Lucas 16
1 Decía también a sus discípulos: «Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda;
La parábola de los talentos nos deja muy en claro que somos administradores de todos lo bienes que Dios nos dio (tiempo de vida, salud, conocimientos, recursos, dinero, etc.) para ponerlos a disposición de los demás, en especial de los más necesitados.
2 Le llamó y le dijo: “¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando.”
Deberemos rendir cuenta de hasta el último centavo gastado en nosotros mismos, es decir enterrando talentos en nuestro egoísmo. Dios nos pedirá cuenta de cada segundo de nuestra vida que no sea dedicado a Él, es decir que no sea dado por amor a los demás.
3 Se dijo a sí mismo el administrador: “¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza.
Quitar la administración: en la economía de la salvación, Dios es todopoderoso pero normalmente “necesita” de nuestras correspondencia a la Gracia (buenas acciones) para poder repartir sus gracias.
En la medida en que malgastamos los talentos, tenemos menos recipientes (buenas acciones) para recoger gracias. Dios no puede ayudar más a quienes no se dejan ayudar porque no quieren ayudar a los demás.
“Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios.” (1 Pe 4, 10)
Cuántas familias riquísimas quedan en la pobreza en pocos años o generaciones. En la medida en que somos más generosos, Dios hace que nuestros talentos fructifiquen de manera inconmensurable.
Basta pensar en la pobreza de la Sagrada Familia. Tenían el poder sobrenatural para ser infinitamente ricos materialmente. Tenían los tesoros de los Reyes Magos, pero los repartieron a los pobres (y gracias a ellos estuvieron ligeros para huir a Egipto y se salvaron por poco). También podrían haber sido inmensamente ricos aprovechando la ciencia infusa preternatural de Jesús y María (ambos la ofrecen al Padre humillándose en la ignorancia caída): podrían haber vendido la receta para curar cualquier enfermedad o crear el sistema educativo y político perfecto. También podrían haber sido ricos por la laboriosidad, honestidad y por los conocimientos de artesano de San José: basta ver la escalera que construyó en Santa Fe, USA, sin clavos, que nadie ha podido copiar. Él prefirió no reclamar a quienes abusaban de sus servicios sin pagarle. Todo lo que reciben lo ofrecen a Dios y al prójimo y vuelven a la pobreza (no confundir sencillez humilde, con miseria desordenada, ya que ésta es consecuencia del pecado). En fin todo lo dieron por los más necesitados, no sólo materialmente sino espiritualmente, a tal punto que la Iglesia TODA brota de su Corazón, toda.
4 Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas.”
Los que van al cielo, se construyeron una morada (casa) en Dios, porque sus cimientos estaban en Dios. En cambio, los que van al infierno, construyeron su casa sobre arena y no pueden recibir a nadie porque ya no tienen casas (Mt 7,24-27).
Al morir, seremos removidos de nuestra administración y tendremos que rendir cuenta ante el tribunal de la Justicia Divina. Todos seremos juzgados en el Amor. En la película de nuestras vidas, registrada por los ángeles, en cada cuadro se preguntará: ¿cuánto amor a Dios pusimos en ese segundo? La diferencia entre las gracias recibidas y el egoísmo es la deuda a la justicia, el pecado de pensamiento, palabra u omisión (omitir hacer el bien que podemos hacer al prójimo).
5«Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?”
Cada pecado es una deuda a la justicia. Esa deuda se paga con amor: con la penitencia de la confesión, las mortificaciones, el esfuerzo, los padecimientos y enfermedades, las oraciones y buenas obras, ofrecidos por amor a Dios. Lo que no terminemos de pagar en vida, lo haremos en el purgatorio, donde según la Biblia y varios Santos que lo vieron y vivieron (por ejemplo Santa Faustina) dicen que es un fuego espiritual que quema el alma y que es peor que cualquier tortura imaginable en la tierra.
El purgatorio es dogma de fe indiscutible porque está en varias partes de la Biblia (ver catecismo abajo)
El purgatorio es una especie de tintorería espiritual para dejar el alma inmaculada, como recién bautizada: caso contrario no podría ir al Cielo (Mt 22, 11-13). Sin esta segunda oportunidad, dada por la Divina Misericordia por los méritos de la Pasión de Cristo, muy pocos lograrían morir en ese estado perfecto (por ejemplo, habiendo logrado una indulgencia plenaria en ese momento, porque ni siquiera basta un acto de contrición perfecto para reparar la deuda a la justicia).
En varios pasajes la Biblia se nos invita a rezar por los difuntos, pero en este versículo y los siguientes es donde queda más clara la economía de la salvación: los deudores del Señor son las benditas almas del purgatorio (benditas porque ya saben que tarde o temprano irán al Cielo).
Debemos rezar por todas las almas: por eso el administrador elogiado convoca los deudores uno por uno.
6 Respondió: “Cien medidas de aceite.” El le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta.”
Nosotros somos los administradores infieles (porque pecamos), capaces de reducir la deuda de dichas almas simplemente rezando por ellas. Esta capacidad no viene del mérito propio, sino de aplicar los infinitos méritos de la Sangre del Cordero para aplacar la justicia. Los méritos son infinitos pero los recipientes son proporcionales a la fe, esperanza y caridad con que los recogemos. Con su Pasión, Jesús dejó todo el dinero del mundo para que lo podamos usar a gusto (siempre que no sea malo para el alma). En ésta economía de la salvación, con las reglas de juego pre-establecidas desde antes de la creación, lo único que se exige es nuestra libertad de escribir los cheques. La forma de llenarlos es con las oraciones y buenas acciones, recipientes donde recogemos las gracias infinitas.
“por Jesucristo, Dios nos ha dado las grandes y preciosas gracias que había prometido, para haceros partícipes de la naturaleza divina” (2 Pet I,4)
La naturaleza divina es infinita: en la medida que participamos de ella, recogemos gracias proporcionales en el siglo, pero plenas en la eternidad.
7 Después dijo a otro: “Tú, ¿cuánto debes?” Contestó: “Cien cargas de trigo.” Dícele: “Toma tu recibo y escribe ochenta.”
Al primero, le hace una quita del 50%, al segundo, del 20%. Esto es para mostrar que no toda oración logra el mismo resultado: a mayor fe, esperanza y caridad, mayor tamaño del recipiente para recoger el Agua de la Vida del río que mana del costado de Cristo y mayor impacto en la economía de la salvación. La Misa rezada con devoción es la oración perfecta pero la quita del 100% sólo se logra con una indulgencia plenaria.
8 «El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz.
El administrador es “injusto” porque utiliza el dinero del Señor para comprarse el favor de los deudores. De la misma manera, al rezar por los difuntos, no usamos nuestros propios méritos, sino que “injustamente”, usamos los méritos de la Pasión de Cristo para saldar la deuda y ganar el favor de los deudores: las almas del purgatorio, una vez liberadas, rezarán por nosotros, cara a Dios, las 24 hs. del día, los 365 días del año, hasta nuestra muerte, pero especialmente en ese momento crucial donde nos jugamos toda la eternidad (porque en el Cielo no serán todos iguales, quien más haya crecido en la Caridad, será más grande en el Reino). Si a veces le pedimos a un sacerdote o religiosa piadosos que recen por nuestras intenciones, alguna vez, ¡¡¡¿cómo desaprovechar la oportunidad de contar con alguien totalmente santo que impetrará en forma permanente directamente ante el trono de Dios?!!! Realmente no seríamos “astutos” sino lo opuesto.
Somos la única religión con el poder de sacar inmediatamente un alma del purgatorio a través de la indulgencia plenaria, y no lo aprovechamos. Definitivamente, los hijos de la luz del bautismo, no somos astutos.
Este poder viene de la Cátedra de Pedro, donde quien la ocupa, el Papa, tiene el poder de desatar en el cielo lo que desate en la tierra por medio de dictaminar qué obras buenas nos permitirán ganar una indulgencia (obra indulgenciante):
Mateo 16
18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»
Con las indulgencias el Papa está desatando en el cielo las deudas a la justicia, a través de obras en la tierra.
9 «Yo os digo: Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas.
¿Cómo puede Dios, que escribió “no robarás” en la piedra de las tablas de la Ley, pedirnos que nos hagamos “amigos de lo ajeno”, es decir que robemos? ¿Cómo puede ser robar el medio para que nos reciban en el Cielo? Lo que es aún más increíble: en el versículo anterior (8) Jesús alaba al ladrón. Ya no se trata de una excepción, sino de un mandato: ¿el mandato de robar?
No es una contradicción. Aquí queda claro todo lo anterior: el dinero “injusto” son los infinitos méritos de Cristo, que no son “justamente” merecidos por nosotros y que además se utilizan para pagar la injusticia del pecado del hombre.
¿Cómo puede faltarnos algo infinito (los méritos de Jesucristo)? Porque lo poco que recogimos con las buenas acciones (recipientes) lo utilizamos para reparar por nuestros pecados y ese “capital de gracias” no alcanzó para la batalla final a la hora de la muerte (Mateo 25, 1-13).
¿Quién nos recibe en las eternas moradas? Todo el Cielo, la Santísima Virgen María, San José, los Santos, los ángeles buenos, los Beatos, y los santos que nunca serán canonizados (nuestros antepasados y amigos que han logrado llegar pero que no son un modelo heroico intachable). Estos santos con minúscula son las almas del purgatorio por las que hemos rezado y que nos recibirán “en las moradas eternas” con gran alegría y agradecimiento por haberlas sacado de semejante suplicio.
10 El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho.
Es tan claro que Jesús se refiere a las indulgencias que en los versículos siguientes comienza la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), que Jesús no toma de un cuentito, sino que fue un hecho real según las Visiones de la Beata Emmerick (que se pueden leer en www.emmerick.org): quien termina en el sheol (infierno luego del juicio universal) era un fariseo respetado que cumplía con la ley pero era duro y inmisericorde con los pobres. ¡No seamos inmisericordes con las pobres almas del purgatorio! Ellas nos necesitan más que quien más sufre en el mundo porque ellas sufren aún más y a diferencia de quien puede gritar pidiendo ayuda, ellas no pueden siquiera valerse por sí mismas.
Jesús estaría indicando que rezar por las almas del purgatorio es lo mínimo que podemos hacer. Eso mínimo, sería una de las cosas fáciles y repetitivas de hacer, como poner los talentos a interés (sino, ¿a qué otra cosa podría estar refiriéndose Jesús?):
Lucas 19
22 Dícele: “Por tu propia boca te juzgo, siervo malo; sabías que yo soy un hombre severo, que tomo lo que no puse y cosecho lo que no sembré;
23 pues ¿por qué no colocaste mi dinero en el banco? Y así, al volver yo, lo habría cobrado con los intereses.”
24 Y dijo a los presentes: “Quitadle la mina y dádsela al que tiene las diez minas.”
De la misma manera que los intereses se acumulan en el tiempo, también lo hacen los rezos de las almas del purgatorio ya liberadas por nuestras indulgencias ganadas aplicadas a ellas.
11 Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero?
He aquí otra forma de aplicar estos versículos:
Mateo 18
32 Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: “Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste.
33 ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?”
¿Es coherente pedir misericordia en la confesión, si no nos compadecemos de nuestros compañeros de la Iglesia purgante? No rezar por las almas del purgatorio es no ser “fieles en el Dinero injusto”, es decir, no administrar bien los méritos de la Pasión de Jesucristo.
Al no rezar por los difuntos, no sólo no somos fieles a este versículo, sino a la Biblia y al Catecismo (ver abajo).
Tampoco somos fieles a la Cátedra de Pedro que desde los inicios del Cristianismo, siempre ha pedido orar por los difuntos.
12 Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro?
Si esta interpretación no satisface: ¿conoce alguna que pueda responder la aparente incoherencia entre el séptimo mandamiento y este mandato y elogio a robar?
Catecismo de la Iglesia Católica
III LA PURIFICACION FINAL O PURGATORIO
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820: 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquél que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, dial. 4, 39).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su Padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).
Indulgencias
Al ganar una indulgencia plenaria se está matando cuatro pájaros de un tiro:
1. Se hace una obra que es buena para nuestra alma (por ejemplo, media hora de meditación bíblica)
2. Se hace una obra de misericordia por un alma del purgatorio.
3. Se cumple con los deseos del Papa
4. Se consigue un alma amiga que, libre del fuego del purgatorio, rezará por nosotros y por la Iglesia las 24 horas del día, con lo cual también:
5. Se “acelera” la Segunda Venida de Cristo para instaurar su Reino de Paz y felicidad plena (se acelera según nuestra percepción en el siglo pero ya está decretado cuándo será desde antes de la creación).
Ejemplos de obras plenamente indulgenciantes (con indulgencia plenaria si se completan las condiciones habituales abajo detalladas):
· Media hora de adoración al Santísimo,
· Media hora de oración con la Biblia (lectio divina) o,
· Rezar el Rosario en compañía, en voz alta y sin interrupción (5 misterios)
Al pecar es como si clavásemos un cuchillo en nuestro corazón (y dentro ensartamos también a Jesús y a María). Al confesarnos nos quitamos los cuchillos y alfileres que confesamos, uno por uno, pero la herida se va sanando/reparando con:
- cumplir la penitencia de la confesión
- el sufrimiento, no sólo las cruces de cada día sino también la mortificación buscada a propósito
- las buenas obras: Misas, oraciones, obras de misericordia espirituales y corporales, todo lo ofrecido para gloria de Dios (el trabajo, el deporte, el descanso, el sueño, todo puede ser ofrecido y convirtiendo el barro en oro, el ciento por uno en oro por los méritos de Jesucristo)
- Para lo que no terminamos de pagar en vida, por misericordia de Dios (sino no podríamos entrar a las bodas del Cordero sin el vestido impecable) lo podemos pagar después con los sufrimientos terribles del purgatorio (un fuego espiritual que realmente quema y supera todo suplicio imaginable en la tierra).
Una indulgencia plenaria borra todas nuestras deudas: ¡nos ahorra muchísimo sufrimiento que pagaremos tarde o temprano!
La indulgencia se puede ofrecer por un alma del purgatorio si es que se va a ganar otra para uno mismo antes de morir.
Rezar por las almas del purgatorio es una obra de misericordia fácil de hacer cada día. Las indulgencias parciales (como las de las oraciones al final del Catecismo, por ejemplo “Alma de Cristo”, “Miradme oh mi amado y buen Jesús” mirando un crucifijo) son como un balde de agua fresca. La plenaria, como sacarlas directamente de allí. Dicha alma, al salir del “horno”, rezará agradecidísima, por nuestras intenciones particulares y por la Iglesia, cara a Dios.
El poder de impetración de un alma bendita en la corte celestial es superior a tener todo un convento de monjas rezando por uno, porque no hay nada más unido a Dios que los que ya están en el Cielo y porque ellas rezarán las 24 horas del día, los 365 días del año no sólo hasta que nos muramos sino hasta el fin de los tiempos (más de 400 años!).
No te canses de sacar almas. Sabemos por revelación privada que todas las indulgencias plenarias ofrecidas no alcanzarán: hay almas predestinadas a quedarse en el purgatorio hasta el fin de los tiempos.
Por otra parte debemos gratitud a todos nuestros antepasados: sin ellos, y su apertura y apoyo generoso a la vida, no existiríamos. Imagina, si hace 200 años un antepasado nuestro se hubiera cerrado a la vida, millones no existiríamos. Recemos por nuestros antepasados. Ellos también querrán que esas oraciones bajen hacia su descendencia (nuestros primos y parientes). Uno puede pedir por un alma en particular pero Dios decide a quien aplicarla. De todas formas tarde o temprano la aplicará por quien pidamos. Hay que perseverar.
Es un grave error que los católicos digamos de un difunto que vivió en gracia: “ya sabemos dónde está” (por suponer que se fue derecho al Cielo). Por varias revelaciones sabemos que la inmensa mayoría va al purgatorio. Es rarísimo que una persona logre una indulgencia plenaria o reciba el viático (unción de los enfermos) al momento de la muerte o que no peque después (ver en el decenario la receta de Francisca Javiera para no pecar).
Eso sucede muchas veces porque no comprendemos qué es el pecado, porque estamos tan metidos en el barro que no vemos el patrón de pureza con el cual debemos compararnos. En especial pocos comprenden el pecado de omisión (ver el bien que puedo hacer o la perfección que puedo alcanzar y no luchar por lograrla). Hasta el santo más santo se confesaba. Hasta el Papa se confiesa una vez por semana. Lo que pasa es que cuando sacamos la cloaca de la casa, comenzamos a ver el polvo que se acumula todos los días por la naturaleza caída.
Volviendo al tema de la indulgencia plenaria, además de la obra indulgenciante es necesario:
- Estar en gracia al momento de realizarla
- Deseo genuino de conversión (desear la perfección en la caridad con odio al pecado más pequeño)
- Rezar por el Papa (al menos un Padrenuestro y un Avemaría)
- Comulgar (una comunión por obra, no más de una por día)
- Confesarse dentro del período de 7 días anteriores o posteriores (una confesión cubre 15 obras)
En un año puedes liberar 365 almas del purgatorio. En 10 años tendrás 3650 almas rezando incesantemente por ti y por la Iglesia. Una monja o un sacerdote podrá rezar por ti algún tiempo pero difícil que lo haga las 24 horas del día los 365 días del año. Imagina las bendiciones. Muchos Santos comentan la inmensa ayuda que recibieron de las almas que sacaron del purgatorio, no sólo en su propio crecimiento espiritual sino también en ayuda material.
Resumiendo, estando en gracia con propósito de conversión, para ganar una indulgencia plenaria por día, basta hacer:
- una obra indulgenciante (por ejemplo una de las tres arriba descriptas),
- rezar por el Papa diariamente (al menos Padrenuestro y AveMaría)
- comulgar diariamente
- confesarse cada dos semanas
¡ Ave María puríssima !
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