “juicio” en el sentido de “capacidad completa de comprensión”, o “capacidad cognitiva”. Las personas consideraban esta clase de racionalismo de la misma manera en que los individuos normales consideran al daltónico.
Se podría haber optado también por el término de “positivismo” en vista de que el movimiento moderno se basa sobre la distinción entre cosas positivamente probadas por experimento y cosas aceptadas sobe otras bases; pero el término “positivismo” ya tiene una connotación especial y emplearlo generaría confusiones.
En todo caso, a pesar de no tener todavía un nombre específico, todos conocemos el espíritu al cual me refiero: “Que sólo es verdad lo que puede ser apreciado por los sentidos y sujeto a experimento. Que sólo puede ser creído por completo aquello que puede ser completamente medido y comprobado mediante pruebas reiteradas. Que aquello que en general se llama “afirmaciones religiosas” es siempre presumiblemente y a veces demostradamente un conjunto de ilusiones. Que la misma idea de Dios y todo lo que le sigue es una construcción humana y un invento de la imaginación”. Éste es el ataque que ha desplazado a los más antiguos. Éste es el que ahora está ganando terreno tan rápidamente y cuyos partidarios sienten una creciente confianza en el éxito (al igual que la sintieron en su momento culminante los partidarios de los ataques anteriores).
Así quedan planteados los cinco grandes movimientos antagónicos a la Fe. El concentrar nuestra atención sobre cada uno y de a uno por vez, nos enseña por medio de ejemplos independientes el carácter de nuestra religión y la extraña verdad que las personas no pueden escapar de simpatizar con ella o de odiarla.
Además, el concentrarse en estos cinco ataques principales tiene la ventaja adicional de que parecen resumir todas las direcciones desde las cuales se puede lanzar un asalto a la Fe Católica.
Sin duda alguna habrá más conflictos en el futuro. Más aún: podemos estar seguros de que esto es inevitable porque está en la naturaleza de la Iglesia provocar la furia y el ataque del mundo. Quizás más adelante tendremos que enfrentar a los paganos del Este o quizás, tarde o temprano, debamos resistir el desafío de todo un nuevo sistema; vale decir, no una herejía sino una nueva religión. Pero las clases principales de ataque parecen haber quedado agotadas en la lista que la Historia ha presentado hasta ahora. Hemos tenido casos de herejía, trabajando desde el exterior y formando un mundo nuevo a su estilo, del cual el Islam constituye el gran ejemplo. Hemos tenido casos de herejía atacando las raíces de la Fe, la Encarnación, y especializándose en ello, de lo cual el arrianismo fue el gran ejemplo. Tuvimos el crecimiento de un cuerpo extraño en el interior, como los albigenses y todos sus parientes maniqueos antes y después de ellos. Hemos tenido el ataque a la personalidad, esto es: a la unidad de la Iglesia, con el protestantismo. Y ahora, incluso cuando el protestantismo se está muriendo, vemos surgir y crecer todavía otra forma de conflicto: la propuesta de catalogar de ilusión a toda afirmación trascendental. Parecería ser que el futuro no podría contener más que una repetición de estas formas.
Por consiguiente, la Iglesia puede ser concebida como una ciudadela presentando un número dado de caras formadas por los ángulos de sus defensas. Cada una de las caras fue atacada alguna vez, y después del fracaso del ataque, la cara vecina sufrió el peso de la siguiente batalla. El último asalto, el moderno, más que un conflicto armado parece un intento de disolver la guarnición; de aniquilar, por sugestión, su poder de resistencia. Con esta última forma, la lista parecería haber quedado agotada. Cuando el último peligro se haya disipado – si se disipa – el próximo puede aparecer solamente bajo alguna forma con la que ya hemos tenido cierta experiencia.
Como posdata a este preludio se me podrá preguntar por qué no incluí ninguna mención a los cismas. Los cismas son ataques a la vida de la Iglesia Católica tanto como lo son las herejías. El mayor cisma de todos, el griego u ortodoxo que produjo la comunión Griega u Ortodoxa, constituye un quebrantamiento manifiesto de nuestra fortaleza. Sin embargo, pienso que las distintas formas de ataque a la Iglesia por la vía de doctrinas herejes se encuentran en una categoría distinta a la de los cismas. Sin duda, un cisma comúnmente incluye una herejía y sin duda ciertas herejías han intentado pedir que nos reconciliemos con ellas como podríamos hacerlo con un cisma. Pero, a pesar de que los dos males por lo común aparecen juntos, aún así cada uno de ellos pertenece a una clase diferente y, mientras estudiamos a uno lo mejor es eliminar al otro durante el proceso de ese estudio.
En estas páginas examinaré, pues, en secuencia los cinco grandes movimientos que he mencionado y los tomaré en orden histórico, comenzando con la cuestión de los arrianos que, al ser la primera, fue también quizás la más formidable.
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