DIA 23 DE NOVIEMBRE DIA DECIMOSEPTIMO
SANTO EJERCICIO DEL MES DE MARIA
DIA DECIMOSEPTIMO
CONSAGRADO A HONRAR EL SEXTO DOLOR DE MARIA
ORACIÓN INICIAL
PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh
María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo resuena con vuestro
nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras
manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presidís
nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
Para honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestras frentes con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria, ¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María, haced producir en el fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACION
La muerte había puesto término a los dolores de
Jesús, pero no así a los de María. Los judíos querían que el sagrado cuerpo del
Salvador fuse bajado de la cruz para que el sangriento espectáculo del Calvario
no turbase la solemnidad del siguiente día, que era el de Pascua. Con este fin,
poco después de haber expirado, se presenta allí un grupo de soldados que
empuñaban aceradas lanzas. A la vista de aquella soldadesca indisciplinada,
María, que tenía aún fijos sus ojos en el ensangrentado cadáver de Jesús se
siente estremecer, sospechando la ejecución de alguna nueva barbarie. ¿Qué vais
a hacer, despiadados verdugos? Ese hombre ha muerto ya; respetad al menos sus
mortales despojos, dejad siquiera ese mezquino consuelo a su pobre madre. –
Esto les diría la desconsolada Señora, cuando un soldado levantando en alto su
lanza, la enristra contra el desnudo costado del Salvador. Con la violencia de
tan rudo golpe, se estremece la cruz, tiembla el exánime cadáver y gruesas
gotas de sangre y agua desprendidas del corazón de Jesús caen a la tierra. Eran
las postreras gotas que quedaban en el sagrado cuerpo, era su corazón la única
parte que había conservado sana.
María lanza un grito de angustia; pero la punta de
la lanza había penetrado ya en el corazón divino y lo había dividido en dos
partes. Esta fue, dice San Bernardo, la espada que le profetizó Simeón, no de
acero, sino de dolor. Porque en los demás dolores tenía al menos a su Hijo, que
se compadecía de sus penas, y que templaba su amargura con el amor que la
demostraba. Pero ahora no ve ya en su presencia sino un cadáver yerto, ya no
escucha su voz ni mira fijarse en ella sus divinos ojos. Sola y desamparada, no
ve en torno suyo sino crueles verdugos que se ensañan todavía, no ya en un
enemigo indefenso, sino en un cadáver despedazado. Sus ojos buscan en vano una
mano compasiva que pueda impedir aquellas indignas profanaciones. ¡Nadie
responde a sus clamores, nadie se compadece de su dolor!
Un docto escritor afirma que, según los principios
de la ciencia, era imposible que pudiese existir sangre y agua en el corazón de
Jesús. Por manera que el haber derramado esas dos sustancias es un claro
prodigio de la omnipotencia divina, que ha querido indicar con tan apropiados
símbolos los efectos de la Pasión. Con la sangre aplacó la divina indignación y
con el agua purificó la tierra de los crímenes que la afeaban, haciéndola digna
de ser presentada a Dios como una ofrenda. Quiso Jesús que la última herida que
lacerase su cuerpo fuese de su corazón, para poder así saborear todas las
amarguras de una agonía lenta y trabajosa; pues si su corazón hubiera sido
herido antes de esta manera, eso habría bastado para hacerlo expirar
instantáneamente. Ese corazón amante rebosaba de amor por los hombres, aún
después de haber dejado de latir. No le había bastado morir de amor, quiso
todavía ser lanceado después de muerto para hacernos comprender que su amor
sobrevive a la misma muerte. ¡Ah! ¿Y quién no amará a ese corazón que tanto
sufrió por amar a los hombres? ¿Cómo ser insensible a tan espléndidas manifestaciones
de caridad? Para nosotros fueron todos esos latidos de ese corazón llagado
mientras vivió; para nosotros fue también la honda herida abierta en él después
de muerto. Quiso dejarnos en esa llaga un refugio en las adversidades de la
vida, un puerto en medio de las tempestades y un blando nido en que pudiéramos
reposar nosotros, aves fugitivas del tiempo, fatigadas de volar en busca de los
bienes inestables y de los falsos goces del mundo.
EJEMPLO
María
es inagotable en sus misericordias.
No hace muchos años que un caballero residente en
París, después de haber manifestado en su infancia disposiciones para la
virtud, abandonó a los dieciocho años las prácticas religiosas y se dejó
arrebatar por los tempestuosos halagos de las pasiones, en cuya triste vida se
agitó, como una barca sin timón, durante veinte años. En el largo transcurso de
ese tiempo, no entró jamás en un templo ni levantó hacia Dios un latido de su
corazón. Esto no obstante, llevaba siempre consigo una medalla milagrosa, que conservaba,
más como recuerdo de su madre, que como objeto de piedad. Algunas veces,
tomándola en sus manos, había repetido la jaculatoria que llevaba al pie. ¡Oh María! ¡Concebida sin pecado, rogad por
nosotros!... A menudo la conversión de grandes pecadores es debida a algún
resto de devoción a María.
Este caballero tenía una hermana religiosa
carmelita que no cesaba de rogar a la Santísima Virgen por su conversión. Esta
Madre de misericordia, que tiene la llave del arca santa de las gracias
divinas, oyó propicia las oraciones de la buena religiosa y resolvió llamar a
la puerta del corazón del pecador. Una noche que salía de la casa de uno de sus
amigos de impiedad, oyó una voz clara y distinta que le decía: - “Augusto,
Augusto, la misericordia de Dios te espera”. El caballero miró a su alrededor
para ver quien le hablaba, y no vio a nadie… la calle estaba solitaria y el
silencio era absoluto. – “Esta voz, decía el narrando después de lo que le
había acontecido, esta voz era positivamente la de mi hermana religiosa. En ese
instante vino a mi mente el recuerdo de Dios y el horror de mi vida. Me pareció
que mis pecados llenaban el platillo de la venganza divina y que no faltaba más
que un grano de arena para colmar la medida y atraer sobre mí las venganzas del
Cielo…”
Este nuevo Saulo, sorprendido por la voz de la
gracia en el camino de la perdición, llegó a su casa profundamente preocupado
de lo que acababa de sucederle. “Esto no es natural, decía para sí; aquí se
oculta necesariamente un misterio”. Por espacio de ocho días la gracia luchó
con este corazón obstinado.
El domingo siguiente por la tarde salió de su
casa, más que nunca agitado por los contrarios pensamientos que batallaban en
su alma; Dios y el mundo le solicitaban en opuestas direcciones. Así caminaba,
abismado en estas ideas, cuando acertó a pasar por un templo en que se rezaba
el Santo Rosario, ofreciendo cada decena por distintas clases de pecadores. El
que llevaba el coro dijo al comenzar una decena: “Recemos esta decena por el
pecador más próximo a su conversión”.
El caballero al oír esto, exclamó: - “Este pecador
soy yo…” cayendo de rodillas y derramando lágrimas de arrepentimiento, prometió
a Dios volver al seno de su amistad.
Al día siguiente se dirigía a un convento de
trapenses para hacer allí, al amparo del silencio y del retiro, una prolija y
fervorosa confesión.
Después de ocho días, dejó con pesar aquellos
claustros silenciosos, asilo de la penitencia y santa morada de la paz. Volvió
al mundo pero el recuerdo de la Trapa y de aquellos días venturosos no lo
abandonaban un momento. – Dios me llama a la soledad, decía para sí… Este
pensamiento, lejos de amedrentarle, calmaba las agitaciones de su espíritu y
derramaba bálsamo dulce y suave en las heridas de su corazón. Un mes después
tomaba nuevamente el camino de la Trapa; pero esta vez iba no ya a buscar la
purificación en las aguas de la penitencia, sino en la santificación en las
austeridades de la vida cenobítica. Allí vivió con la vida de los ángeles y
murió con la muerte de los predestinados.
Si anhelamos la conversión de algún pecador cuyos
extravíos nos sean particularmente dolorosos, pongamos su causa en manos de la
que es fuente inagotable de misericordias y seguro Refugio de pecadores.
JACULATORIA
¡Oh corazón sin mancilla!
Sé nuestro amparo en la muerte
Y nuestro asilo en la vida.
ORACION
¡Oh María! ¡Oh Madre dolorida! Recoge en tu seno
amoroso esas gotas de purísima sangre que destilan del corazón de tu Hijo al
golpe de la lanza, para que no caigan sobre la tierra. Pero no, Señora mía,
deja que empapen esta tierra maldita, regada con las lágrimas de tantas
generaciones desgraciadas y manchada con los crímenes de tantas generaciones
culpables. Esa sangre calmo al cielo como la del inocente Abel; pero no para
pedir venganza contra los delincuentes, sino para alcanzar paz y bendiciones
sobre el mundo. Deja ¡Oh María! que el hierro aleve abra honda herida en el
corazón de Jesús, porque esa llaga preciosa será el refugio del desvalido y el
puerto contra las tempestades de la vida; allí irá el pobre en busca de la
riqueza que jamás se agota; allí iremos todos a beber el agua que purifica y
conforta. Concédenos, por el dolor que sufriste al ver lanceado a tu Hijo, un
amor ardiente y generoso al corazón de Jesús que tanto sufrió por nosotros; que
jamás olvidemos sus beneficios y paguemos con la ingratitud o la indiferencia
sus admirables finezas; que nuestro corazón, herido de amor por Él se desprenda
de los lazos que lo atan al mundo y lo hacen esclavo de las criaturas. Dadnos
alas, como de palomas, para volar hacia Él y construir en esa cavidad amorosa
nuestro nido, donde descansaremos de las persecuciones de nuestros enemigos y
disfrutaremos de esa unión dulcísima que comienza en la tierra por el amor y de
consume en el Cielo por el eterno desposorio del alma con su Dios. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1. Ingresar
en alguna cofradía o congregación que tenga por objeto honrar al Sagrado
Corazón de Jesús, o si esto se hubiese hecho, renovar su consagración a este su
Divino Corazón.
2. Hacer
una comunión espiritual en agradecimiento que nos profesa el Sagrado Corazón de
Jesús y de sus inmensos beneficios.
3. Hacer
un acto de reparación y de desagravio por las injurias de que es objeto en el
Sacramento del Altar.
ORACION FINAL
PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh
María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros venimos
a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor, la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro.
Que
confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes
el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las
tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
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