DIA 05 DE DICIEMBRE DIA VIGÉSIMOOCTAVO
del SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARÍA
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
María es, entre las puras criaturas, la que ha
subido a más sublime altura en la escala de las perfecciones naturales y
sobrenaturales. Sin embargo, si se busca en ella algún signo exterior de su
incomparable grandeza, apenas será dado encontrarlo. Es una doncella modesta y
pobre que ha ligado su suerte a la de un humilde obrero que vive de su trabajo
y habita un humilde techo. Es porque toda la gloria de la Hija querida el Rey
del cielo está oculta en su corazón, en el cual se encierran perfecciones más
que humanas y más que angélicas. Preservado de la corrupción universal que
anegó a manera de impetuoso torrente a todos los hijos de Adán, el corazón de
María fue concebido en la inocencia, nacido en la santidad y enriquecido con
todos los dones del cielo. Dios ve reaparecer en él toda la belleza y toda la
pureza que el pecado desfiguró en el corazón del primer hombre, que halla en él
sin mancha alguna que lo desfigure, ni germen alguno de pasión que lo turbe, ni
la más ligera falta que lo haga menos digno de su amor.
Es un corazón cuyas inclinaciones son
enteramente santas y cuyos afectos todos son celestiales. En él se contempla la
divinidad como en un espejo donde descubre su propia imagen y se complace
en sus perfecciones como en la obra maestra de sus manos, más primorosas que la
creación de todos los mundos visibles. El Padre, adoptándola por hija
predilecta, preservó a María del pecado; la colmó de sus favores y la adornó
con sus preciados dones. Desde que nace a la vida, Dios la recibe en sus brazos
y la separa del mundo para que no conozca ni ame a otro padre que a El. Cautiva
voluntaria del amor, apenas salida de la cuna, va a ofrecer su corazón en
holocausto al pie de los altares de su Dios. Jamás se extinguió en su corazón
el fuego sagrado del amor, que ardía como un leño seco sin consumirse jamás.
En ese corazón virginal se celebraron las
nupcias de una criatura humana con el Santo de los Santos, el Espíritu
vivificador. La más rica variedad de virtudes forman los atavíos de la feliz
esposa, y tanta era la belleza y la excelencia de la divina desposada, que Dios
la recibe en el seno íntimo de su amistad y la regala con todas las delicias de
su amor. Si ese mismo Espíritu, descendiendo sobre los apóstoles, los
transformó en hombres nuevos, ¿Qué maravillosos efectos no produciría en ese
corazón al cual no descendió como lengua de fuego, sino como un torrente de
llamas divinas para consumir todo lo que hubiera en él de humano y hacerlo
digno sagrario de la divinidad? ¡Ah! ¡Qué perfecciones no comunicaría a un
corazón con el cual quería unirse con nudos tan estrechos de amor! El
entendimiento humano es demasiado limitado para sondear tan hondos misterios y
la lengua humana impotente para narrar tan grandes maravillas.
Pero lo que da al corazón de María una
excelencia más augusta, es su calidad de Madre de Dios. Es ésta una dignidad
incomparable que abisma y confunde. Si Dios, cuando está unido a una criatura
por la caridad, le comunica tantas perfecciones y gracias, ¿qué torrente de gracias
y qué cúmulo de perfecciones no comunicaría a su Madre durante los nueve meses
que habitó en su seno? ¡Qué emociones tan duras y tan santas harían latir el
corazón de María cuando llevaba en sus brazos y estrechaba contra su pecho al
divino infante! ¡Qué santidad comunicaría a su Madre durante los treinta años
que vivió con ella, bajo el techo de un mismo hogar, en un comercio tan íntimo
y en mutuas y diarias comunicaciones!
Honremos, pues, con un culto digno y
homenajes de amor y de alabanzas al corazón inmaculado de María,
santuario de la divinidad, relicario de virtudes y dechado de las más sublimes
perfecciones. Amemos con amor ardiente y agradecido a ese corazón que ardió por
nosotros en tan vivas llamas de amor: es el corazón de una Madre, que se
sacrifica por sus hijos; es el corazón de una Reina, lleno de piedad y de
misericordia para con sus pobres vasallos; es el corazón de la buena y
amable Pastora que buscaba a la oveja descarriada, que la carga amorosamente
sobre sus hombros y la conduce al abrigado aprisco.
EJEMPLO
María, salud de los que la invocan.
Uno de los muchos peregrinos a quienes el amor
a la Reina del cielo conduce a la gruta de Lourdes, escribía en 1873 lo
siguiente:
“Llegado a Lourdes en la mañana del día de la
Asunción, me dirigí inmediatamente a la gruta milagrosa y vi que un gran número
de personas se acercaban a la reja con un apresuramiento y emoción que me
indicaron que algo extraordinario acababa de suceder. Pregunté la causa del
movimiento, y se me respondió: Es un milagro que acaba de verificarse, y el
sacerdote a quién la Santísima Virgen ha sanado milagrosamente, está firmando
cédulas para todos aquellos que deseen tener un atestado del milagro. Yo me
acerqué y pude obtener una cédula que llevaba al pie la firma del abate de Musy
de la diócesis de Autún”.
Todos deseábamos conocer los pormenores del
prodigio; entonces un sacerdote se acercó a la reja y lleno de emoción dijo lo
siguiente a la numerosa concurrencia de peregrinos que allí estaba: “Deseáis
saber lo que acaba de pasar, y voy a complaceros para alentar vuestra confianza
en la protección de María. Un sacerdote padecía desde hace veinte años una
enfermedad dolorosa que la ciencia no ha podido aliviar. De once años a esta
parte no podía celebrar el santo sacrificio, y desde hace tres meses estaba
enclavado en una silla rodante sin poder hacer ni el más ligero movimiento…
Esta mañana fue llevado trabajosamente a la cripta para oír una misa que se iba
a aplicar por su salud. En el momento de la elevación ese sacerdote inválido se
sintió con fuerza para ponerse de pie sin auxilio ajeno; poco después pudo
ponerse de rodillas y terminar la misa en esa posición. Terminada la misa, pudo
bajar por sí solo de la cripta a la gruta sin fatiga ni cansancio; y ya lo veis
en pie sin rastro de enfermedad como cualquiera de vosotros; porque sabed que
ese feliz sacerdote, tan bondadosamente curado por María, es el mismo que os
habla en este instante”.
“Ayudadme a dar gracias a mi celestial
bienhechora por el extraordinario prodigio de que acabo de ser objeto, a pesar
de mi indignidad; y pedidle conmigo que complete su obra, obteniéndome la
gracia de emplear lo que me queda de vida en ganar muchas almas al amor de su
Divino Hijo”.
Mientras esto decía, el sacerdote derramaba
abundantes lágrimas, y lloraban con él todos los presentes…
“He aquí, decían unos, la tierra de los
prodigios… Que venga la incredulidad, decían otros, a explicar naturalmente las
cosas que aquí se ven… María, exclamaban los del más allá, es la gran
bienhechora del mundo.
Así es verdad: ¿Quién podrá reducir a guarismo
sus beneficios? ¿Quién podrá contar el número de los que han hallado a sus pies
el consuelo, la salud, la gracia y la vida? Más fácil sería contar las
estrellas del cielo y las arenas del mar.
JACULATORIA
Tu corazón ¡Oh María!
Será mi asilo y
refugio
En las penas de la
vida.
ORACION
¡Oh corazón amabilísimo de María! Santuario
augusto de la beatísima Trinidad, yo os amo y bendigo con todas las efusiones
del amor más ardiente que puede caber en el corazón de un hijo amante.
En vuestro corazón ¡Oh María!, buscaré yo un
asilo en todas las desgracias de la vida; en vuestro corazón buscaré yo un
asilo en todas las desgracias de la vida; en vuestro corazón buscaré el
consuelo en medio de las penas que aflijan mi existencia, en vuestro corazón
buscaré la paz, la seguridad y el aliento en medio de los combates que debo
librar contra los enemigos de mi salvación. Vos seréis ¡Oh corazón maternal! el
nido, donde, ave fugitiva del mundo, iré a buscar el reposo que tanto anhela mi
corazón. Ved cuan triste y despedazado lo tienen las aflicciones, las
contrariedades y las pasiones que lo turban; ved como gimo bajo el peso de mis
pasadas infidelidades y de mis numerosos delitos. ¡Oh corazón Inmaculado de
María! Corazón traspasado por siete agudos puñales de dolor, corazón el más
puro, santo y perfecto, despréndanse de vuestras llagas raudales de bendiciones
que robustezcan mis postradas fuerzas, que alienten mi debilidad y me consuelen
en mis penas y sinsabores. A Vos acude un hijo lloroso que no tiene, después de
Dios, otra esperanza que Vos, ni otro amparo ni otra tabla de salvación en
medio de las tempestades de la vida. Pero ya siento ¡Oh corazón querido! Que
renace en mi alma la paz inquietada, y la esperanza perdida, porque es
imposible que sea desoído quien, como yo os llama y quien como este afligido y
desamparado hijo, os implora. Protegedme, y seré salvo por vuestra piedad nunca
desmentida. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Besar amorosamente alguna imagen de María para avivar en nuestro corazón
el amor hacia ella.
2. Rezar siete Salves en honra del Corazón Inmaculado de María, pidiéndole
que nos conceda la pureza del alma y del cuerpo.
3. Hacer el propósito de honrar de una manera especial a la Santísima Virgen
María, todos los sábados del año.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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