Alberto Jara Ahumada
Thomas Molnar tiene razón: vivimos en un Occidente descristianizado. Y todavía peor que eso. La sustancia espiritual que por siglos nos dio vida es canjeada por una nueva creencia: el neopaganismo. Este sucedáneo hace rato que viene cuajando en la mentalidad del hombre de la calle. Y, paso a paso, preña también las realidades religiosas. ¿Tengo pruebas para esto? Sí, se llama Camino de Santiago. ¡Que dentre, nomás, el testigo!
En Europa se acostumbra peregrinar hacia la tumba del apóstol Santiago, en Galicia. Allí llega gente de todo el mundo, aunque los más motivados son los españoles (obvio, la caridad parte por casa). Surgida durante la Cristiandad medieval, el camino hasta Compostela ha recibido las pisadas de templarios y frailes, de reyes y ñatos sencillos. Por entre la nieve pirenaica o las resequedades castellanas, estos buenos hombres procuraron alcanzar el perdón de sus pecados. Un viajecito como éste, en la época aquella, no se hacía por gusto del placer y la aventura. En el siglo XX, no obstante, junto con retomarse esta venerable tradición, ha decaído la enjundia sobrenatural que la distinguió. Y esto se constata en tres aspectos.
En primer lugar, se ha ido perdiendo el conjunto de valores y el significado católico que encierra la ruta jacobea. Por ejemplo, en un albergue donde me hospedé, conocí a un mexicano (descendiente de cristeros, pensé ingenuamente). Me confesó que era masón. Me explicó que su orden era fraterna y razonable, nada que ver con lo que pintaban las condenas pontificias (seguritamente, como si yo viniera de las chacras). Además, él no se tragaba el “mito” de que el apóstol Santiago, el Mayor, fuera trasladado desde Jerusalén hasta Santiago de Compostela, por los aires y con una tripulación de ángeles. Por eso, él seguía la ruta de los antiguos celtas. “Yo hago la ruta de las estrellas”, me decía. ¿Chancho en Misa? No, porque muchos andaban en la misma parada: a la siga de las lucecitas en la noche.
En segundo lugar, se ha diluido la finalidad que supone hacer el Camino de Santiago. Y esto, de entrada. Al momento de iniciar la peregrinación, tuve que acreditarme. Y una de las preguntas del cuestionario era: “¿Por qué motivos realizas el Camino?”. Las posibles respuestas eran cuatro: por razones culturales (vitrineo histórico y turístico), deportivas (es que los europeos son muy sanos), espirituales (onda New Age y huifas extrañas) y religiosas (aquí, en el ítem de la rareza, cabía un católico como yo). ¿Dónde quedó el sentido penitencial y reparador por las culpas? ¡Qué importa! Si ya ni los teólogos creen en el pecado.
Y en tercer lugar, se ha desacralizado el tono del ambiente que debieran dar los peregrinos. Éstos eran en su mayoría agnósticos, comecuras o lachos de las religiones de Oriente. Cierta noche, antes de dormir, fui invitado a participar de una oración ecuménica (hay que admitir que son integradores). El líder espiritual rezó el mantra. Era un gallo que se autodefinía súper abierto y tolerante (aunque lo escuché pelar al Opus Dei como endemoniado). En otra ocasión, durante la cena, tuve que mamarme el discurso de un peregrino que exponía su proyecto de religión universal. Su aspecto era el de un contemplativo y el comensalaje lo escuchaba boquiabierto. Por mi parte, me andaba con disculpas y perdones a la hora de bendecir los alimentos, no fuera cosa que hiriera la sensibilidad de alguno. Es que la fe católica le quedó chica al Viejo Mundo. Está bien para salas de provincia sudacas, no para un escenario de país civilizado.
En estas tres variables del Camino de Santiago se percibe lo mismo: un retorno al paganismo antiguo y el declive de nuestra civilización occidental. La guinda de la torta corrió por cuenta de un curso sobre Canalización de la Energía Universal, en un esotérico albergue de León. Allí estaba un grupo de peregrinos, dirigidos por su gurú, tomados de las manos, entre incienso y velitas, y no pocos llorando a moco tendido. Fue la institucionalización del relativismo y de la subjetividad en la Ruta del Apóstol. Nada más lejos de los fundamentos de nuestra vida espiritual Cristocéntrica.
Al Camino lo sedujo la tentación pagana. A la fe sobrenatural se la ganó la espiritualidad del kiosco. Más temprano que tarde, el mensaje rezará así:
“¡Bienvenidos al Camino de Tiago!”.
Es cuestión de coherencia.
Es el lento declive de la Religión Católica (o pensaron que duraría por siempre). No lo veremos nosotros pero ciertamente ya se atomizó con luchas internas y externas.
ResponderEliminarNo lo digo por mal, yo fui criado como católico aunque no "siento" la religión en mi. Aunque debo reconocer que me resulta dificil de entender a esas asociaciones de cristianos que hacen yoga, o que son budistas-católicos y cosas por el estilo.
Solo el tiempo dirá quién tiene la razón.
¡No todo está perdido! Yo hice el camino de Santiago en 2005 con otros 200 jóvenes de mi parroquia, y entramos en la plaza del Obradoiro cantando a Dios.
ResponderEliminar"De peores hemos salido, Sancho"...