DIA 28 DE NOVIEMBRE DIA VIGÉSIMOPRIMERO
SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARÍA
DIA VIGECIMO
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
Jesús no subió a los cielos sin dejar a sus
Apóstoles una promesa consoladora que endulzara las lágrimas que les ocasionaba
las lágrimas que les ocasionaba su ausencia: la promesa de enviarles el
Espíritu Santo. Los discípulos, como ovejas sin pastor, después de recibir la
bendición postrera de su divino Maestro, se dirigieron al Cenáculo para
aguardar allí, en la oración y el retiro, la venida del Espíritu Consolador.
María estaba en medio de ellos, porque en la ausencia de Jesús, era la
compañera inseparable de los desconsolados huérfanos y la columna de la
naciente Iglesia.
Diez días habían pasado en expectativa de la
promesa de Jesús, cuando en la mañana del décimo todos los congregados en
el Cenáculo sintieron un ruido a manera
de viento impetuoso que sacudió la casa desde sus cimientos. Era el Espíritu
Santo que descendía sobre los apóstoles en forma de lenguas ondulantes de
fuego, que ardían sobre la cabeza de cada uno de ellos como una ancha cinta
batida por el viento.
Desde ese momento se operó en los discípulos una
completa transformación. Los que antes eran tímidos y cobardes, que habían
huido en presencia de los enemigos de su Maestro, dejándolo abandonado entre
sus manos, preséntanse con frente alta y corazón animoso delante de los
tribunales de la nación, que les intimaban la orden de callar, para decirle con
acento varonil y resuelto: “Antes que a los hombres obedecemos a Dios.” –
Podéis si lo tenéis a bien, mandarnos al patíbulo, pero callar… non possumus. – no podemos. Los que eran
pobres e ignorantes pecadores, se transformaron en sapientísimos doctores de
las cosas divinas y en inspirados maestros de las verdades de la fe, y se
esparcen por todo el mundo conocido para predicar el Evangelio. Tanto fue el
entusiasmo de que se sintieron poseídos, tanto el amor que ardía en sus
corazones que las gentes que los veían los creyeron tomados del vino. ¡Cuál
sería el gozo de María al contemplar estos estupendos prodigios! – Ella tan
interesada como el mismo Jesús en la prosperidad de la grande obra fundada al
precio de su sangre, debió sentir inmenso júbilo al ver a esa falange de
denodados atletas que iban a extender por el mundo el fruto de la Pasión de su
Hijo arrancando a los infieles de las sombras de la muerte.
La oración de María en el Cenáculo fue sin duda,
la más poderosa para apresurar el advenimiento del Espíritu Santo. Por su
mediación debemos nosotros alcanzar también los dones y gracias de ese mismo
Espíritu. Aquel que puso en el dedo de María el anillo de esposa y que cubrió
su seno con la sombra de su poder para obrar el prodigio de la Encarnación del
Verbo, no puede olvidar la efusión de sus dones a favor de aquellos por quienes
se interesa. ¡Y cuántas necesidades tenemos de esos dones y gracias! Ignorantes
de las cosas divinas y de las vías de la santificación, necesitamos del
Espíritu de la luz que alumbre nuestras inteligencias, que nos haga conocer
nuestros verdaderos intereses, que son los de la propia salvación, y que nos
señale la ruta que a ellos conduce. Tibios y pusilánimes para las cosas de
Dios, habemos menester del Espíritu de amor que inflame nuestro corazón en las
llamas de la caridad divina y que llenándolo de Dios, destierre de él todo
afecto desordenado a las criaturas. Siempre desidiosos en el servicio de Dios y
en lo que concierne a la santificación de nuestras almas, necesitamos del
espíritu de piedad que nos haga solícitos en el cumplimiento de aquellos
ejercicios de piedad y de devoción, que son para el alma como el rocío y el
riego para las plantas, sin los cuales no podrá producir frutos de santidad.
Invoquemos a María Santísima, siempre que tengamos la necesidad de algunos o de
todos esos dones, seguros de que su intercesión poderosa nos los alcanzará con
abundante profusión.
EJEMPLO
María,
Luz de los ciegos.
Hay en Turín, consagrado a María Auxiliadora un
templo venerado y eminentemente popular. Cuando en 1865, en San Vicente de
Italia, Don Bosco, fundador de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, echó
los cimientos de esa iglesia, apenas tenía 40 céntimos en caja. Concluidos los
trabajos en 1868 su valor alcanzaba a más de un millón de liras. Y tamaña
empresa se había realizado sin correr una sola suscripción. ¿Quién proporcionó
los recursos? – María, sí; porque los fieles que incesantemente llegaban a Don
Bosco con una piadosa ofrenda significábanle al mismo tiempo que era solo el
pago de una deuda contraída con la Madre de Dios de quien había alcanzado un
señalado favor. Cada piedra de ese santuario, cada uno de los exvotos sin
número que relucen en sus muros atestigua una gracia de María Auxiliadora. Sin
que sea posible mencionar tantos hechos extraordinarios, baste la relación del
siguiente:
Vivía en Vinovo, aldea cercana a Turín una joven
llamada María Stardero, la cual tuvo la desgracia de perder totalmente la
vista. Ansiosa de recobrarla concibió el pensamiento de hacer una peregrinación
a la Iglesia de María Auxiliadora, y un sábado del mes que le está consagrado,
acompañada de su tía se presentó en el templo. Después de una breve oración
ante la imagen de Nuestra Señora; fue conducida a la presencia de Don Bosco, en
la sacristía y allí tuvo con él esta conversación:
-
¿Cuánto tiempo hace que estáis
enferma?
-
Ya mucho tiempo, pero hace como un año
que nada veo.
-
¿Habéis consultado a los médicos? ¿Qué
dicen? ¿No os han medicinado?
-
Hemos usado toda clase de remedios sin
resultado alguno, respondió la tía. Los médicos no dan la mayor esperanza… y se
echó a llorar.
-
¿Distinguís los objetos grandes de los
pequeños?
-
No, señor; no distingo nada
absolutamente.
-
¿Veis la luz de esa ventana?
-
No señor; nada veo.
-
¿Queréis ver?
-
Señor, yo soy pobre, necesito la vista
para buscar la subsistencia; ¿no he de quererlo?
-
¿Os serviréis de los ojos para bien de
vuestra alma y no para ofender a Dios?
-
Lo prometo con todo mi corazón.
-
Confiad en la Santísima Virgen; ella
os sanará.
-
Lo espero, mas entretanto estoy ciega.
-
Veréis.
-
¡Ver yo!
-
Entonces Don Bosco con tono y ademanes
solemnes exclamó:
-
A gloria de Dios y de la
bienaventurada Virgen María, decid ¿Qué tengo en la mano?
La
joven abrió los ojos, los fijó en el objeto que Don Bosco le presentaba y
gritó:
-
Veo… una medalla… y de la Santísima
Virgen.
-
Y en este otro lado de la medalla,
pregunta Don Bosco, mostrándoselo ¿qué hay?
-
Un joven con una vara florida: es San
José.
Renunciamos a describir
lo que entonces pasó; solo añadiremos que habiendo María extendido la mano para
coger la medalla, cayó esta al suelo, yendo a parar a un rincón de la
sacristía, y la misma María por orden de Don Bosco, la buscó y la encontró, con
lo que dejó a todos completamente convencidos de la realidad de la curación, la
cual fue tan completa como prodigiosa, porque María Stardero no ha vuelto a
padecer de los ojos.
JACULATORIA
Madre
de Dios, madre mía.
Mi
vida, mi cuerpo y mi alma
Te
ofrezco en este día.
ORACION
¡Augusta esposa del
Espíritu Santo! Fuente inagotable de gracias y de bendiciones, dignaos
alcanzarnos de vuestro divino Esposo los dones que tan profusamente otorgó a
los apóstoles reunidos en el Cenáculo; el don de sabiduría, que disipa los
errores de nuestra inteligencia, haciéndonos comprender la vanidad de los
falsos bienes de la tierra y la excelencia de los bienes del cielo; el don de
entendimiento que nos instruya acerca de nuestros deberes y de todo lo que
concierne a los intereses de nuestra santificación; el don de fortaleza, que
nos comunique entereza bastante para desafiar las burlas y desprecios del
mundo, hollando sus máximas con santa energía, el don de ciencia que nos
esclarezca acerca de las verdades eternas; el don de piedad; que nos haga amar
el servicio de Dios; y en fin; el don de temor, que nos inspire un santo
respeto mezclado de amor por Dios. Bien sabéis ¡Virgen bendita!, que nuestras
pasadas resistencias a las inspiraciones del Espíritu Santo nos hacen indignos
de sus beneficios; pero, ayudados de vuestras oraciones, obtendremos, del autor
de todo don perfecto, las gracias que nos son necesarias para vivir santamente
en la tierra, y llegar un día a la eterna felicidad. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Invocar
al Espíritu Santo en solicitud de sus dones, rezando devotamente el himno Ven a nuestras almas.
2. Rezar
cinco Salves en honor de la pureza inmaculada de María.
3. Hacer
una comunión espiritual pidiendo a Jesús, por intercesión de María, que
encienda nuestra alma en el fuego del divino amor.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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