DE MARIMACHOS A LESBIANAS
Interesante articulo de varios que publicaremos para quienes quieran comprender estas problemáticas, sus orígenes y soluciones.
Gladiuis
El ideal femenino –creativo, expresivo, intuitivo,
receptivo, empático, conectado a la materia y al espíritu – de alguna forma se ha perdido.
Diane Eller-Boyko, Orientadora, ex lesbiana http://www.networktherapy.com/
Hasta donde le llegaba la memoria, “Jessica” había ocultado sus intensas obsesiones por las profesoras tras una personalidad dura y sarcástica. Cada día, después de la escuela primaria, cuando no estaba haciendo deporte con los chicos, se retiraba a su habitación para vivir en un mundo de fantasía: un lugar imaginario en el que ella era una protectora fuerte y heroica que “cuidaba de” su profesora preferida o de una pequeña vecina. Ahora y entonces incluso escribía sus fantasías en historias dramáticas, que escondió en un cajón de su dormitorio.
Por la época en que llegó al instituto, Jessica utilizaba el nombre de Jess y llevaba pantalones vaqueros de chicos, camisas de franela y zapatillas de cross. Ocultaba con cuidado su cuerpo femenino en desarrollo bajo gruesas capas de tela de color oscuro. Jessica era una atleta excelente, por lo que su concentración en el softball y en el lacrosse tenía sentido para todos. Lo que no tenía sentido, sin embargo, era su repudio iracundo de las faldas y los vestidos, la forma en que rehusaba permitir que su pelo le creciera por debajo de las orejas, y su no querer oír ningún tipo de sugerencias sobre maquillaje, perfume o ropa interior femenina. Se identificaba con las etiquetas de “lesbiana” y “tortillera” que con frecuencia escuchaba utilizadas como insultos en el campus del instituto.
Jessica era despectiva con su madre, a quien veía como una persona débil y la relación entre ellas era prácticamente inexistente. Parecía que la única cosa que ambas compartían era una desconfianza mutua. Su madre estaba tan abrumada por las exigencias para mantener la casa (y con frecuencia se quedaba acostada con brotes de depresión) que podía dedicarle poco tiempo a su hija con confusión de género. Era una mujer delicada y femenina, con frecuencia enferma, que pensaba que Jessica era simplemente una “marimacho rebelde e incurable.” Por otra parte, la chica idolatraba a su padre, que estaba ausente con frecuencia.
Jessica comenzó la terapia y me di cuenta de que era una chica sincera con un deseo genuino, bajo su apariencia defensiva, de comprender sus sentimientos conflictivos de aceptar su género. Después de un período de tiempo, me dijo que un tío suyo la había vejado sexualmente durante muchos años. La madre negó firmemente el repetido abuso sexual, que el propio hermano de la mujer había cometido aparentemente desde antes de que la niña tuviese cinco años. “¡Él nunca haría una cosa así!”, insistía. “Jessica sólo inventa historias para llamar la atención. Nunca se puede confiar en lo que te dice.”
El mayor conflicto en la raíz del lesbianismo, creo, es el rechazo inconsciente de su identidad femenina. Las mujeres que llegan a ser lesbianas suelen haber decidido, en un nivel inconsciente, que ser mujer es indeseable o inseguro. A veces, esto se debe a que la chica experimentó un abuso sexual temprano a manos de un hombre. Otras veces, (el escenario más frecuente) es porque su madre le parecía a la chica un objeto de identificación negativo o débil. La madre narcisista y controladora que fuerza a la chica a una conducta rígida y estereotipada (proporcionándole a su hija un objeto negativo de identificación) y la madre depresiva, víctima de abusos o inadecuada que proporciona un objeto débil de identificación femenina, son los dos escenarios más comunes observados entre las madres de lesbianas. Para algunas lesbianas, probablemente una pequeña minoría, los factores biológicos han colocado el escenario para una identidad conflictiva de género.
Una antigua cliente lesbiana, ahora casada y con hijos, describe la distribución desigual de poder que era un asunto definitorio dentro de su familia y un factor en su rechazo inconsciente para identificarse con la feminidad:
Siempre pensé en mi madre como una mujer débil, mientras que mi padre era fuerte y tenía una personalidad carismática. Todavía recuerdo pensar, cuando era muy joven, “no quiero ser como mamá.” También recuerdo decidir que iba a comportarme e incluso a parecerme a mis hermanos varones y a mi padre. Mis hermanos tenían muchos amigos y practicaban deporte, y mi padre era el responsable, el único que tenía trabajo, el único que tenía vida. Era simpático y sarcástico, y siempre parecía tener respuesta para todo. Mi madre se quedaba en casa y simplemente lo idolatraba.
Mi madre y yo nunca parecía que tuviésemos mucho que decirnos. Realmente nunca me comprendió y, mirando atrás, creo que tampoco intenté comprenderla nunca.
Jane Boyer, ex -lesbiana, también nos habla de su propia vida familiar temprana, que dice estaba dominada por un padre abusador. Como la mayor de cuatro hijos, Jane asumió el rol de cuidar de sus hermanos, incluyendo a su madre depresiva y hundida. Desarrolló una fuerte aversión hacia el rol de su madre como víctima pasiva:
Veíamos que mi madre recibía palizas de mi padre. Había mucha violencia doméstica. Como era la mayor de los cuatro, tomé básicamente el rol de cuidar de mi madre porque ella no sólo era alcohólica sino que se sentía muy infeliz.
Mi madre tomó un rol muy pasivo y había veces en que estaba bebida y lloraba con una bolsa de hielo en la cara. Toda su cara sangraba los ojos morados, y decía: “No sé si dejarle,” y cosas así.
Luego, tan pronto como tuvo cinco años, Jane se encontró admirando a las mujeres fuertes y masculinas que conocía: el opuesto exacto de la mujer abusada de su familia a la que había decidido no emular jamás. En la vida posterior, llegó a comprender que su madre probablemente lo había hecho lo mejor que pudo con los problemas abrumadores que afrontaba. Pero simplemente igual, dijo Jane: “Sé que hubo muchas, muchas veces en las que simplemente odiaba lo que veía en ella. Incluso sus hermanas eran en cierto sentido como ella. Eran pasivas y débiles y no tenían ni un poco de valor.” Así que lo que Jane decidió (inconscientemente) cuando era una niña fue que si esto es lo que significa ser mujer, no quiero serlo. Como explicaba: “Las mujeres, para mí, simbolizaban debilidad; (…) mientras crecía, cuando me implicaba con otras mujeres, estas mujeres eran muy masculinas, lesbianas y muy duras.”
Cuando sus padres discutían, ella se posicionaba con su padre, un fenómeno que Freud llamó “identificación con el agresor.” Esto es un mecanismo primitivo de supervivencia psicológica que es el equivalente de decir: “Si alguien me hiere, seré como él para que no me hagan daño. Seré la responsable.” Como explica: “Mi padre solía decir continuamente cosas degradantes sobre las mujeres. Mi padre odiaba verdaderamente a las mujeres. Eran objetos sexuales. Solían llamar a las mujeres con la palabra ‘c…’ y la palabra ‘p…’.” Como explica Jane: “Él (papá) era poderoso, tenía el control. Ella era débil, no tenía poder. Yo no quería tener nada que ver con eso.”
Jane más tarde se casó y adoptó un hijo pero continuó encontrándose atraída románticamente por mujeres “masculinas”, con las que era vulnerable a desarrollar una fuerte dependencia emocional. Una noche, sólo por diversión, una amiga la animó a ir con ella a un bar de lesbianas y Jane pronto se vio atrapada en un estilo de vida que por poco rompe su matrimonio. Se encontró arrastrada continuamente hacia la mujer “muy fuerte, muy resistente” del tipo de todo lo que su madre no había sido. “Cuando estábamos juntas,” decía de sí misma y de sus amantes, “(la gente) siempre nos miraba como a un hombre y a una mujer.”
En un cierto punto, llevada por el alcoholismo y por una severa depresión, Jane acudió a un psicoterapeuta para ver si había alguna forma de poder reconciliar su vida familiar, su fuerte fe religiosa, su matrimonio y sus atracciones hacia el mismo sexo. “Me habían dicho que había nacido así, por lo que pensé: Vaya, si había nacido así, tenía que dejar a mi esposo y hacerle daño a mis hijos, (…) porque la gente me decía que si volvía con mi marido, nunca encontraría la paz.”
La terapeuta, que era lesbiana, le dijo a Jane que para ser honesta con ella misma debía vivir abiertamente su lesbianismo. Decía Jane:
Pero cuando finalmente me fui de allí, estaba convencida de que ella no tenía paz. Hablaba de los hombres diciendo cosas como: “¡Simplemente porque tienen pene…! Y siguió y siguió: muchos asuntos sin resolver con los hombres, (…) mucha ira hacia los hombres y muchos asuntos sin resolver con su madre, también. Muchas heridas (…)
Así que salí de esa cita pensando: “Ella no está en paz. Está viviendo su ruptura, eso es lo que está haciendo ella. No se ha dado cuenta de nada.
Fue por medio de su fe religiosa como al final Jane llegó a la convicción que produciría el cambio de vida: que “el amor lésbico es una falsificación, y estamos muy lejos de estar contentas fácilmente con la falsificación.”[1] Jane decidió que más que “vivir abiertamente su ruptura,” dejaría a su amante lésbica y trabajaría hacia el cambio, hacia volver a dedicarse a su matrimonio.
LA PSIQUE FEMENINA HERIDA
La homosexualidad masculina tiende a seguir un modelo de desarrollo relativamente predecible, como hemos explicado en los capítulos anteriores. Pero el lesbianismo es menos predecible y tiene más probabilidad de alternar, durante la vida de la mujer, con periodos de heterosexualidad. Muchas lesbianas creen que su sexualidad es una opción que hicieron como consecuencia de sus intereses políticos feministas. No obstante, creo que el camino más común hacia el lesbianismo es una situación de vida que crea una actitud profundamente ambivalente hacia la feminidad, expresando el mensaje interno de “no es seguro ni deseable ser mujer.”
Puede que esta psique femenina herida sea la causa de por qué tantas lesbianas son campeonas de causas políticas feministas. La psicoterapeuta Diane Eller-Boyko, ex -lesbiana casada, observa:
Nuestra cultura honra especialmente lo masculino: la fuerza, el dominio, el logro, el esfuerzo. Eso crea en muchas mujeres una grieta neurótica de sus naturalezas auténticas. La mujer reprime la herida y el dolor interiores y empieza a identificarse con lo masculino. Está fuera de los lugares no sanados de la psique femenina herida, que se vuelve agresiva y ruidosa. Muchas mujeres están hoy deprimidas, calladas y estresadas.
El lesbianismo se alía de forma natural con el feminismo. En la comunidad lesbiana se oye: “No necesitas un hombre, lo puedes hacer tú sola.” O: “¿Que qué buenos son los hombres? Sólo quieren una cosa. ¿Quién los necesita?” Esto, combinado con una actitud rebelde hacia la idea de la receptividad, es parte del lesbianismo.
Porque la receptividad es la esencia de lo femenino. Más que llevar a cabo una guerra contra los hombres, debemos devolver el espíritu de dar vida de lo femenino.
Sin saberlo, muchas madres transmiten a sus hijas una imagen nada atractiva de la feminidad. Como explica Eller-Boyko:
Las madres que no pueden honrar lo femenino en sus propias naturalezas se vuelven no disponibles, embotadas, deprimidas, iracundas, compulsivas: –viven con rituales neuróticos que utilizan para llenar el vacío de su existencia. Sus hijas son heridas con esto. Y por lo tanto, sus hijas llevan esta herida al espíritu femenino durante otra generación.
Puede que una mujer joven así, busque una conexión más profunda con lo femenino por medio de una intensa relación con el mismo sexo. Las mujeres buscan de forma natural la creatividad, la tranquilidad, un sentimiento de estar centradas. Pero, dice Eller-Boyko, cuando una mujer privada de género intima con otra mujer, “puede que los sentimientos lésbicos afloren debido a que ella lo sienta como sexual. Esa experiencia emocional y rica se sexualiza. Pero no se trata tanto de sexualidad.”
Lo que hace sentirse tan bien en una relación lésbica es que una mujer es “satisfecha” y conecta con lo que ha perdido el contacto: su propia feminidad:
La conexión con otra mujer la lleva a su propia vida interior, a esa parte de sí misma en la que comienza a experimentar su propia naturaleza femenina. (…)
Pero cuando una mujer ha rechazado su propia feminidad, paga un precio. Cuando busca unirse a otras mujeres, está buscando unirse consigo misma; y este tipo de unión, al final, no sanará a la psique. Con otra mujer, tendrá solamente la ilusión de la globalidad. La “sombra” –que representa las necesidades reales de desarrollo que nunca fueron satisfechas –continuará atormentándola. [2]
UNA DINÁMICA FAMILIAR EN EL LESBIANISMO:
EL SISTEMA FAMILIAR NARCISISTA.
La psicoanalista Elaine Psiegel, Ph. D, es una antigua analista supervisora del Centro de Educación Psicoanalítica de Nueva York y la autora de Female Homosexuality: Choice Without Volition.[3] Siegel dice que sus pacientes lesbianas encajan en un modelo sorprendentemente predecible: Crecieron en sistemas familiares narcisistas que “intentaron forzar sus identidades emergentes hacia formas rígidas e idealizadas de conducta extrañas a ellas.”
Tras haber sido moldeadas y manipuladas por las expectativas de sus padres, dice, estas mujeres experimentaron una “severa detención en el desarrollo del ego.” Al rechazar a sus madres como objetos de identificación, estas mujeres rechazaron también la feminidad que sus madres representaban. Siegel decía que sus pacientes lesbianas habían sido incapaces de completar con éxito la fase de separación e individualización durante la que el niño establece un sentido de sí mismo separado, seguro e individual.
A pesar de tener personalidades en apariencia bien adaptadas, “eran incapaces de identificarse con cualquiera de los progenitores”, y en un sentido psicodinámico, nunca “poseyeron” sus propias anatomías femeninas. No todas sus pacientes habían sido abiertamente poco femeninas pero todas mostraban señales de conflictos de género. Dentro de las tensiones de un sistema familiar narcisista, en la que se espera que la niña satisfaga las expectativas de los padres y donde nunca aprende quién es como individuo separado, muchas de estas mujeres han luchado durante mucho tiempo con la incertidumbre y la confusión a la hora de forjarse sus propias identidades personales.[4]
Aunque Siegel es consciente de que este modelo de familia no explica todas las formas de lesbianismo, se asombra sin embargo ante los rasgos comunes que encontró entre las pacientes de su propia consulta. Ha dicho palabras claras para describir a las madres de las mujeres lesbianas que vio en su consulta:
La niña pequeña que se vuelve hacia la homosexualidad nunca tiene una oportunidad de crearse a sí misma. Es una creación de su madre, cuyo amor propio se propuso realzar. (…)
Las madres parecían utilizar a sus hijas como extensiones de sí mismas a veces desesperadamente necesitadas y a veces desesperadamente repudiadas (…)
Cuando estas niñas pequeñas intentaron volver a sus papás, no les fue mucho mejor. Preocupados por sus asuntos de trabajo, los hombres prestaban esporádicamente atención a sus hijas, las sobre-estimulaban y luego parecían olvidar que ellas estaban a su alrededor.
(…) Estos padres, cuando se tomaron el tiempo de reaccionar del todo, respondieron a sus hijas como si estas fuesen personas que tuviesen que ser hechas según su propia imagen masculina.
Siegel describe a las madres de sus clientes lesbianas como generalmente inmaduras, emocionalmente frágiles y distantes de las necesidades de sus hijas. No trataban a sus hijas como personas completas y separadas sino como extensiones narcisistas de sí mismas y, como tales, esperaban que sus hijas satisficieran las propias necesidades de las madres. Como consecuencia, estas chicas nunca desarrollaron un sentido estable de identidad o género.
En la infancia, las clientes lesbianas de Siegel proporcionaron los siguientes indicadores de conflicto de género:
Ninguna de ellas, cuando eran niñas, estaba interesada en jugar con las muñecas o en los juegos usuales de familia y tenía una marcada aversión hacia la ropa femenina normativa.
Un indicador muy fuerte para la preocupación es el rechazo de una chica a orinar sentada o insistir en estar de pie mientras orina. Otras causas de preocupación seria es su aserción de que tiene o de que tendrá pene, o en las chicas mayores, que no quieren que les crezca el pecho o menstruar.[5]
Las clientes lesbianas de Siegel que habían sido incapaces de identificarse con sus madres, en la adultez buscaron reparar las imágenes de su cuerpo defectuoso buscando una compañera íntima que fuese similar a ellas. Como eran incapaces de integrar sus órganos sexuales en la imagen de su cuerpo, estas mujeres desarrollaban también una negación profunda de las diferencias de género (“las mujeres pueden hacer todo lo que hacen los hombres”, “¿quién necesita a un hombre?”). Esta actitud es llevada con frecuencia a una posición política de feminismo radical y de resentimiento hacia los hombres en el poder.
En mi propia consulta con hombres, he encontrado este mismo tipo de fenómeno: una negación del cuerpo masculino en mis clientes homosexuales varones. De hecho, Siegel y yo estamos de acuerdo en que una tarea terapéutica primaria es la necesidad tanto de las lesbianas como de los hombres homosexuales de “reivindicar” sus cuerpos femeninos o masculinos, de los que se han excluido emocionalmente, como parte de su sentido fundamental de identidad.
LA SECUELA: NARCISISMO DE GÉNERO
El “narcisismo de género,” dice el psicoanalista Gerald Shoenewolf, es una condición por la que una persona “toma su propio cuerpo como objeto de deseo.” Schoenewolf ve esto como el síndrome fundamental que caracteriza la condición homosexual: “El narcisismo de género se desarrolla como reacción a sentimientos de inferioridad sobre el propio género, y se podría definir como amor o preocupación excesivos por el propio género, los propios genitales, o la propia identidad de género, y una aversión hacia el otro sexo.”[6]
Con frecuencia vemos a gays y lesbianas uniendo fuerzas en el frente político para protestar contra el patriarcado. La lesbiana que se siente herida en su espíritu femenino –insegura de reivindicar su naturaleza femenina– será arrastrada poderosamente a un movimiento político que refuerza “el poder de la mujer” y que condena el patriarcado. Une fuerzas con el gay, que comparte su ira porque ha sido herido por sus compañeros y se ha sentido aislado de la compañía masculina, particularmente en relación con los hombres heterosexuales en el poder. Así que la alianza política gay-lesbiana en apoyo de los objetivos feministas no es sorprendente:
Un número de [pacientes] homosexuales tanto femeninos como masculinos habían politizado sus sentimientos sobre la homosexualidad. No sólo era idealizado su género sino también la homosexualidad. Los homosexuales defendían que eran más sensibles, más humanos, más refinados y más morales que los heterosexuales. “Si los heterosexuales fueran tan pacifistas como los gays, el mundo sería un lugar mejor”, era un sentimiento expresado con frecuencia.[7]
MÁS SOBRE LA DINÁMICA FAMILIAR
Como Siegel ha señalado, una madre narcisista que interfiere con la separación e individuación de su hija puede propulsar a la chica en dirección al lesbianismo. Pero también otro camino hacia el lesbianismo es la experiencia del daño severo llevado a cabo por un varón, que transmite el mismo mensaje interno: “Es inseguro ser mujer.” Como psiquiatra, Richard Fitzgibbons explica:
Un número de mujeres que se vieron implicadas en relaciones del mismo sexo tenían padres que eran emocionalmente insensibles, alcohólicos o abusadores. Esas mujeres, como consecuencia de experiencias dolorosas de la infancia y de la adolescencia, tienen buenas razones para temer ser vulnerables a los hombres (…)
Las mujeres que han sido víctima de abusos sexuales o han sido violadas cuando eran niñas o adolescentes puede que tengan dificultad o que les sea imposible confiar en los hombres. Pueden, por lo tanto, volverse a las mujeres por afecto y para satisfacer sus deseos sexuales.[8]
El Dr. Charles Socarides está de acuerdo en que la chica que siente atracciones lésbicas abriga un sentido de inadecuación de género: “En mi consulta, he encontrado que las lesbianas tuvieron profundos sentimientos de inferioridad cuando eran niñas. Cualquier cosa que los padres puedan hacer para que los chicos se sientan orgullosos de su identidad –como hombres jóvenes, como mujeres jóvenes- ayudará al proceso [del tratamiento].[9]
EL RECHAZO DEL PROPIO GÉNERO
Se ha prestado poca atención médica al fenómeno de ser poco femenino en las chicas debido a que hay bastante menos chicas con desorden de género que chicos. Y las chicas varoniles no atraen el mismo grado de preocupación que los “chicos afeminados.” En la cultura contemporánea a las chicas se les permite una mucha mayor amplitud en una amplia gama de inconformidad de género, mientras que los chicos afeminados han sido (y continúan siendo) rechazados o marginados. Por tanto, la chica debe demostrar una conducta más extrema de cruce de género que el chico para que sus padres busquen ayuda profesional para ella.
Otro tema es que la conducta poco femenina en las chicas es en realidad con frecuencia una fase de paso, mientras que la conducta amanerada o afeminada en los chicos no suele serlo.[10] Muchas chicas normalmente se comprometen, o incluso prefieren, actividades masculinas durante sus años de la infancia, mientras mantienen todavía una identidad femenina básica. Posteriormente, estas chicas expandirán progresivamente sus intereses femeninos mientras se acercan a sus años de la adolescencia.[11] Por tanto, como dice la Dra. Selam Fraiberg en su libro clásico sobre los niños: “Es sólo cuando la personalidad de una chica es dominada por tendencias masculinas y se repudia la feminidad cuando tenemos que sentir alguna preocupación por el desarrollo futuro” de la niña.[12]
Para un pequeño porcentaje de niñas, la conducta poco femenina y el rechazo de su feminidad continúa en la adolescencia. Estas chicas tienen más probabilidad de ser transexuales o lesbianas.[13] La fuerte rivalidad con los hermanos y los demás chicos, especialmente en la esfera de lo físico-atlético, es otra indicación de que pueden existir dificultades duraderas de ajuste de género.
El Dr. George Rekers describe un caso de una niña poco femenina a la que le prescribieron un tratamiento:
A Becky le fue prescrito un tratamiento psicológico a la edad de siete años once meses, por una enfermera especialista en psiquiatría que la había evaluado a petición de la madre de la niña. Becky tenía dos hermanas menores, de 2 y 6 años de edad. El padre de la niña estaba ausente del hogar debido a su divorcio.
Durante tanto tiempo como la madre podía recordar, Becky había estado vistiendo exclusivamente pantalones de chico y con frecuencia se ponía botas vaqueras. Al mismo tiempo, rechazaba con consistencia cualquier ropa femenina como vestidos y no tenía ningún interés en las joyas femeninas.
El único uso de artículos de cosmética femenina que su madre podía recordar consistía en pintarse varias veces bigote y /o barba en la cara. Becky parecía “masculina” en sus gestos, maneras y andares. Dijeron que ocasionalmente se masturbaba en público y rozaba su cuerpo contra otras niñas en su grupo de compañeras. Con frecuencia emitía una voz muy grave para que pareciese la de un “hombre.”
Repetidamente expresaba su deseo de ser un niño y adoptaba roles masculinos en los juegos. Definitivamente prefería la compañía de niños como compañeros de juegos y no interactuaba muy bien con las demás niñas. Su conducta era descrita como excesivamente agresiva. Tenía una pobre relación con su hermana de 6 años, que mostraba una preferencia normal por los juegos femeninos. [14]
La Dra Elaine Siegel afirmaba que sus pacientes lesbianas nunca jugaban a los típicos juegos de niñas, como vestir muñecas y jugar a las casitas sino que más bien los sustituían por juegos y deportes activos más típicos de los niños. Describe el tratamiento de tres clientes suyos que experimentaban confusión de género. Mientras que todos ellos sabían cuál era su sexo biológico –es decir, comprendían intelectualmente que eran varones o hembras- no comprendían lo que suponía ser un niño o una niña en el contexto de sus propias vidas. De hecho, dice, muchas de sus clientes se alejaban con énfasis de su naturaleza femenina con una actitud que Siegel llama “triunfo omnipotente”: un rechazo frontal de su feminidad.
LOS ROLES DE MADRES Y PADRES
El Dr. Robert Stoller, investigador pionero de los problemas de identidad de género en niños de ambos sexos, dice que si uno desea promover la identidad de género de una chica, debería existir una cálida intimidad madre–hija, además de un padre que no promueva que su hija se identifique con él. De hecho, una relación sana con la madre proporciona la base más importante para la incorporación de la feminidad y la heterosexualidad.
En el estudio de Stoller de un grupo de mujeres muy masculinas, encontró en general muy poca intimidad emocional con la madre y demasiada relación con el padre.[15] En algunos casos, el padre estaba decepcionado por tener una hija y la trataba como si fuese un hijo, teniendo como consecuencia la “elección forzada” de abandonar sus aspiraciones femeninas para conseguir el amor del padre.
DEPRESIÓN AGUDA EN LA MADRE
Algunos estudios de chicas con molestias severas de género descubren con frecuencia una interrupción traumática en el temprano vínculo madre-hijo. Esto parece deberse, en la mayoría de los casos, a una depresión aguda en la madre. El padre –asumiendo la educación de la niña donde la madre se ha retirado- ve a su hija como una “amiga,” animándola a comportarse como él y a compartir sus intereses masculinos. Con poca influencia por parte de la madre, estas niñas con frecuencia se masculinizan a más tardar a la edad de tres o cuatro años.
Una historia de depresión materna aguda era prominente en las historias
de veintiséis chicas con DIG cuyas historias fueron narradas por Zucker y Bradley. Casi el 77% de las madres tenía historias de depresión, y todas habían estado deprimidas durante los años de la infancia de sus hijas, durante el periodo sensible del desarrollo de la identidad de género. Aquí vemos el fenómeno de la madre como objeto de identificación negativo o débil. Estos investigadores ofrecen una imagen detallada:
Las niñas tuvieron dificultad para establecer un contacto emocional con sus madres. En algunos casos, nos parecía que una niña o fracasó en su identificación con su madre o se des-identificó de ella porque la percibía débil, incompetente o desamparada. En efecto, muchas de las madres devaluaron su propia eficacia y consideraron el rol del género femenino con desdén. (…)
En un número menor de casos, parecía que la “enfermedad médica significativa” de la hija o un temperamento difícil durante la infancia había perjudicado la relación con su madre.[16]
La madre que ha sufrido abusos por parte de los hombres probablemente transmitirá el mensaje de que es arriesgado ser mujer:
Seis de las madres tuvieron una historia de abuso sexual grave y crónico de naturaleza incestuosa. La feminidad de esas madres siempre había sido nublada por esta experiencia, que las hizo bastante cautelosas sobre los hombres y la masculinidad, y que creó una disfunción sustancial en sus vidas sexuales.
En términos de transmisión psicosocial, el mensaje a las hijas parecía ser que ser mujer era inseguro. Las madres tenían mucha dificultad para inculcar a sus hijas un sentido de orgullo y confianza en el ser mujer. [17]
EL ROL DEL PADRE
El rol apropiado del padre en el desarrollo de la identidad femenina de su hija es reflejar, con respeto y aprecio, la diferencia entre el género de su hija y el suyo. Al mismo tiempo, le proporciona amor y consideración positiva para que la chica sienta que merece el amor de otro hombre. Como contraste, el padre ausente o distante dificultará la habilidad de la chica de percibir a los hombres con exactitud y distorsionará su idea de lo que vale realmente y de lo que debería esperar de una relación con un hombre.
A veces vemos también el famoso fenómeno psicológico, mencionado anteriormente, de “identificación con el agresor.” Cuando el padre o hermanos mayores victimizan a la familia y cuando la madre se siente sumamente abandonada por su marido y que no se puede defender por sí misma, puede que la hija tome la decisión inconsciente de que es inseguro reivindicar su identidad femenina y de colocarse así en una posición similar de vulnerabilidad. En vez de ello, para evitar la ansiedad abrumadora, la chica rehúsa identificarse con la indefensión de la madre y como defensa se identifica con la misma masculinidad que teme.De forma nada sorprendente, muchas niñas con problemas de género, según dicen Zucker y Bradley, “están predispuestas al poder, a la agresión y a las fantasías de protección.”[18] Cuando son adultas, estas mujeres pueden verse implicadas en el sadomasoquismo y en actividades sexuales de “dominación” o “leather.” Estas actividades representan un conflicto inconsciente de acercamiento-evitación que tienen que ver con los asuntos del género. La chica que no ha podido realizar una identificación satisfactoria con un objeto de amor del mismo sexo (la madre) abrigará la ira reprimida contra lo que ama porque, por una parte, lo desea pero, por otra, ha sido dañada por este.
El sadomasoquismo es, de hecho, algo común dentro de la comunidad lésbica. Como ha observado una psicoterapeuta activista lesbiana:
No puedo recordar el momento exacto en el que empecé a darme cuenta de que muchas de nuestras publicaciones lésbicas, antologías eróticas, conferencias y libros se referían al sadomasoquismo de una forma positiva eróticamente o de aprobación.
De repente, parecía que el sadomasoquismo se hubiera establecido, incluso celebrado, particularmente entre jóvenes lesbianas. Los azotes, cadenas y juegos de rol de ama -esclava no parecen asombrarnos como antes…
En vez de desafiar al sadomasoquismo, muchas lesbianas lo abrazan como glamuroso e “in”, una forma de ser del “sexo positivo” y del “homosexual agresivo”. [19]
La autora de estas observaciones de arriba, debe decirse, está molesta por la popularidad creciente del sadomasoquismo en la comunidad lésbica, no porque viole una norma moral de decencia, como apunta para asegurar al lector, sino porque el sadomasoquismo amenaza los objetivos políticos de la comunidad lésbica. Está preocupada de que la práctica “refleje y perpetúe actitudes opresivas contra la mujer, las minorías y la gente desfavorecida económicamente de nuestra sociedad.”[20]
EL ESPECTRO DEL ABUSO SEXUAL
Una pobre relación de una niña con su madre y una interacción insana con el padre son ciertamente asuntos clave en su confusión de género. Pero las informaciones de asesores ex–gay y de líderes de ministerio experimentados apoyan consistentemente la observación de una frecuencia media más alta de abuso sexual por un hombre en la infancia.
Los líderes de ministerio ex–gay Anita Worthen y Bob Davies han encontrado que en las historias de lesbianas que han conocido o asesorado, el abuso sexual es uno de los denominadores comunes encontrados:
En las mujeres, el abuso puede conducir a un profundo temor e incluso odio hacia los hombres si el perpetrador es un hombre. Los hombres ya no son “seguros”. La necesidad profunda de la mujer de conectar con otro individuo la conduce a relaciones íntimas con otras mujeres, con frecuencia mujeres que han sido heridas de modo similar. Esto establece el escenario para que tenga lugar el vínculo lésbico. [21]
El trauma de la violación sexual puede tener repercusiones enormes en la vida de una mujer joven. Desde la perspectiva de la chica, su feminidad provoca de alguna forma el abuso sexual. Como consecuencia, en defensa propia, la chica debe abandonar la parte vulnerable y femenina de sí misma. Generalmente, este rechazo de su identidad femenina es una opción inconsciente.
RELACIONES LÉSBICAS Y DEPENDENCIA EMOCIONAL
Las amantes lesbianas, según observan algunas ministras ex–gay, pueden tomar una cualidad de “idolatría relacional.” A diferencia de las relaciones característicamente abiertas de los gays, el vínculo entre dos mujeres tiende a implicar un intenso enredo. La psicoterapeuta Andria Sigler-Smalz, antigua lesbiana que ahora se encuentra casada, describe la naturaleza de esas relaciones:
Las relaciones femeninas se inclinan hacia la exclusividad sexual más que hacia la inclusión y no es inusual que una pareja lesbiana reduzca progresivamente el contacto con los miembros de la familia y amigos anteriores. Esta retirada gradual sirve para asegurar el control y protegerse de la separación y de las amenazas percibidas hacia su frágil vínculo. (…)
El impulso propulsor en la relación lésbica son los déficits emocionales y de cuidado y protección por parte del mismo sexo de la mujer y estos déficits no se sexualizan generalmente en el mismo grado como hemos visto en la homosexualidad masculina. Para la mujer homosexual, la “atracción emocional” juega un rol más crítico que la atracción sexual (…)
Dentro de estas relaciones parece haber una capacidad de vínculo particularmente fuerte. Sin embargo, una mirada más cercana revela conductas que indican un vínculo relacional frágil vivido con miedo y ansiedad. (…) Por ejemplo, vemos miedos de abandono y al mismo tiempo de dependencia, luchas que implican poder (o carencia de poder) y control, y deseo de salir con otra persona para conseguir un sentido de seguridad y significación.
Mientras que las parejas lésbicas son generalmente de mayor duración que las de los gay, tienden a estar cargadas de intensidad emocional y mantenidas juntas por el “pegamento” de los celos, la sobre-posesión y varias conductas manipuladoras.
Durante el transcurso de la relación, los “altos” son muy altos y los momentos de conflicto, extremos. Excesivo tiempo juntas, telefoneo frecuente, tarjetas o regalos desproporcionados, irse a vivir juntas o tener una cuenta conjunta apresuradamente son algunas de las formas con las que se defienden de la separación. En esas relaciones, vemos la falsificación del vínculo sano, es decir, la dependencia emocional y sobre-enredo. (…) A menudo hay una cualidad desesperada para la atracción emocional en las mujeres que luchan con el lesbianismo.[22]
Hablando en general, las mujeres descubren su orientación sexual más tarde en la vida que los hombres. Puede que esto se deba a varios factores; particularmente, a que las chicas tienden a ser menos activas sexualmente que los chicos y a que una identidad lesbiana suele emerger gradualmente y desde dentro del contexto de vínculos emocionalmente profundos, y no es tanto una consecuencia de la experimentación sexual. Los chicos, por otra parte, probablemente, son más conscientes de su homosexualidad por medio de encuentros sexuales breves y experimentales.[23]
TRANSEXUALIDAD
El conflicto de género en las chicas no es siempre observable externamente bajo la forma de conducta “lesbiana” y de masculinidad. Algunas lesbianas, en efecto, son bastante femeninas. Sin embargo, la masculinización en algunas chicas puede ser extrema.
Un ejemplo de una chica adolescente con confusión extrema de género es “Cindy.” Su rechazo a la identidad de género la condujo no sólo ya al lesbianismo sino además a un rechazo mucho más dramático: al de su propio cuerpo.
Cindy tenía catorce años y vivía con su madre en una comunidad rural. Su madre nunca había estado casada pero vivió esporádicamente con unos cuantos amigos durante esos años. Cindy no se acordaba de su padre y casi no había experimentado el afecto de ninguna figura masculina adulta.
Cuando Cindy apareció por primera vez en mi consulta, llevaba una camisa claramente masculina de una talla demasiado grande, pantalones vaqueros azules descoloridos y botas. Se sentó con las piernas separadas y con los codos en las rodillas. Su inflexión de voz y su forma de comunicarse eran bastante masculinas, así como sus gestos y maneras. A veces yo tenía que recordarme a mí mismo que en verdad era una chica.
Cindy me dijo con orgullo que nunca nadie había sido capaz de hacer que se pusiera un vestido. Dijo que se sentía (y quería ser) como un chico toda su vida. Un reciente programa de televisión sobre las operaciones de cambio de sexo femenino a masculino le había fascinado y ahora se encontraba simplemente “esperando en casa” hasta poder mudarse y hacerse la operación.
Cindy afirmó que tenía un vínculo emocional profundo con otra chica y que éste era sexual. Ella misma no era gay: era simplemente un chico que, como cualquier otro chico, quiere a su novia. Esto no sonaba tanto a rebelión ni a deseo de escandalizar como a afirmación enfática y sin compromiso de convicción personal.
Al tiempo que Cindy parecía inteligente, sus estudios eran pobres. Un problema particular en el colegio era que insistía en ir al baño de los chicos. Sus interacciones sociales se limitaban enormemente a los demás chicos del colegio. A la primera oportunidad le recordaba a la gente que su nombre no era Cindy sino Rick, un nombre que había tomado en honor de una estrella de rock varón al que admiraba. Se disgustaba con cualquier cosa femenina, incluyendo su propia maduración física como mujer y llevaba una chaqueta de leñador para ocultar sus pechos, que decía que odiaba.
La amplia mayoría de sus compañeros de colegio rechazaba a Cindy. Sus pocos amigos varones eran los rebeldes, la franja radical, los excluidos y los drogadictos. De forma nada sorprendente, padecía frecuentes episodios depresivos acompañados de pensamientos suicidas. Afirmaba repetidamente que debía vivir como un varón o se mataría.
Este es un caso subrayable e instructivo pero la historia de Cindy es muy extrema. En un caso así la tarea del terapeuta es clasificar la mezcla de factores biológicos y psicológicos que causan la dificultad del paciente y determinar si la cliente quiere trabajar para reivindicar su naturaleza femenina, en cuyo caso la terapia de reorientación le servirá de gran ayuda. Muchas clientes con problemas severos de género buscan un terapeuta que les apoye en las operaciones de cambio de sexo, cosa que nosotros no hacemos. La mutilación del cuerpo, creemos, no proporciona respuestas a largo plazo.
NECESIDADES DE AFECTO INSATISFECHAS
Algunas lesbianas no padecen tanto de necesidades básicas de identificación insatisfechas como de deseos de ser protegidas y cuidadas sin satisfacer. Estas mujeres retienen una necesidad inconsciente de reparar un vínculo frágil de madre-hija. Para ellas, se trata de un déficit de ser protegidas y cuidadas por el mismo sexo. La terapeuta (y ex–lesbiana) Diane Eller-Boyko explica este deseo insatisfecho, que ella llama su “propia historia personal”.
Una cliente (…) me dirá: -en palabras más o menos como estas-: “Conectar con otra mujer lo sentía como un antiguo deseo satisfecho. Un regreso.” Cuando oigo esto, sé que algo de lo femenino ha desaparecido en su interior. El ideal femenino –creativo, expresivo, intuitivo, receptivo, empático, conectado a la materia y al espíritu- de alguna forma se ha perdido.
Al enamorarse de otra mujer, lo que realmente busca es conectar con ella misma. Mirando al lesbianismo en desarrollo, sugeriría que busca unirse con el arquetipo de la “buena madre.”[24]
Como explica Ellen-Boyko, muchas mujeres lesbianas que buscan cambiar no persisten en la terapia. Para ellas, dejar la conexión emocional lésbica parece demasiado amenazante; como la muerte. Afirma:
Podemos decirle a un chico adolescente: “Bien, puedes satisfacer tus necesidades emocionales pero no tiene que ser de forma sexual.” Una chica, por otra parte, puede percibir que el terapeuta le está pidiendo que deje una relación de la que se siente profundamente dependiente y necesitada. Muy probablemente siente como si no pudiese vivir sin su amor interesado u “otra significativa.”
Puede que una lesbiana diga: “Cuando me implico sexualmente, es el único momento en el que me siento amada e importante para alguien.” Particularmente para la chica que ha sufrido abuso sexual, la relación lésbica le ofrece un sentido de control en la relación con la otra persona. Estas chicas ven su sexualidad lésbica como una forma de obtener el dominio de una situación amenazadora. Es el único momento en que se sienten “seguras” con su sexualidad.
LISTA DE COMPROBACIÓN DE PREGUNTAS SOBRE LAS HIJAS
La siguiente es una lista de preguntas para padres que sospechan que su hija pueda sufrir confusión de género. Reflexione sobre las siguientes preguntas y luego discútalas con su cónyuge y, si es posible, con un terapeuta cualificado. Esta lista no abarcará a todas las chicas pre-lesbianas, debido a que las raíces del lesbianismo son más complejas que las de la homosexualidad masculina, pero proporcionan un punto de comienzo importante:
1. ¿Es su hija atípica de género de forma marcada?
2. ¿Rechaza su anatomía sexual?
3. ¿Acude a su madre con preguntas? ¿Le pide a su madre que haga cosas con ella? ¿Le enseña a su madre los juguetes, juegos y actividades, o prefiere ir al padre? ¿Tiene una relación cálida y cómoda con su madre? ¿Disfruta haciendo “cosas de chicas” con su madre?
4. ¿Hasta qué grado interactúa y se relaciona su hija cómodamente con las demás niñas?
5. ¿Rechaza su hija firmemente la posibilidad de querer casarse y tener hijos algún día?
6. ¿Cuándo y con qué frecuencia ha observado usted cualquiera de las siguientes conductas?
· Vestirse como un niño y rechazar alguna ropa femenina.
· Gestos y maneras, incluyendo la inflexión de la voz, del sexo opuesto.
· Preferir actividades y juguetes del sexo opuesto.
· Rechazo o falta de interés por las niñas y sus juegos.
· Insistencia en utilizar un nombre de chico.
7. ¿Estimula el padre a la chica en el desarrollo de su feminidad?
AUTOBIOGRAFÍA DE CHASTITY BONO
Los artistas Sonny y Cher se divorciaron cuando su hija Chastity tenía cuatro años de edad. Como nos cuenta Chastity en su autobiografía, Family Outing, se encontró emocionalmente golpeada entre una madre distante que no le daba aprobación, propensa a explosiones impredecibles de ira, y un padre generalmente indisponible. Chastity, que hoy se auto-define como lesbiana, explica cómo sus padres la enredaron en sus disputas matrimoniales como una forma de regresar el uno al otro:
De alguna forma, creo que fui el hijo que mi padre nunca tuvo. (…) Cuando mi padre estimuló mi poca feminidad, mi madre se molestó. Creo que de alguna forma sacaban fuera su frustración con el otro utilizándome a mí: mi padre agravaba a mi madre alentando mi conducta masculina, y mi madre se incomodaba cada vez más conmigo porque me veía adoptando la apariencia de mi padre.[25]
Cher estaba triste por la forma masculina de vestir de su hija y su carencia de amigas e intentaba, sin éxito, persuadir a Chastity de que se pusiera falda para ir al colegio. De hecho, en un momento dado, Chastity “juró no ponerse nunca más nada femenino.” Claramente, los marcadores del futuro lesbianismo estaban ya allí.
CUANDO UNA CHICA ES LLEVADA A LA TERAPIA
Cuando se ha encontrado que una chica se encuentra involucrada en una relación lésbica, los padres probablemente se centrarán en detener la conducta sexual de su hija. Pero la propia chica está preocupada principalmente por sus sentimientos de soledad, alienación, rechazo y poca auto-estima. Un terapeuta habilidoso puede ofrecer comprensión por los sentimientos de la chica.
Sentirse incomprendida en casa es con frecuencia una fuente mayor de infelicidad. El padre necesitará evaluar su implicación en la vida de su hija. Esto probablemente requerirá de él un rol más de apoyo y menos intruso. La madre, al mismo tiempo, necesitará compartir su identidad emocional y sus vulnerabilidades con su hija, y establecer una relación de mayor mutualidad.
El lesbianismo, como hemos dicho, sigue patrones de desarrollo que no siempre se identifican en la infancia. Pero podemos empezar pidiéndole a la madre que reflexione acerca de las siguientes líneas:
· ¿Cómo es mi relación con mi marido?
· ¿Cómo me siento con respecto a la feminidad de mi hija?
· ¿Cómo estimulo, apoyo y reflejo la expresión del desarrollo del ser mujer de mi hija?
· ¿Cuál es mi actitud con respecto a la relación de mi hija con su padre?
· ¿Me siento amenazada por la atención de mi marido a mi hija?
· ¿Parecen tener mi marido y mi hija una relación especial que me despierta sentimientos negativos o difíciles?
· ¿Me siento envidiosa o competitiva con respecto a la relación de mi hija con su padre?
· ¿Mi marido y mi hija me hacen sentir excluida?
· ¿Me serviría de ayuda hablar con un psicoterapeuta profesional cualificado sobre estos temas específicamente y sobre nuestras relaciones familiares en general?
Los padres preocupados deberían dar una evaluación inmediata y seria de la relación de la chica con confusión de género con su madre. Esto, por supuesto, ha de ser así si la chica muestra síntomas rotundos de molestia de género pero ha de serlo también si su inconformidad de género es menos explícita y es acompañada de una relación hostil o conflictiva con la madre.
LESBIANISMO POR CARENCIA
Algunas mujeres parecen desarrollarse normalmente como chicas y de hecho obran bien heterosexualmente y se casan. Pero entonces, para sorpresa total de toda su familia, cae en una relación lésbica en la adultez. El Dr. Richard Fitzgibbons explica que la mujer emocionalmente frágil con necesidades de protección y cuidado insatisfechas puede girar a una relación lésbica por decepción o soledad o tras haberse desilusionado a causa de un mal matrimonio o un divorcio. Esas mujeres pueden vacilar entre relaciones lésbicas y heterosexuales a lo largo de sus vidas.
Los romances públicos de la actriz lesbiana Ellen DeGeneres y su compañera, y de la cantante Melissa Etheridge y su compañera, ilustran la fluidez de la atracción sexual en algunas mujeres. Cada una de estas mujeres tuvo una amante que había sido heterosexual, que luego se identificó como lesbiana durante varios años, y que posteriormente volvió a vivir un tipo de vida heterosexual. Esa fluidez es más común entre las mujeres que entre los hombres.
TAREAS EN EL PROCESO DE SANACIÓN
La psicoterapeuta Diane Eller-Boyko explica el proceso de la terapia para una cliente adulta. Describiendo también su propio camino de sanación del lesbianismo, Eller-Boyko dice que trabaja para construir una reconexión gradual con la propia naturaleza femenina de la cliente. La cliente y la terapeuta estarán mirando a los bloques del desarrollo psicológico que empezó a sufrir una “erosión y devaluación del espíritu femenino.” Eller-Boyko va más allá: “En vez de buscar otra mujer, intento conectarla con esa reserva que tiene dentro de sí misma. (…) Sólo cuando ha sido alimentada por esa conexión profunda, una mujer puede moverse hacia la conexión con lo masculino.”[26]
Como hemos dicho, muchos factores conducen a un resultado lésbico u homosexual, por lo que los padres no deberían poner la actitud de que toda la responsabilidad del lesbianismo de su hija caiga sobre sus hombros. La identidad sexual de su hija se ha formado también por las influencias de las compañeras, por su propio temperamento, las elecciones que ella misma ha hecho, quizás una experiencia de abuso sexual y a veces factores biológicos que han influido en su inconformidad de género.
Las influencias culturales, además, refuerzan las actitudes de desarrollo de su hija. La cultura en la que vivimos ahora no refuerza una apreciación sana por madurar profundamente en el propio género. En el siguiente capítulo, echaremos una mirada más estrecha a la política cultural de la homosexualidad y cómo esta puede haber magnificado el conflicto de género de su hijo.
[1] Linda Ames Nicolosi, “One Woman’s Struggle: Interview with Jane Boyer,” NARTH Bulletin, agosto 1999, p. 3.
[2] Linda Ames Nicolosi, “Interview: Diane Eller-Boyko,” NARTH Bulletin, abril 1998, p. 3.
[3] Elaine Siegel, Female Homosexuality, Choice Without Volition: A Psichoanalytic Study (Hillsdale, N. J.: Analytic, 1988)
[4] Linda Ames Nicolosi, “Elaine Siegel on Lesbianism,” NARTH Bulletin, diciembre 1996, p. 3.
[5] Siegel, Female Homosexuality, p. 537.
[6] Gerald Schoenewolf, “Gender Narcisism and Its Manifestations,” NARTH Collected Papers, 1996 www.narth.com.
[7] Ibid
[8] Richard Fitzgibbons, “The Origins of Same-Sex Attraction Disorder,” en Homosexuality and American Public Life, ed. Christopher Wolfe (Dallas: Spence, 1999), pp. 85-97.
[9] C. Socarides, Homosexuality: A Freedom Too Far (Phoenix: Adam Margrave, 1995), p. 279.
[10] G. A. Rekers y S. Mead, “Early Intervention for Female Sexual Identity Disturbance: Self-Monitoring of Play Behavior,” Journal of Abnormal Child Psychology 7 (1979): 405-423.
[11] M. Saghir and E. Robins, Male and Female Homosexuality (Baltimore: Williams & Wilkins, 1973).
[12] Selma Fraiberg, The Magic Years: Understanding and Handling the Problems of Early Childhood (Nueva York: Scribner, 1959), pp. 231-232.
[13] Saghir y Robins, Male and Female Homosexuality.
[14] Rekers y Mead, “Early Intervention,” pp. 405-23.
[15] Robert Stoller, “The Sense of Femaleness,” Psichoanalytic Quaterly 37 (1968): 42-55.
[16] Kenneth Zucker y Susan Bradley, Gender Identity Disorder and Psychosexual Problems in Children and Adolescents (Nueva York: Guilford, 1995), p. 252.
[17] Ibid., p. 253.
[18] Ibid.
[19] Carol Brockmon, “A Feminist View of Sado-Masochism in the Nineties,” In the Family 3, nº 4 (1998): 11.
[20] Ibid.
[21] Anita Worthens y Bob Davies, Someone I Love Is Gay (Downers Grove, Ill: InterVarsity Press, 1996), p. 83. Véanse las páginas 82-94 para un capítulo de abuso sexual.
[22] Andria Sigler-Smalz, “Understanding The Lesbian Client,” NARTH Bulletin, abril 2001, p. 12.
[23]A. P. Bell, N. S. Weinberg y S. K. Hammersmith, Sexual Preference: Its Development in Men and Women (Bloomington: Indiana University Press, 1981).
[24] Linda Nicolosi, “Interview: Diane Eller-Boyko,” p. 3.
[25]Chastity Bono, Family Outing (Nueva York: Little Brown, 1999), p. 7.
[26] Richard Fitzgibbons, “The Origins and Therapy of Same-Sex Attraction Disorder,” NARTH Bulletin, diciembre 2000, p. 3.
Notable , alli en nuestra mente esta el lugar que se direccionó hacia un punto determinado , que luego llamamos la realidad o lo que somos.
ResponderEliminarCreemos tantas cosas erroenamente , tanto asi que el placer sexual es alimentado por otro medios.