DIA 26 DE NOVIEMBRE DIA DECIMONOVENO
SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARIA
DIA DECIMONOVRNO
CONSAGRADO A HONRAR EL GOZO DE MARIA POR LA RESURRECION DE JESUS.
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
Después de la
tempestad el día brilla más sereno y el sol se levanta en un cielo sin nubes.
Pasada la tempestad que sumergió el corazón de María en las olas de la más
amarga tribulación, brilló el día feliz en que le fue permitido contemplar a
Jesús vivo y triunfante de la muerte y del infierno. Al clarear el alba del
tercer día, Jesús rompe la losa de su sepulcro, derriba en tierra a los
guardias que custodiaban el sepulcro y un ángel con radiante frente y blancas
vestiduras se sienta allí para anunciar a las santas mujeres la fausta nueva de
la Resurrección.
Entre tanto, María
retirada en la soledad, suspiraba por el momento dichoso de ver a su Hijo
resucitado como lo había predicho. “Mientras que oraba y derramaba dulces
lágrimas, dice San Buenaventura, el Señor Jesús se le presenta repentinamente
vestido de blanco, con la frente serena, hermoso, radiante de gozo y de gloria
y le dice: “Dios te salve, madre mía”. – Ella, volviendo apresuradamente la
vista y mirando a Jesús a su lado exclama en los transportes de su alegría:
¿Sois vos hijo mío? ¡Ah! ¡Cuánto tiempo que te aguardaba desolada, contando una
a una las horas que retardaban este momento dichoso! – Yo soy, replicó Jesús,
heme aquí resucitado y otra vez en tu compañía. – Después de adorarlo como a su
Dios, María se levanta y anegada en lágrimas de gozo, lo estrecha amorosamente
y reposa sobre su corazón. Imaginándose tal vez que podía ser víctima de alguna
ilusión, mira una y otra vez sus llagas para convencerse de que ya todo dolor y
todo padecimiento se había alejado de Él”.
La lengua humana es
impotente para explicar el gozo de María al ver a su Hijo resucitado. Ese gozo
solo puede medirse por la intensidad de su dolor al verlo padecer. Imaginad, si
podéis, cual sería el júbilo de una madre al encontrar al hijo que había perdido,
al ver volver a la vida a aquél que había llorado muerto, al mirar sano al que
había visto herido y despedazado. Es, sin
duda, el mayor de los gozos que puede caber en el corazón e mujer, como
el dolor de perder a un hijo único es el mayor dolor que puede soportar el
corazón de madre.
El gozo que
experimentó María en la Resurrección de Jesús nos manifiesta que en el mundo
moral hay días de tribulación y días de gozo, horas sombrías y horas serenas.
La tempestad, por ruda que sea, pasa al fin y la más dulce calma la sucede, y
el gozo y el contento son tanto más intensos, cuanto fueron más acerbos el
dolor y el sufrimiento. Esos dos licores de la copa de la vida, la tribulación
y el contento, se suceden sin cesar. Esta verdad, que nos enseña la experiencia,
debe alentarnos para sufrir, porque sabemos que después del dolor soportado con
resignación, Dios nos dará a probar una gota de esos celestiales consuelos en
cuya comparación son humo y paja los goces de la vida. Pero, aunque no nos
fuere permitido aquí en la tierra disfrutar de momentos de calma y de horas de
alegría, podemos estar seguros de que en el cielo sobrenadaremos en gozo y
anegados en dulcísima paz descansaremos para siempre a la sombra del árbol de
la vida.
EJEMPLO
María,
Puerta del cielo.
Cuéntase en la Vida de Sor Catalina de San Agustín que
en la misma población en que residía esta sierva de Dios, vivía una mujer,
llamada María, que desde su juventud había sido por sus desórdenes el escándalo
de la ciudad. La edad no había hecho más que envejecerla en el vicio; por lo
mismo, su corrección se hacía cada día más difícil. Al fin, abandonada de Dios
y de los hombres, murió la infeliz de una enfermedad espantosa, privada del
Sacramento y de todo socorro humano; de tal manera que se la juzgó indigna de
ser sepultada en tierra bendita.
Tenía sor Catalina la
piadosa costumbre de encomendar particularmente a Dios las personas conocidas
que morían; pero con respecto a la pecadora de nuestra referencia, ni siquiera
pensó en hacerlo, pues, participando de la opinión general, la suponía
condenada. Hacía ya cuatro años que aquella mujer había muerto cuando
hallándose un día en oración la sierva de Dios, se le apreció un alma del
Purgatorio, y le dijo estas palabras: - Sor Catalina ¡qué desgracia es la mía!
¡ruegas por todos los que mueren, y solo de mi pobre alma no has tenido
compasión!... - ¿Y quién eres tú? le preguntó la santa religiosa.
- Yo soy aquella
pobre mujer, llamada María, que murió, hace cuatro años, abandonada en una
gruta. - ¡Pues qué! ¿te has salvado? preguntó admirada sor Catalina.
- Sí; me he salvado,
contestó el alma, por la inagotable misericordia de la Santísima Virgen.
En mis últimos
momentos, viéndome abandonada de todos y culpable de tantos y enormes crímenes,
me dirigí a la Madre de Dios, y le dije desde el fondo de mi corazón
arrepentido: ¡Oh vos, que sois el refugio de pecadores, tened compasión de mí;
en el extremo de mi aflicción y desamparo, acudid a mi socorro!...
-No fue vana mi
súplica, por la intercesión de María, que me alcanzó la gracia de un verdadero
arrepentimiento, pude librarme del infierno. La clementísima Madre de Dios me
ha alcanzado además la gracia de que mi pena sea abreviada, disponiendo la
Divina Justicia que sufra en intensidad lo que debía sufrir en duración. No me
faltan más que algunas misas para verme libertada del Purgatorio: cuida tú de
que me las apliquen, y te prometo que una vez en el Cielo no dejaré de rogar
por ti a Dios y a su Santísima Madre.
Sor Catalina hizo
aplicar las misas, y algún tiempo después aquella alma se le apareció de nuevo,
brillante como el sol, y le dijo; - El cielo se me ha abierto ya, donde voy a
celebrar eternamente las misericordias del Señor; pagaré con oraciones la
merced que me has hecho.
Invoquemos nosotros a
María durante nuestra vida para que Ella, que es la Puerta del cielo, nos asista en la hora de la muerte y nos
introduzca en la mansión del gozo eterno.
JACULATORIA
Por
tu Hijo resucitado
Aléjanos,
dulce Madre,
De
la muerte y del pecado.
ORACION
¡Oh dulcísima Virgen
María! después de haber contemplado tus dolores y de haberte acompañado en tus
horas de desolación, permíteme que te acompañe también en tus horas de alegría.
Nada hay más grato al corazón de un hijo amante que asociarse a los dolores y
gozos de su tierna madre, porque jamás puede ser un hijo indiferente a la
suerte de la que lo engendró a la vida. Por eso, yo me gozo ¡oh María! de la
gloria de Jesús y de la alegría que inundó tu alma al verlo resucitado; yo me
gozo del triunfo que alcanzó sobre la muerte y el pecado, porque el triunfo de
tu Hijo es mi propio triunfo, la causa de mi alegría y la prenda de mi dulce
esperanza. Alcánzame, Señora mía, la gracia de abrigar siempre en mi alma un
odio intensísimo al pecado que fue la causa de los padecimientos de Jesús, y un
santo horro por todo lo que puede acibarar tu corazón de madre. No más
infidelidad y olvido de mis deberes; no más desprecio de las santas
inspiraciones con que Dios me ha favorecido; no más ingratitud por sus
beneficios y deslealtad en el servicio de mi Redentor. Llore yo siempre las
manchas que afean la triste historia de mi vida y la negligencia con que he
correspondido a los divinos llamamientos, para que alejando todo motivo de
sufrimientos para Jesús y para tu corazón maternal, no sea en adelante, sino
causa de tu alegría y de tus gozos. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Hacer
una visita a la Santísima Virgen felicitándola por el gozo que tuvo al ver a su
Santísimo Hijo resucitado.
2. Abstenerse
cuidadosamente de toda falta venial deliberada.
3. Rezar
siete Avemarías en honra de los gozos
del Corazón de María.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
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