DIA 25 DE NOVIEMBRE DIA DECIMOCTAVO
SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARIA
DIA DECIMOCTAVO
CONSAGRADO A HONRAR EL SEPTIMO DOLOR DE MARIA
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
Temerosos los
discípulos de que el sagrado cuerpo del Salvador sufriera nuevos ultrajes si
permanecía por más tiempo en la cruz, solicitaron de Pilatos autorización para
bajarlo del suplicio y darle la honrosa sepultura. Pilatos consintió sin
dificultad en ello; Jesús fue desenclavado de la cruz por manos de sus
discípulos.
En este instante
redóblanse las penas de María. El mundo iba a devolver a sus brazos maternales
los fríos despojos de su adorado Hijo; pero ¡ay! ¡en qué estado le devuelven
los hombres a Aquél que ton tanto gozo concibiera en sus entrañas, afeado,
denegrido, ensangrentado! Era el más hermoso entre todos los hijos de los
hombres; mas ahora apenas conserva la figura de hombre. Recibe ¡oh María! el
triste presente que te da el mundo en pago de los beneficios que ha recibido de
tu mano...
María alza
ansiosamente sus brazos para recibir al Hijo que hacía tanto tiempo que
anhelaba estrechar contra su pecho. Toma en sus manos los clavos
ensangrentados, los mira, los besa y los deja silenciosamente al pie de la
cruz. Coloca sobre sus rodillas el cuerpo despedazado de Jesús; lo estrecha
amorosamente en sus brazos; le quita las espinas de su cabeza, como si quisiera
de este modo aliviar los pasados dolores de su hijo ya difunto; contempla,
llena de espanto, las profundas heridas que las espinas, los clavos y la lanza
le habían abierto en su frente, manos y costado. Mézclanse sus rubios cabellos
con los ensangrentados de Jesús; empapa con sus lágrimas el exánime cadáver e
imprime en él ósculos de amor y de ternura. “Hijo mío, exclama, ¿qué ola ha
sido ésta que te ha arrebatado violentamente del seno de tu madre? ¿Qué mal has
hecho a los hombres que te han puesto en tan lamentable estado? – Responde,
hijo mío, responde por piedad. – Pero ¡ay!, muda está esa lengua que habló
tantas maravillas; cárdenos esos labios que pronunciaron tantas palabras de
vida, de amor y de consuelo; oscurecidos los ojos que con una sola mirada
calmaban las tempestades; heridas las manos que dieran vista a los ciegos, oído
a los sordos y vida a los muertos. ¿Qué haré yo sin ti? ¿Quién tendrá piedad de
una madre desamparada? ¡Oh Belén! ¡Oh Nazaret! Apartaos de mi memoria, los
goces que en días lejanos disfruté en vuestro seno se han convertido en espinas
punzadoras…”
De esta suerte se
lamentaría la dolorida Madre teniendo en sus brazos el cuerpo de Jesús. ¡Pobre
Madre! Aún le quedaba que apurar otro no menos amargo trago. Los discípulos
arrancan de los brazos de María el cuerpo de su hijo para conducirlo al
sepulcro; y ella tiene el dolor de seguir hasta la tumba esos restos queridos,
y después de acariciarlos por última vez, ve colocar sobre ellos una pesada
loza. No hay nada más cruel para el corazón de una Madre que ver entregar a la
tierra el fruto de sus entrañas. ¡Oh! Cuánto hubiera dado María por tener el
consuelo de ser sepultada con Jesús en el sepulcro!...
En el corazón
atribulado de María se levantaba un pensamiento que hacia aún más penoso su
martirio. Ella veía, a través de los siglos venideros, que los padecimientos y
la muerte de Jesús habían de ser ineficaces para un gran número, y que a pesar
de los azotes, las espinas y la cruz, multitud de pecadores se habían de
condenar. – No contristemos con nuestra ingratitud y con nuestros pecados el
lacerado corazón de María, que bastante ha padecido ya por nosotros. Ella nos
dice amorosamente desde el cielo: Pecadores, volved al corazón herido de mi
Jesús.-Venid; contemplad las llagas que en él han abierto vuestros pecados; no
renovéis esas llagas, mirad que renováis también mis dolores y que así
demostráis sentimientos más crueles que los de los verdugos. Ellos no lo
conocían; pero vosotros sabéis que es vuestro Dios, vuestro Redentor. Ellos
obedecían las órdenes de tribunales
inicuos, vosotros obedecéis a vuestras pasiones y a vuestros desordenados
deseos. Ellos en fin, no habían recibido ningún beneficio de Jesús, pero
vosotros habéis sido rescatados por su sangre.
EJEMPLO
María,
salud de los enfermos.
En 1872 había en una
comunidad de Nuestra Señora de los Dolores de la ciudad de Cholón una religiosa
que padecía, desde siete años, una parálisis que la colocó al borde del
sepulcro. Rebelde a todos los recursos de la ciencia, los médicos habían
declarado que no les quedaba nada que hacer. La enferma era muy devota de María
y a Ella clamó en el extremo de su aflicción. Una noche se le apareció en sueño
la superiora del Convento, que había muerto hacía algunos meses antes, y le
dijo que quedaría curada si hacía una peregrinación al santuario de Nuestra
Señora de l’Epine, situado a una jornada del Convento.
La enferma pidió con
vivas instancias que se la condujera a este santuario animada de la más segura
esperanza de que allí obtendría su curación. Pero el mal, que cada día tomaba
mayores creces, hacía poco menos que imposible la traslación a un lugar tan
distante, pues tenía todo un lado del cuerpo sin acción ni movimiento. Pero fue
preciso acceder a los reiterados ruegos de la paciente y transportarla con indecible
trabajo en un vehículo, acompañada y sostenida de varias personas. Durante el
trayecto agravó considerablemente y se redoblaron sus padecimientos hasta el
punto de inspirar muy serios temores por su vida. Pero, al fin, venciendo
innumerables dificultades, llegó al santuario y fue acomodada como mejor se
pudo en la capilla de la Santísima Virgen.
El capellán de la
comunidad subió al altar para celebrar el santo sacrificio de la Misa, después
de haber rezado una parte del Rosario y cantado el Salve Regina. Poco antes de terminar la misa, sintió la enferma una
conmoción violenta en toda la parte enferma de su cuerpo, y poniéndose de
rodillas por sí sola exhaló un grito de júbilo, diciendo: ¡Estoy sana!
Enseguida se levantó sin ningún auxilio extraño y fue a arrodillarse a la
tarima del altar para dar gracias a su soberana bienhechora. Al verla, todos
los circunstantes quedaron estupefactos, y derramando lágrimas de ternura y
admiración, exclamaban: ¡Milagro! ¡Milagro!... El cura testigo presencial de aquel
prodigio, entonó el Te Deum y levantó
un acta que firmaron todos los que lo habían presenciado.
La que acababa de
tener la dicha de ser objeto de un favor tan especial de la Santísima Virgen
fue sacada en triunfo de la Iglesia. Nadie se cansaba de mirarla, como si no
pudiesen dar crédito a sus propios ojos. No fue menos patética la escena al
llegar al monasterio. Todos prorrumpieron en entusiastas aclamaciones, cuando
vieron bajar del carruaje con la firmeza y precipitación de la que nunca ha
estado enferma, a la que pocas horas antes habían visto partir arrastrándose
trabajosamente, como un cuerpo a quien la vida abandona de prisa.
Se dirige en seguida
a casa del médico, que pocos días antes la había abandonado, desesperado de su
curación. Jamás hombre alguno se halló más perplejo; y rindiéndose a la
evidencia declaró que aquella curación instantánea y completa no era obra
natural.
¿Con cuánta razón la
Iglesia salud a María con el título de Salud
de los enfermos? Ella, que tiene siempre remedios divinos para curar las
dolencias del alma, los tiene también para poner término a los males del cuerpo
que aquejan a sus devotos cuando la invocan con confianza filial.
JACULATORIA
Haz
que en mi alma estén de fijo
Para
que siempre las llore,
Las
llagas del Crucifijo.
ORACION
¡Oh María! permíteme
que yo pueda acompañarte siempre en tu amarga soledad; yo no quiero dejarte
sola, quiero unir mis lágrimas a las tuyas para llorar la muerte de mi
Redentor. ¡Ah! Madre atribulada, tú no llorar sólo por la muerte de tu Hijo,
que lloras también por mí; porque yo he muerto muchas veces por el pecado y
muchas veces he contristado tu corazón de madre con mis ofensas; mil veces he
renovado los tormentos de la Pasión con mis ingratitudes y he pisoteado la
sangre vertida por mí en la Cruz. Pero tú que eres misericordiosa y compasiva,
tú que perdonaste a los verdugos que crucificaron a Jesús, tú que amas a los
pecadores con entrañas de madre, alcánzame la gracia de ser en adelante el
compañero de tus dolores y de tu soledad, por mi fidelidad y amor a Jesús y por
la compasión de sus padecimientos. Haz nacer en mi corazón un horror sincero al
pecado que fue la causa de tus dolores y de los de Jesús; que viva siempre
arrepentido de todas las culpas con que he manchado mi vida pasada, para que
llorándolas amargamente en la tierra merezca gozar algún día de la eterna
bienaventuranza. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Hacer
una lectura espiritual que nos recuerde los padecimientos de Jesús y los
dolores de María.
2. Rezar
una tercera parte del Rosario para honrar estos mismos padecimientos y dolores.
3. Mortificar
el sentido del gusto privándose de comer cosas de puro apetito.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que
confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes
el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las
tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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