DIA 17 DE NOVIEMBRE DIA NOVENO DEL
SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARIA
DIA DECIMO
CONSAGRADO A HONRAR EL MISTERIO DE LA PURIFICACION DE MARIA
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Nuestra Señora de La Salette |
CONSIDERACION
La ley de Moisés obliga a las madres a presentar a
sus hijos al Templo cuarenta días después de su nacimiento, y a purificarse
ofreciendo a Dios una ofrenda. Por ningún título estaba obligada María a
sujetarse a esta prescripción; porque ella era la pureza misma y porque el Hijo
que iba a presentar no pertenecía al número de los pecadores, para los cuáles
había sido dictada la ley. Pero el Hijo y la Madre quisieron ocultar la
grandeza de sus destinos y de su dignidad para dar ejemplo de obediencia a las
prescripciones religiosas que regían para los hijos y las madres de Israel.
Como todas las mujeres del pueblo, ella se presenta al templo de Jerusalén
acompañada de su esposo y llevando en sus brazos al hijo que había dado a luz
por operación del Espíritu Santo. Y como pertenecía a la clase de los pobres,
fue modesta su ofrenda y pequeña su oblación.
Pero un fin más alto la conducía al santuario del
Señor. Iba a dar gracias a Dios por el incomparable beneficio de su fecundidad
gloriosa. Si toda paternidad viene de Dios, la maternidad de María era la obra
primorosa de su amor y de su misericordia, el principio de la felicidad del
mundo y el testimonio más elocuente de la predilección que tenía por la que
eligió por Madre del Verbo encarnado. Por lo mismo, ella debía a Dios
beneficios más excelsos que todas las madres juntas y acciones más ardientes de
gracias que las que le han enviado en todos los siglos todas las que han sido
favorecidas con el don de la fecundidad.
¡Ah! ¡Cuáles serían en ese momento los ardores de
la gratitud de María, que conocía, en toda su magnitud, la gracia de que había
sido depositaria! Su corazón, abrasado en las llamas del amor y del reconocimiento,
levantaría hasta el cielo, a manera de purísimo incendio, los más encendidos
afectos que jamás se escaparan del corazón humano. Ella que amó a Dios desde el
primer momento de su existencia, ¿cuál estaría su corazón cuando, no sólo amaba
a Dios como simple criatura y lo bendecía, no solamente por los dones comunes
que le había otorgado sino que lo amaba como madre y lo bendecía por las
excepcionales prerrogativas de que la acababa de colmar? No es la inteligencia
humana capaz de comprender la intensidad de los afectos de amor y gratitud que
brotarían en ese momento del pecho amante y agradecido de María. Ellos
excederían, sin duda, a los de los más ardientes serafines.
He aquí lo que nos enseña María en el misterio que
meditamos. Cumple a todos los hombres el deber ineludible de dar a Dios
acciones incesantes de gracias por todos los beneficios, así generales como
particulares, con que han sido favorecidos. Quien se muestre ingrato y
olvidadizo con el Bienhechor Soberano se hace indigno de sus favores. El
primero de los deberes del beneficiado es el de la gratitud para con su
benefactor. La naturaleza misma impone esta obligación y quien rehúse cumplirla
contraría los sentimientos más naturales que abriga el corazón. La gratitud,
como todos los sentimientos del alma, se manifiesta por medio de repetidos
actos; y así como el amor se deja conocer por actos de amor, el agradecimiento
debe mostrarse con acciones de amor.
¡Ah! ¿quién será aquel que en cada uno de los días
de su vida no tenga un nuevo beneficio que agradecer a Dios? La conservación de
la vida, el alimento que nos mantiene, el vestido que nos cubre, el techo que
nos guarece, el sol que nos calienta, el aire que respiramos… todo es obra de
su mano generosa. Las inspiraciones secretas, las mociones de la voluntad, los
pensamientos saludables, los propósitos santos en orden a la reforma y
perfeccionamiento de la vida, las advertencias caritativas, los buenos consejos
y hasta lo que llamamos desgracias y recibimos de su infinita liberalidad. Y si
sus favores no cesan, ¿cómo podrán cesar sus acciones de gracias? ¿Cómo
podremos, sin ser desconocidos, pasar un día solo sin que levantemos a Dios un
acento de ardiente gratitud? ¡Ah! Y si consideramos los beneficios generales
que ha dispensado Dios al mundo, en la creación, conservación, redención,
institución de la Iglesia y llamamiento a la fe, el deber de la gratitud
aparece todavía más estricto e imprescindible. Imitemos a María, cuya vida fue
una continuada acción de gracias y cuyo corazón fue un incensario vivo que
estuvo siempre perfumando el trono de Dios con los aromas del amor más puro y
de la gratitud más ardiente.
EJEMPLO
María,
Vaso de insigne devoción.
San Bernardino de Sena, uno de los astros más
resplandecientes de la Orden de San Francisco, y de los más bellos ornamentos
de su siglo, se distinguió desde la más tierna infancia, por su acendrado amor
a la Madre de Dios. Nacido el 8 de Septiembre de 1380, día de la Natividad de
la Santísima Virgen, todos los grandes actos de su vida se verificaron en este
mismo día; su toma de hábito, su profesión religiosa y su primera misa, augurio
cierto de la predilección de esta bondadosa jefa.
Conociendo sus superiores los grandes talentos de
este insigne hijo de María, no quisieron que esta antorcha quedara oculta entre
las sombras del claustro, y lo enviaron a predicar a Milán y demás estados de
Italia en un tiempo en que la corrupción de las costumbres se extendía como una
lepra gangrenosa en el cuerpo social. La Santísima Virgen le concedió la gracia
de que su lengua, que era tarda por defecto natural, adquiriera una expedición
tan admirable que no hubo en su época quien lo aventajase en elocuencia.
Innumerables fueron las conversiones que hacía su predicación: los pueblos
cambiaban de faz; personas inveteradas en el vicio se volvían a Dios, y
multitudes incontables eran arrastradas por la irresistible unción de su
palabra. La devoción a María palpitaba en sus discursos y se comunicaba a sus
oyentes como el calor de una llama. Decía que no predicaba con gusto cuando no
le era posible hablar de María en sus sermones. Admirables son los que se
conservan sobre la Santísima Virgen, y, en especial sobre su Inmaculada
Concepción, pues no podía tolerar que se pusiese en duda que la Madre de Dios
había sido concebida en gracia y exenta de toda mancha.
María pagó con retribución generosa el encendido
amor de su fidelísimo hijo.
Un día quiso dar un testimonio público de su amor
por Bernardino, haciendo aparecer una estrella brillantísima sobre su cabeza en
el momento en que predicaba en Aquila sobre las doce estrellas que coronan la
frente de la gloriosa Reina de los Ángeles. Este prodigio, que fue presenciado
por un gran número de personas, aumentó la veneración que a todos inspiraba la
santidad de Bernardino. En la hora de su muerte tuvo la dicha de ver a María
junto a su lecho mortuorio y expirar en los brazos maternales de aquella por
cuya gloria había trabajado con tanto afán. Ella recibió en su regazo el
espíritu de su siervo y remontóse con él al cielo para que recibiera el premio
que había merecido por su amor a Jesús y María.
Así es como la Santísima Virgen recompensa el celo
de los que se consagran a extender su gloria y dilatar su culto.
JACULATORIA
¡Astro esplendente del día!
Pues que eres de gracia llena,
No me olvides, Madre mía.
ORACION
Al contemplaros ¡oh María! de rodillas y con el
corazón inflamado de amor al pie de los altares de la casa del Señor, dando
gracias por todos los beneficios que Dios ha otorgado al mundo por la mediación
de Jesús, nosotros no podemos menos de avergonzarnos de ser tan desconocidos e
ingratos para con Dios. Caen sobre nosotros lluvias de bendiciones y no se
arranca de nuestro corazón ni un suspiro de amor y gratitud para con el
Soberano Bienhechor. Transcurren uno tras otros los días de nuestra vida llenos
de favores divinos; pero parece que nosotros lo ignoramos, porque la frialdad y
la indiferencia son la respuesta que damos a la liberalidad inagotable de la
Providencia. Enseñadnos ¡oh María! a ser gratos a los favores celestiales, vos
que no hicisteis en la tierra otra cosa que enviar al cielo los perfumes de
vuestros amorosos y agradecidos afectos. Dad vos por nosotros rendidas gracias
a la Bondad divina y suplid, con vuestros homenajes de gratitud, lo que no
puede hacer nuestra indolencia. Recibid vos también la expresión de nuestro
agradecimiento en los filiales obsequios que venimos diariamente a poner a
vuestras plantas. Que esas flores y esas guirnaldas con que coronamos vuestra
imagen querida, lleven en sus aromas el perfume de nuestra gratitud. Recibid
con nuestros homenajes el afecto con que los traemos a vuestros pies y sirvan
ellos de emblema de amor y prenda de nuestra correspondencia a vuestras
maternales finezas. Haced que todos los que nos reunimos aquí para cantar
vuestras alabanzas, merezcamos los favores que Dios concede a las almas amantes
y reconocidas, para que, comenzando en la tierra el himno de nuestra gratitud,
podamos en el cielo unir nuestra voz a la de los coros angélicos que repiten
sin cesar: ¡Gloria a Dios en las alturas, y paz a los hombres de buena
voluntad! Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Rezar
el Trisagio en homenaje de agradecimiento por los beneficios que hemos recibido
de Dios.
2. Ofrecer
una comunión, o sí esto no fuere posible, oír una misa en sufragio del alma más
devota de María.
3. Hacer
una visita al Santísimo Sacramento para desagraviarlo de todas las injurias,
desprecios y olvidos de que es víctima en el adorable Sacramento del Altar.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que
confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes
el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las
tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
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