DIA VIGÉSIMOCUARTO DEL SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARÍA
DIA 01 DE DICIEMBRE DIA VIGÉSIMOCUARTO
del SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARÍA
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
Después del triunfo de Jesús, jamás
presenciaron los ángeles triunfo más espléndido que el de María al hacer su
entrada en el paraíso. Los príncipes de la corte celestial le salen al
encuentro batiendo palmas triunfales y entonando dulcísimos cantares al compás
de sus cítaras de oro. Un trono hermosísimo aparejado a la diestra de Jesús, es
el lugar destinado para aquella a quien los ángeles proclaman reina y soberana,
y en medio del júbilo universal ocupa ese trono que habían visto hasta ese
momento vacío. Los más encumbrados serafines ciñen la frente de María con una
corona más rica y gloriosa que la de todos los reyes de la tierra. Forman esa
corona doce relucientes estrellas, como habla el Apocalipsis, que representan a
los Apóstoles, de los cuales es proclamada Reina, como fue en la tierra su
Madre, su apoyo y su consuelo. Además de esas estrellas de primera magnitud que
hermosean la corona de María, brillaban muchas otras que representan a los
nueve coros de ángeles, quienes ven en ella a la mujer bendita que quebrantó la
cabeza de la serpiente. Esas estrellas representan a los Patriarcas y Profetas
de la Antigua Ley, que prepararon la descendencia de esa mujer incomparable y
anunciaron su venida; y a los Doctores de la Iglesia, que se reconocen deudores
a María de la luz que por su medio les fue comunicada, y en la cual bebieron la
doctrina con que resplandecieron; a los Mártires, que aprendieron de María la
invencible fortaleza co que desafiaron las iras de los tiranos y dieron
contentos su vida por la fe de Jesucristo; a las Vírgenes, a quienes enseñó
María a abrazarse con la bellísima flor de la virginidad, que era hasta
entonces desconocida en el mundo y que hoy perfuma con sus aromas en el cielo.
Todos los bienaventurados la miran con el más profundo acatamiento, por cuanto
fue la Madre del Redentor, y a impulso de su gratitud y de su admiración, le
rinden sus coronas, confesando que ella es verdaderamente su Reina y la de todo
el Universo.
La Iglesia militante no cede en entusiasmo a
la triunfante en reconocer a María por soberana. Los peregrinos de la tierra la
invocan en medio de los contratiempos de la vida con la confianza que inspira
su poder, porque nada le podrá ser rehusado después del triunfo que alcanzó en
su entrada al Paraíso. ¡Qué gloria y que dicha para nosotros tener una Reina
tan poderosa y clemente! ¡Qué inestimable felicidad la nuestra al saber que
Ella se honra con ejercer su amoroso imperio en los desvalidos para
socorrerlos, en los menesterosos para enriquecerlos, en los atribulados para
consolarlos, en los pecadores para llamarlos a penitencia, en los justos para
sostenerlos en sus combates y en los desgraciados para comunicarles la
resignación y el aliento en sus trabajos. ¡Ah! Nosotros debiéramos tener a
mayor honra ser el último de sus vasallos que empuñar el primer cetro del
mundo. En su protección tendremos cuanto podemos necesitar en nuestro
destierro; luz, fuerzas, consuelos, esperanza, una prenda segura de salvación.
Sirvámosla como fieles y rendidos vasallos; hagamos nuestros los intereses de
su gloria; alegrémonos de verla tan colmada de grandezas y extasíense nuestros
apasionados corazones en la gloria de que Dios la colma en el cielo. ¡Felices
los que la honran y la sirven!
EJEMPLO
Magnificencia de María en el cielo.
Había en el monasterio de la Visitación de
Turín una religiosa doméstica que por su santidad era la edificación de sus
hermanas en religión. Distinguíase especialmente por una devoción tiernísima a
la Santísima Virgen. En 1647 Nuestro Señor favoreció a su sierva con una
enfermedad que al parecer debía terminar con la muerte. Los médicos declararon
que no la entendían, y los remedios que le propinaban, en vez de aliviarla,
redoblaban sus padecimientos.
Un día que sus dolencias llegaron a un extremo
de rigor insoportable, se sintió de improviso poseída del espíritu de Dios y en
un estado de completa enajenación de sus facultades y sentidos. Dios quiso
premiarla haciéndola gozar por un momento de la visión del cielo y en especial
de la gloria de que allí disfruta la Santísima Virgen.
“¿Quién podrá referir, decía la venerable
religiosa, los portentos de la hermosura y grandeza incomparables de esta Reina
del empíreo? Para dar una idea de tanta grandeza necesitaría la lengua de los
ángeles y hablar un idioma que no fuese humano. Esa hermosura y grandeza son
tales que jamás se ha dicho en el mundo nada que se aproxime ni de lejos a la
realidad. Después de haber visto lo que me ha sido dado ver, no experimento ya
la satisfacción que antes sentía al oír publicar las alabanzas de María, pues
la expresión humana me parece baja y grosera. Incapaz de declarar
convenientemente lo que he visto, solo diré respecto de la grandeza de María lo
que decía el cielo el Apóstol San Pablo, esto es, que el entendimiento del
hombre no puede comprender lo que Dios nos prepara de placer y felicidad con
sólo ver a la Santísima Virgen en la plenitud de su gloria. Yo la ví sentada en
un trono brillante como el sol, sostenida por millares y millones de ángeles.
En rededor de este trono vi un infinito número de santos que le rendían y
tributaban mil alabanzas. Esto me hizo pensar que aquellas almas
bienaventuradas eran como otras tantas reinas de Sabá alabando en la celestial
Jerusalén a la Madre del inmortal Salomón”.
“Tan dulces eran sus miradas, tan suaves y
deliciosas sus sonrisas, tan llenos de gracia y majestad sus movimientos que
habría estado toda una eternidad contemplándola sin cansarme. Su rostro de
hermosura incomparable despedía una luz tan viva que llegaba hasta mí,
envolviéndome en sus resplandores. Una corona de relucientes estrellas formaba
un cerco en torno de su frente. Me parecía ver que con una respetuosa y amorosa
Majestad ella adoraba un objeto que se escondía a mis miradas: era, sin duda,
la Divinidad que se ocultaba en medio de una luminosa oscuridad adonde mis ojos
no podían llegar. Yo vi que la soberana Reina del Cielo, revestida de una
gracia arrobadora, pidió a Dios no sólo mi salud, sino también la prolongación
de mi vida, y una dulcísima sonrisa que se dibujó en sus labios purísimos me
dio a entender que la Divinidad accedía a su súplica. En efecto, el día de la
gloriosa Asunción me encontré completamente curada, y en disposición de dejar
la cama y ejercer mis oficios.
“Esta visión me inspiro un desprecio tan
grande por todo lo creado, que desde entonces no he visto ni hallado nada que
me cause ni el más ligero placer: me hallo enteramente insensible para todo lo
de este mundo. Esta visión me ha inspirado además una confianza sin límites en
el poder y bondad de esa Madre de amor, pues he podido comprender cuán grande
es la eficacia de su intercesión por la prontitud con que fue atendida la
súplica que por mí se dignó presentar, de manera que había podido decirse que
en vez de suplicar había ordenado.
“Fáltame aún decir que he comprendido que la
incomprensible grandeza de María es debida al abismo de su humildad. Sí, la
humildad la ha hecho Madre de Dios, la humildad la ha elevado sobre todos los
ángeles y los santos…”
He aquí un pálido reflejo de la gloria de
María en el cielo revelada a tierra por un alma que mereció el insigne favor de
contemplarla por un instante. Acreciente esta revelación el amor y la confianza
hacia ella en nuestros corazones, para que, invocándola en nuestras
necesidades, logremos un día la dicha inefable de gozar de su compañía.
JACULATORIA
Salud ¡oh Reina del
cielo!
Salud ¡oh Madre
querida!
Fuente de paz y
consuelo,
Sé nuestro amparo en
la vida.
ORACION
¡Oh poderosa Reina del cielo y de la tierra,
postrados a vuestros pies, venimos en este día consagrado a recordar las
coronas que ciñeron vuestra frente, a unir nuestras voces de júbilo a los
himnos que entonaron los ángeles y los bienaventurados el día de vuestra
gloriosa Coronación! ¡Cuán dulce es para nosotros, que nos complacemos en
llamaros nuestra Madre, veros levantada a tan excelsa gloria y revestida de tan
alto poder! Sabemos, dulce Madre, que todo lo podéis en el cielo y que jamás
será desgraciado el que merezca vuestra decidida protección; sabemos también
que a Vos, como Madre, nada os será más grato que alargar a vuestros hijos una
mano compasiva para auxiliarlos y protegerlos. Por eso no es permitido
depositar en Vos nuestra más dulce confianza; por eso acudimos a Vos con la
seguridad de no ser jamás desoídos; por eso experimentamos tan dulce
complacencia al invocar vuestro nombre, al llamaros en nuestro socorro. Tierna
Madre nuestra, nosotros necesitamos en toda hora de vuestra maternal solicitud;
no nos abandonéis en medio de las borrascas del camino. Vasallos rendidos, os
imploramos como a Reina que dispone de un omnímodo poder para emplearlo en
provecho de sus fieles súbditos; no permitáis Señora, que abandonemos alguna
vez nuestra gloriosa cualidad de vasallos humildes y rendidos para hacernos
esclavos de las pasiones, del mundo y del demonio. Alcanzadnos la gracia de
vivir y morir a la sombra de vuestro manto de Madre y vuestro cetro de Reina, a
fin de haceros un día eterna compañía en el cielo. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Rezar
una tercera parte del Rosario en homenaje a la gloria de María en su coronación
en el cielo.
2. Hacer
tres actos de vencimiento de la propia voluntad, pidiendo a María el espíritu
de sacrificio.
3. Repetir
nueve veces el Gloria Patri en honra de la Santísima Trinidad en
agradecimiento de los favores otorgados a María.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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