Continuamos con la serie de exposición de las principales Herejias contenidas en el Concilio Pastoral Vaticano II.
Gladius
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1. Unitatis Redintegratio – el decreto del Vaticano II sobre el ecumenismo.
Vaticano II, documento Unitatis redintegratio, # 1:
“Casi todos, sin embargo, aunque de modo diverso, suspiran por una Iglesia de Dios única y visible, que sea verdaderamente universal y enviada a todo el mundo, para que el mundo se convierta al Evangelio y se salve para gloria de Dios”[1].
En el comienzo de su decreto sobre el ecumenismo, el Vaticano II enseña que casi todos suspiran por una verdadera Iglesia universal, cuya misión es convertir al mundo al Evangelio. ¿Cuál es la verdadera Iglesia universal, cuya misión es convertir al mundo al Evangelio? Es la Iglesia Católica, por supuesto, que sola es la única verdadera Iglesia de Cristo. Entonces, ¿qué está enseñando el Vaticano II? ¿Por qué el Vaticano II enseña que casi todo el mundo suspira por la verdadera Iglesia universal de Cristo, cuando ya la tenemos? La respuesta es que el Vaticano enseña que la gente debe anhelar la verdadera Iglesia Católica porque ¡enseña que ella todavía no existe! Para quienes dudan que aquí el Vaticano II niega que la Iglesia Católica existe, citamos la propia interpretación de Juan Pablo II sobre este pasaje.
Juan Pablo II, homilía del 5 de diciembre de 1996, hablando de la oración con los no-católicos: “Cuando oramos juntos, lo hacemos con el deseo de que ‘pueda haber una Iglesia visible de Dios, una Iglesia verdaderamente universal y enviada para que todo el mundo se convierta al Evangelio y así se salve, para gloria de Dios’ (Unitatis redintegratio, # 1)”.
Aquí vemos que el mismo Juan Pablo II confirma que el anhelo por una única Iglesia visible de Cristo es un anhelo de ambas partes ―católicos y no-católicos―, lo que significa que en su decreto sobre el ecumenismo (que Juan Pablo II cita), el Vaticano II, de hecho, estaba anhelando una única Iglesia de Cristo universal. Por lo tanto, el Concilio Vaticano II niega que la Iglesia Católica sea la única Iglesia universal de Cristo.
Unitatis redintegratio también afirma que todos los bautizados que se profesan “cristianos” están en comunión con la Iglesia y tienen derecho al nombre de cristianos, mientras que no menciona nada acerca de la necesidad que ellos tienen de convertirse a la fe católica para la salvación.
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 3: “… puesto que quienes creen en Cristo y recibieron el bautismo debidamente, quedan constituidos en alguna comunión, aunque no sea perfecta, con la Iglesia Católica. Efectivamente, por causa de las varias discrepancias existentes entre ellos y la Iglesia Católica, ya en cuanto a la doctrina, y a veces también en cuanto a la disciplina, ya en lo relativo a la estructura de la Iglesia, se interponen a la plena comunión eclesiástica no pocos obstáculos, a veces muy graves, que el movimiento ecumenista trata de superar. Sin embargo, justificados por la fe en el bautismo, quedan incorporados a Cristo y, por tanto, reciben el nombre de cristianos con todo derecho y justamente son reconocidos como hermanos en el Señor por los hijos de la Iglesia Católica”[2].
Nótese que el Vaticano II enseña que las sectas protestantes y cismáticas están en comunión con la Iglesia Católica (si bien que de manera imperfecta) y son hermanos de la misma Iglesia con derecho al nombre de cristianos. La Iglesia Católica enseña que ellos están fuera de la comunión de la Iglesia y ajenos a sus fieles. Esta enseñanza, el Vaticano II la contradice directamente.
Papa León XIII, Satis cognitum, # 9, 29 de junio de 1896:
“Tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres, que siempre han mirado como excluido de la comunión católica y fuera de la Iglesia a cualquiera que se separe en lo más mínimo de la doctrina enseñada por el magisterio auténtico”[3].
La siguiente cita es de un artículo que apareció en una publicación que es ampliamente leída y aprobada por la secta del Vaticano II, St. Anthony Messenger. Podemos ver cómo esta aprobada publicación entiende el decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II.
Renee M. Lareu, “El Vaticano II acerca de la Gen-Xers”, St. Anthony Messenger, noviembre de 2005, p. 25: “Unitatis redintegratio (el decreto sobre el ecumenismo) y Nostra aetate (la declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no-cristianas) muestran un marcado cambio en las actitudes de la Iglesia hacia las otras religiones. Viniendo de una antigua institución de criterio estrecho que insistía que no había salvación fuera de la Iglesia y que la Iglesia Católica era la única verdadera Iglesia de Cristo, la apertura de mente que caracterizó esas enseñanzas fue notable. Unitatis redintegratio afirma que la Iglesia incluye a todos los cristianos y no se limita exclusivamente a la Iglesia Católica, mientras que la Nostra aetate reconoce que la verdad y santidad de las religiones no-cristianas fue obra del mismo único Dios verdadero”[4].
¿Ha entendido mal Renee el Vaticano II? No, sólo hemos mostrado que Unitatis redintegratio enseña precisamente lo mismo. Ahora veremos que el Vaticano II niega que la Iglesia sea plenamente católica y afirma que hay salvación en las mencionadas sectas.
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 4:
“Sin embargo, las divisiones de los cristianos impiden que la Iglesia lleve a efecto su propia plenitud de catolicidad en aquellos hijos que, estando verdaderamente incorporados a ella por el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión. Más aún, a la misma Iglesia le resulta muy difícil expresar, bajo todos los aspectos, en la realidad misma de la vida, la plenitud de la catolicidad”[5].
Aquí, en el n. 4 del mismo decreto sobre el ecumenismo, el Concilio Vaticano II ¡niega que la Iglesia de Cristo es plenamente católica! Si usted cree esto, usted ni siquiera puede rezar el Credo de los Apóstoles: “Creo… en la Santa Iglesia Católica”. Usted tendría que decir “Creo en la Iglesia no plenamente católica”. Pero, ¿por qué el Vaticano II afirma una herejía tan ridícula? Hay una razón. La palabra católica significa “universal”. Como ya hemos visto, el Vaticano II rechaza que la Iglesia Católica es la Iglesia universal de Cristo al enseñar que casi todo el mundo anhela la Iglesia universal, como si ella no existiera.
Cardenal Ratzinger, Dominus Iesus #17, aprobado por el antipapa Juan Pablo II, 6 de agosto de 2000: “Por lo tanto, la Iglesia de Cristo está presente y operante también en esas iglesias, aunque carezcan de la plena comunión con la Iglesia Católica ya que ellos no aceptan la doctrina católica de la primacía, que, según la voluntad de Dios, el obispo de Roma posee y ejerce efectivamente sobre toda la Iglesia”[6].
La religión del Vaticano II sostiene que la Iglesia de Cristo es más grande que la Iglesia Católica. Dado que el decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II niega que la Iglesia Católica es la Iglesia universal de Cristo por el anhelo que existe por tal iglesia, se deduce lógicamente que el Vaticano II enseña que “la Iglesia” (es decir, la Iglesia Católica universal) no es capaz de realizar plenamente su catolicidad/universalidad debido a las “divisiones entre los cristianos”. En otras palabras, según la clara enseñanza del Concilio Vaticano II, las divisiones entre las incontables sectas protestantes, las sectas cismáticas orientales y la Iglesia Católica, impiden que la Iglesia universal (de la cual según el Vaticano II todos somos miembros) realice su plena catolicidad (universalidad).
Todo esto es una definitiva confirmación de que el Vaticano II enseña que las sectas heréticas y cismáticas forman la Iglesia de Cristo. Las palabras del Vaticano II acerca de que la universalidad de la Iglesia de Cristo se ve afectada por las divisiones de esas sectas; no tendrían sentido, a menos que sostuviera que esas sectas forman parte de la Iglesia de Cristo. Con esa explicación citamos al Papa Clemente VI y al Papa León XIII en contradicción con la horrible herejía del Vaticano II.
Papa Clemente VI, Super quibusdam, 20 de septiembre de 1351:
“Preguntamos: Primeramente, si creéis tú y la iglesia de los armenios que te obedece que todos aquellos que en el bautismo recibieron la misma fe católica y después se apartaron o en lo futuro se aparten de la comunión de la misma fe de LA IGLESIA ROMANA QUE ES LA ÚNICA CATÓLICA, son cismáticos y herejes, si perseveraran pertinazmente divididos de la fe de la misma Iglesia romana”[7].
Papa León XIII, Satis cognitum, # 9, 29 de junio de 1896:
“Tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres, que siempre han mirado como excluido de la comunión católica Y FUERA DE LA IGLESIA A CUALQUIERA QUE SE SEPARE EN LO MÁS MÍNIMO DE LA DOCTRINA ENSEÑADA POR EL MAGISTERIO AUTÉNTICO”[8].
Como podemos ver, cuando los herejes abandonan la Iglesia Católica, ellos no rompen su catolicidad o universalidad. Ellos simplemente abandonan la Iglesia Católica. Pero eso no concuerda con lo que dice el decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II:
Michael J. Daley, “Los 16 Documentos del Concilio”, St. Anthony Messenger, noviembre de 2005, p. 15: “El decreto sobre el ecumenismo (Unitatis redintegratio) desea el restablecimiento de la unidad, no simplemente un regreso a Roma, entre todos los cristianos. Admite que ambas partes tienen la culpa de las divisiones históricas y entrega las directrices para las actividades ecuménicas”[9].
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 3: “Los que ahora nacen y se nutren de la fe de Jesucristo dentro de esas comunidades, no pueden ser tenidos como responsables del pecado de separación, y la Iglesia Católica los abraza con fraterno respeto y amor”(http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19641121_unitatis-redintegratio_sp.html) Se debe considerar esta declaración cuidadosamente para captar el impacto total de su malicia. Sin que haya dado una aclaración o calificación, el Vaticano II emitió una declaración general y excusa del pecado de separación (es decir, la herejía y el cisma) a todos los que, habiendo nacido y crecido en las comunidades protestantes y cismáticas, “se nutren de la fe de Jesucristo”. Esto es increíblemente herético. ¡Ello significa que no se puede acusar a ningún protestante de ser un hereje, no importa cuán anticatólico sea, si ha nacido en esa secta! Esto contradice directamente la enseñanza que hemos visto (por ejemplo, de León XIII). Todo aquel que rechace incluso un dogma de la fe católica es hereje y culpable de su propia separación de la verdadera Iglesia. |
Continuando con el documento, llegamos al # 3 del decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II:
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 3:
“Es más: de entre el conjunto de elementos o bienes con que la Iglesia se edifica y vive, algunos, o mejor, muchísimos y muy importantes pueden encontrarse fuera del recinto visible de la Iglesia Católica: la Palabra de Dios escrita, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y algunos dones interiores del Espíritu Santo y elementos visibles”[10].
Aquí descubrimos una herejía más en el # 3 del decreto sobre el ecumenismo. Él afirma que “la vida de la gracia” (la gracia santificante/la justificación) existen fuera del recinto visible de la Iglesia Católica. Esto es enteramente contrario a la enseñanza solemne del Papa Bonifacio VIII en la bula Unam Sanctam:
Papa Bonifacio VIII, Unam Sanctam, 18 de noviembre de 1302:
“Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma Apostólica, y nosotros firmemente lo creemos y simplemente lo confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: ‘Una sola es mi paloma una sola es mi perfecta’”[11].
El Vaticano II contradice el dogma de que no hay remisión de los pecados fuera de la Iglesia Católica al afirmar que se puede poseer la vida de la gracia ―que incluye la remisión de los pecados― fuera de la Iglesia Católica. Y hay más herejía en la misma sección del decreto sobre el ecumenismo.
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 3:
“Por consiguiente, aunque creamos que las Iglesias y comunidades separadas tienen sus defectos, no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia”[12].
Esta es una de las peores herejías del Vaticano II. Ella constituye un rechazo al dogma fuera de la Iglesia Católica no hay salvación.
Papa San Pío X, Editae saepe, # 29, 26 de mayo de 1910:
“Solo la Iglesia posee, junto con su magisterio, el poder de gobernar y de santificar a la sociedad humana. Por sus ministros y siervos (cada uno en su destino y oficio), Ella confiere sobre la humanidad los medios apropiados y necesarios para la salvación”[13].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, 1441, ex cátedra:
“La Santa Iglesia Romana cree firmemente, profesa y enseña que aquéllos que no están en el seno de la Iglesia Católica, no solamente los paganos, sino también los judíos o herejes y cismáticos, jamás compartirán la vida eterna, e irán irremediablemente al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles, a no ser que se hayan unido a la Iglesia antes de morir…”[14].
En su decreto sobre el ecumenismo el Vaticano II también enseña que los no-católicos dan testimonio de Cristo al derramar su sangre. El siguiente párrafo implica que hay santos y mártires en las iglesias no-católicas, lo cual es una herejía.
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 4:
“Por otra parte, es necesario que los católicos, con gozo, reconozcan y aprecien en su valor los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en nuestros hermanos separados. Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las virtudes en la vida de quienes dan testimonio de Cristo y, a veces, hasta el derramamiento de su sangre…”[15].
En base a esta enseñanza, Juan Pablo II amplía y repite esta herejía muchas veces.
Juan Pablo II, Ut Unum Sint, # 1, 25 de mayo de 1995:
“El valiente testimonio de tantos mártires de nuestro siglo, pertenecientes también a otras Iglesias y comunidades eclesiales, no en plena comunión con la Iglesia Católica, infunde nuevo impulso a la llamada conciliar y nos recuerda la obligación de acoger y poner en práctica su exhortación”[16].
Juan Pablo II, Ut Unum Sint, # 84, 25 de mayo de 1995:
“La comunión aún no plena de nuestras comunidades está en verdad cimentada sólidamente, si bien de modo invisible, en la comunión plena de los santos, es decir, de aquéllos que al final de una existencia fiel a la gracia están en comunión con Cristo glorioso. Estos santos proceden de todas las Iglesias y comunidades eclesiales, que les abrieron la entrada en la comunión de la salvación”[17].
La Iglesia Católica enseña dogmáticamente que no hay mártires cristianos fuera de la Iglesia:
Papa Pelagio II, epístola 2 Dilectionis vestrae, 585:
“No pueden permanecer con Dios los que no quisieron estar unánimes en la Iglesia. Aun cuando ardieren entregados a las llamas de la hoguera; aun cuando arrojados a las fieras den su vida, no será aquélla la corona de la fe, sino el castigo de la perfidia; ni muerte gloriosa [de virtud religiosa], sino perdición desesperada. Ese tal puede ser muerto; coronado, no puede serlo…”[18].
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, Cantate Domino, sesión 11, 4 de febrero de 1442:
“… todo aquel, no importando lo grande que hayan sido sus limosnas y obras de caridad, y no importando de que llegase a derramar su sangre por causa de Cristo, no puede salvarse si no se hallare en el seno y unidad de la Iglesia Católica”[19].
En su decreto sobre el ecumenismo, el Vaticano II también enseña que los herejes y cismáticos de Oriente ayudan a que la Iglesia se expanda o crezca.
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 13 y 15:
“Nuestra atención se fija en las dos categorías principales de escisiones que afectan a la túnica inconsútil de Cristo. Las primeras tuvieron lugar en el Oriente, a resultas de las declaraciones dogmáticas de los concilios de Éfeso y de Calcedonia, y en tiempos posteriores por la ruptura de la comunidad eclesiástica entre los patriarcas orientales y la Sede romana… Todos conocen con cuánto amor los cristianos orientales celebran el culto litúrgico… Consiguientemente, por la celebración de la eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y por la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas”[20].
En cambio la Iglesia Católica enseña que los herejes son las puertas del infierno.
Papa Virgilio, Segundo Concilio de Constantinopla, 553:
“Estos asuntos han sido tratados con un curso completo de exactitud, tenemos en cuenta lo que fue prometido para la Santa Iglesia y a Aquel que lo dijo, que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (por estas entendemos las lenguas mortales de los herejes)… por lo que contamos con el diablo, el padre de la mentira, las lenguas incontroladas de los herejes y sus escritos heréticos, junto con los herejes mismos que han persistido en su herejía hasta la muerte”[21].
Papa San León IX, In terra pax hominibus, 2 de septiembre de 1053, al “Padre” de la Ortodoxia Oriental, Miguel Cerulario, cap. 7: “La Santa Iglesia edificada sobre la piedra, esto es, sobre Cristo, y sobre Pedro o Cefas, el hijo de Jonás, que antes se llamaba Simón, porque en modo alguno había de ser vencida por las puertas del infierno, es decir, por las disputas de los herejes, que seducen a los vanos para su ruina”[22].
Otra herejía que ocupa un lugar destacado en el decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II es la constante expresión de respeto por los miembros de las religiones no-católicas.
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 3:
“… pero en tiempos sucesivos surgieron discrepancias mayores, separándose de la plena comunión de la Iglesia no pocas comunidades, a veces no sin responsabilidad de ambas partes, pero los que ahora nacen y se nutren de la fe de Jesucristo dentro de esas comunidades no pueden ser tenidos como responsables del pecado de la separación, y la Iglesia Católica los abraza con fraterno respeto y amor”[23].
La Iglesia Católica no ve a los miembros de las religiones no-católicas con respeto. La Iglesia trabaja y espera su conversión, pero denuncia y anatematiza como heréticos a los miembros de las sectas que rechazan la enseñanza católica.
Papa Inocencio III, Cuarto Concilio Lateranense, 1215, constitución 3, sobre los herejes:
“Nos excomulgamos y anatematizamos toda herejía que se eleva en contra de esta fe santa, ortodoxa y católica que hemos expuesto anteriormente. Nos condenamos a todos los herejes, cualesquiera que sean los nombres por los que se hagan pasar. En verdad, ellos tienen diferentes caras, pero sus colas están unidas entre sí en la medida en que son similares en su orgullo”[24].
Papa Pelagio II, epístola 1, Quod ad dilectionem, 585:
“Y si alguno sugiere, o cree, o bien osa enseñar contra esta fe, sepa que está condenado y anatematizado según la sentencia de esos mismos Padres”[25].
Primer Concilio de Constantinopla, 381, can. 1:
“… anatematizar toda herejía, y en particular la de los eunomianos o anomeos, la de los arrianos o eudoxianos, y la de los semiarrianos o pneumatómacos, la de los sabelinos, marcelianos, la de los fotinianos y la de los apolinaristas”[26].
El decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II también enseña que en materias teológicas debemos tratar a los no-católicos en pie de igualdad.
Vaticano II, Unitatis redintegratio, # 9:
“Conviene conocer la disposición de ánimo de los hermanos separados… Para lograrlo, ayudan mucho por ambas partes las reuniones destinadas a tratar, sobre todo, cuestiones teológicas, donde cada uno pueda tratar a los demás de igual a igual, con tal que los que toman parte, bajo la vigilancia de los prelados, sean verdaderamente peritos”[27].
Por favor adviértase cómo el texto del decreto sobre el ecumenismo del Vaticano II está condenado por el Papa Pío XI en su encíclica Mortalium animos contra el ecumenismo. El Vaticano II recomienda tratar con los herejes de igual a igual, ¡mientras que el Papa Pío XI advierte que los herejes están dispuestos a “tratar” con la Iglesia de Roma, pero sólo como “de igual a igual”! Cuando se lee la increíble especificidad con que el Vaticano II contradice la enseñanza pasada del magisterio, uno se pregunta: ¿Habrá sido el mismo Satanás quien redactó los documentos del Vaticano II?
Papa Pío XI, Mortalium animos, # 7, 6 de enero de 1928, hablando de los herejes:
“Entre tanto asevera que están dispuestos a tratar gustosamente en unión con la Iglesia Romana, naturalmente en igualdad de condiciones jurídicas, o sea de iguales a igual…”[28].
[1] Decrees of the Ecumenical Councils, 1990, vol. 2, p. 908.
[2] http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19641121_unitatis-redintegratio_en.html)
[3] The Papal Encyclicals, por Claudia Carlen, Raleigh: The Pierian Press, 1990, vol. 2 (1878-1903), p. 393.
[4] Renee M. Lareau, “Vatican II for Gen-Xers”, St. Anthony Messenger, noviembre de 2005, p. 25.
[5] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 912.
[6] “Cardenal” Ratzinger, Dominus Iesus #17, aprobado por Juan Pablo II, 6 de agosto de 2000.
[7] Denzinger 570a.
[8] The Papal Encyclicals, vol. 2 (1878-1903), p. 393.
[9] Michael J. Daley, “Los 16 Documentos del Concilio” St. Anthony Messenger, Nov. 2005, p. 15.
[10] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 910.
[11] Denzinger 468.
[12] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 910.
[13] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903-1939), pp. 121-122.
[14] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 578; Denzinger 714.
[15] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 912.
[16] The Encyclicals of John Paul II, Huntington, IN: Our Sunday Visitor Publishing Division, 1996, p. 914.
[17] The Encyclicals of John Paul II, p. 965.
[18] Denzinger 247.
[19] Denzinger 714.
[20] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, pp. 915-916.
[21] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 113.
[22] Denzinger 351.
[23] http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat- ii_decree_19641121_unitatis-redintegratio_en.html
[24] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 233.
[25] Denzinger 246.
[26] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, p. 31.
[27] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 2, p. 914.
[28] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903-1939), p. 315.
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