DIA 30 DE NOVIEMBRE DIA VIGÉSIMOTERCER
del SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARÍA
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
Los apóstoles,
tristes y abatidos, preparaban el entierro de María, Madre de Dios. Los
bálsamos más preciosos y las telas más finas fueron traídos con inmensa
profusión para honrar los restos queridos, que depositados en un lecho
portátil, condujeron los apóstoles en sus propios hombros. En el fondo del
Getsemaní las piadosas mujeres habían preparado una cuna de flores que
recibiría tan precioso cuerpo. Una piedra empapada en lágrimas de los fieles
cubrió el sepulcro. Allí velaron durante tres días alternando con los ángeles
cantares dulcísimos, que parecían arrullar el sueño de María.
Tomás, el que
había puesto su mano en las llagas de Jesús resucitado, no habiendo estado
presente a los últimos momentos de la divina Madre, no pudo resignarse a no ver
sus restos helados para tener la satisfacción de dejar en ellos el tributo de
sus lágrimas. Fue preciso ceder a sus instancias; todos los apóstoles y
discípulos se congregaron para levantar la losa del sepulcro y cual no fue su
sorpresa al ver que el sagrado cuerpo había desaparecido del sarcófago, no
quedando en su lugar sino las flores, frescas y lozanas todavía, que le
habían servido de lecho, más el sudario de finísimo lino que despedía perfume
celestial.
Los ángeles lo
habían arrebatado del sepulcro y lo habían conducido en sus alas a la mansión
del gozo eterno. Porque el cuerpo en cuya formación había intervenido el cielo
y había sido tabernáculo de la divinidad no podía, no debía ser pasto de
gusanos.
Era necesario
escribir sobre su tumba, las mismas palabras que los ángeles pronunciaron sobre
Jesús: “Ha resucitado, no está aquí.” Ved el lecho en que la habéis puesto,
vedlo vacío, porque su cuerpo no está ya en la tierra, sino en el cielo, en un
trono de inmensa gloria.
Sí, María, exenta
de las miserias de la naturaleza decaída, no podía pagar a la muerte sino un
corto tributo. Por eso alzándose majestuosa en cuerpo y alma al cielo, sobre
las plumas de los vientos, fue a tocar las puertas del Paraíso, donde su
santísimo Hijo, le tenía aparejado un trono de gloria sólo inferior al suyo y
donde debía ser coronada por el Eterno Padre como Reina de los ángeles y de los
hombres.
Los ángeles al
verla llegar con tan brillante cortejo, exclamarían asombrados: “¿Quién es ésta
que avanza como la aurora, que es más bella que la luna, elegida entre millares
como el sol y fuerte como un ejército ordenado en batalla?” Y los serafines
responderían: “Es la Virgen María que sube al tálamo celeste, en el cual el Rey
de los reyes se sienta en solio de estrellas.” Y la humilde doncella de Nazaret
exclamaría: “Mi alma glorifica al Señor, porque se ha dignado mirar la
humildad de su sierva, y he aquí que las generaciones me llamarán
bienaventurada.”
El triunfo de
María en su gloriosa Asunción abre nuestro corazón a la más dulce esperanza.
Ese triunfo nos enseña que las dolorosas pruebas de la vida son breves y que
los sacrificios que hacemos por Dios o que soportamos con santa resignación,
serán resarcidos en el cielo por una gloria que la lengua humana no es capaz de
explicar.
“Las lágrimas,
esa sangre del alma, triste privilegio de los seres humanos, tributo
fatal de una maldición hereditaria, expresión común de todos los sufrimientos y
que forman el principal lote de la virtud,” serán enjugadas en el cielo por la
mano de Dios mismo para tornarlas en otros tantos motivos de felicidad y de
consuelo. Esa mano que sostiene al mundo y que pesa con terrible pesadumbre
sobre el infierno, se cambiará entonces en mano llena de misericordia y de
bondad. No habrá una sola lágrima, por oculta y silenciosa que haya sido, que
no sea recogida por Dios y recompensada en el cielo.
He aquí lo que
está reservado a las almas que siguen las huellas de María estampadas en el
camino real de la cruz. ¿Quién no querrá derramarlas en abundancia si tan
grandes son los premios que le están reservados? “Por largo que sea el camino,
marchad viajero de la vida porque, en verdad os digo, las visiones de la Patria
Celestial valen de sobra las penas que os impone la trabajosa jornada del
tiempo.”
EJEMPLO
María,
Reina del Santísimo Rosario
No hay tal vez devoción más grata a los maternales
ojos de María que la del Santísimo Rosario, práctica que ella misma se dignó
inspirar a Santo Domingo de Guzmán, y con la cual convirtió innumerables
herejes y obstinados pecadores. El que practica esta santa devoción puede tener
la seguridad de merecer una protección especial de la Madre de Dios. Entre mil
casos que pudiéramos citar prueba esta consoladora verdad el hecho siguiente.
El célebre artista Gluk, tan fervoroso cristiano como
hábil músico, dio los primeros pasos en la senda del arte cantando, cuando
niño, bajo las suntuosas bóvedas de una basílica católica. Dios lo había dotado
de una voz tan maravillosa que ra inmenso el número de fieles que concurría al
templo, cuando se anunciaba que el entonaría algún cántico sagrado.
No hay que contribuya más poderosamente a
desenvolver el sentimiento religioso en las almas bien dispuestas que la
práctica del arte musical en el santuario. Por eso el joven artista sentía que
su fe y piedad se acrecentaban a medida que, haciendo el oficio de los ángeles
en el cielo; cantaba las alabanzas del Señor en templo católico.
Salía un día del coro, después de haber cantado
admirablemente una plegaria a María, cuando se acercó un religioso con los ojos
húmedos en lágrimas para felicitarlo por su talento artístico. – “Quisiera
tener, le dijo, algo digno de tu mérito para expresarte la complacencia que
siento al ver que empleas tus admirables talentos en honrar al soberano Señor
que te los ha dado. Pero soy pobre, lo único que puedo ofrecerte es este
rosario, que pongo en tus manos con la súplica de que lo reces todas las tardes
en honra y gloria de la Madre de Dios: si así lo hicieres, te pronostico que el
cielo bendecirá tus esfuerzos y llegarás a ser grande entre los hombres”.
Sorprendido y a la vez complacido de lo que
acababa de oír, Gluk, tomó respetuosamente el rosario que le ofrecía aquella
mano escuálida por las austeridades, prometiendo rezar el rosario todos los
días de su vida.
No tardó la Santísima Virgen en premiar el
obsequio del joven artista. Sus padres, comprendiendo las felices disposiciones
de su hijo, resolvieron enviarlo a Roma para que se perfeccionase en el arte.
Pero eran pobres, carecían de los recursos necesarios para educar al niño y
costear su permanencia en país extranjero. Una tarde en que Gluk acababa de
terminar su rosario, llamaron reciamente a la puerta de su humilde morada. Era
el Maestro de Capilla de la Catedral de Viena que encargado de ir a Italia para
formar la colección de las obras de Palestrina, llegaba por encargo del
Arzobispo a proponer a los padres de Gluk el cargo de secretario para su hijo.
Sus deseos estaban cumplidos: Gluk iría a Roma sin
sacrificio alguno y bajo el patrocinio de un sabio profesor. Gluk dejaba a los
quince años la casa paterna para ocupar un puesto que envidiarían muchos
hombres después de una larga carrera. Su fama llegó hasta los palacios de los
reyes, quienes lo colmaron de honores. Fue el favorito de dos reinas, María
Teresa y María Antonieta de Austria y el preferido de la corte de Versalles.
Pero, en medio de los honres, de la gloria y de
las riquezas, no olvidó ni un solo día la promesa que había hecho al monje al
salir del templo de su pueblo. Interrumpía los banquetes y los saraos de las
cortes para rezar el rosario con el fervor de los primeros días. Durante los
años de su larga y brillante carrera resistió con admirable entereza a las
seducciones del mundo y a la voz insidiosa de las pasiones. Cruzó por entre las
perversiones de la sociedad de su época sin contaminarse, como la paloma vuela
por encima de los pantanos sin manchas sus blancas alas.
JACULATORIA
Ruega por mí, ¡Oh
Madre mía!
Para que sufra contigo
Y contigo goce un día.
ORACION
¡Qué grato es para nosotros! ¡Oh Madre
bienaventurada! Verte en el cielo al lado de tu Divino Hijo en un océano de
inefables delicias después de la furiosa tormenta que se descargó sobre Ti!
Hijos de vuestros dolores, queremos manifestarte hoy con nuestros himnos
de júbilo que compartimos también la alegría de que disfrutas en le mansión del
perenne gozo. Jamás un hijo puede ser indiferente a las lágrimas como a la
felicidad de su adorada madre; por eso nosotros, que hemos llorado contigo al
pie de la cruz, nos gozamos también contigo de la gloria de que gozas al pie
del árbol de la vida.
Peregrinos en este valle de lágrimas, tenemos
también mucho que padecer. Permítenos, dulce Madre, descansar en tu regazo en
las horas de la tribulación para no desfallecer en la prueba y perder el mérito
del padecimiento. ¡Oh María, ten piedad de los que llevamos a cuestas la
cruz del sacrificio; pero que no se haga, no, nuestra voluntad, sino la de
Dios! Queremos seguir en tu compañía a Jesús hasta la muerte, para poder decir
con El y como El: “Todo está consumado, ya no hay más que sufrir, vengan ahora
las eternas coronas y palmas que no se marchitan.” Hasta que ese momento
llegue, dígnate sostenernos en nuestra debilidad; permítenos tomar algún reposo
en tus brazos, y en medio de la tribulación, habla a nuestro corazón palabras
de aliento y esperanza, a fin de que, cesando un día para siempre nuestras
lágrimas, den lugar a los eternos gozos del cielo. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Hacer
una visita a la Santísima Virgen en alguno de sus santuarios para felicitarla
por la gloria de que disfruta en el cielo.
2. Rezar
devotamente el Acordaos por la conversión de los pecadores
3. Dar
una limosna para contribuir a los gastos que demanda la celebración del Mes de
María en los templos en que se practican estos ejercicios.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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