Origen y excelencia de esta devoción
Apenas se hallará práctica más agradable a Dios, más útil y meritoria que la del Via Crucis.
Esta, dice el Papa Benedicto XIV, es una de las principales devociones del cristiano, y medio eficacísimo, no sólo de honrar la pasión y muerte del Hijo de Dios, sino también de convertir a los pecadores, enfervorizar a los tibios y adelantar a los justos en la virtud.
En ella meditamos el doloroso camino que anduvo Jesús desde el pretorio de Pilatos hasta el monte Calvario, donde murió por nuestra Redención.
Dio principio a esta devoción la Virgen Santísima; pues, según fue revelado a Santa Brígida, no tenía mayor consuelo que el recorrer los pasos de aquel sagrado camino regado con la sangre de su preciosísimo Hijo.
Pronto innumerables cristianos siguieron su ejemplo, según atestigua San Jerónimo: y así ¡cuantos peregrinos surcaban mares y exponían la vida para ganar las muchas indulgencias con que la Iglesia había enriquecido los santos lugares de Jerusalén!
Mas viendo esta solícita Madre, por una parte el copioso fruto que de tan pía devoción sacaban los fieles, y por otra la imposibilidad en que muchos se hallaban de emprender viaje tan largo y peligroso, varios Sumos Pontífices, en particular Clemente XII, Benedicto XIII y XIV, y León XII, franqueando largamente los tesoros de la Iglesia, concedieron que, visitando las Cruces bendecidas con especial facultad del Sumo Pontífice y autorización del Prelado diocesano, ganasen los fieles las mismas indulgencias que habían concedido a los lugares santos de Jerusalén.
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MODO BREVE DE HACER EL VIA CRUCIS
Los que hicieren devotamente el Vía Crucis pueden conseguir:
1) Indulgencia Plenaria cuantas veces lo hicieren.
2) Otra Plenaria si en el mismo día, en que lo hicieron o bien dentro del mes,
realizado 10 veces el Via Crucis, se acercaren a la Sagrada Comunión.
3) Indulgencia de 10 años por cada una de las Estaciones si comenzando el ejercicio, se hubiere de interrumpir por cualquier causa razonable.
Para ganar estas indulgencias se requiere como condición indispensable la meditación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y el trasladarse de una estación a otra, salvo el caso de que se haga en común por todos los fieles que están en la iglesia, pues entonces basta ponerse en pie y arrodillarse en cada estación
Conviene advertir que el rezar en cada una de las Estaciones el Adoramus te Christe, etc. los Padrenuestros y Avemarías con el Miserere nostri, Domine, etc., es tan sólo piadosa y laudable costumbre, pero no es necesario para ganar las Indulgencias, para lo cual basta meditar en la Pasión de Jesús.
Los que, por enfermedad u otra causa, se hallaren impedidos de recorrer las estaciones del Via Crucis, pueden ganar las indulgencias rezando 14 Padrenuestros, Avemarías y Gloria, junto con la meditación de la Pasión; además, otros 5 Padrenuestros, Avemarías y Gloria, a las LLagas de Jesús; y uno según la intención del Sumo Pontífice, teniendo entre las manos un Crucifijo bendecido por un sacerdote que tenga la facultad de aplicar dichas Indulgencias.
Si no pudieren rezar todos los Pater-Ave y Gloria prescriptos para la Ind. plenaria ganarán una parcial de 10 años por cada Pater-Ave y Gloria. Los enfermos que no puedan hacer el Via Crucis en la forma ordinaria ni en la arriba indicada lucran las mismas indulgencias con tal que con afecto y ánimo contrito besen o contemplen el Crucifijo bendecido para este fin, que les fuera mostrado por el sacerdote u otra persona y recen si pueden alguna breve oración o jaculatoria en memoria de la Pasión y Muerte de J. C. Nuestro Señor. (Clemente XIV, Audiencia 26 Enero 1773; S.C: Indulg. 16 Sept. 1859; S. Penit. Apost. 25 Marzo 1931; 20 Oct. 1931 y 18 Marzo 1932)
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Ejercicio preparatorio
V) Adoramus te, Christe, et benedícimus tibi.
R) Quia per sanctam crucem et mortem tuam redemisti mundum.
OREMUS
Respice, quaesumus Domine super hanc familiam tuam, pro qua Dominus noster Jesus Christus non dubitavit manibus tradi nocentium et Crucis subíre tormentum. Qui tecum vivit et regnat in saecula saeculorum.
R) Amen.
Acto de contrición
¡Oh Dios y Redentor mío! vedme a vuestros pies arrepentido de todo corazón de mis pecados, porque con ellos he ofendido a vuestra infinita bondad. Quiero morir antes que volver a ofenderos, porque os amo sobre todas las cosas.
V) Miserere nostri, Domine.
R) Miserere nostri.
Madre llena de aflicción,
de Jesucristo las llagas grabad en mi corazón.
Stabat Mater dolorosa,
juxta crucem lacrymosa,
dum pendébat Fílius.
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Oración preparatoria
Por la señal de la santa cruz, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.
Oh amabilísimo Jesús mío, heme aquí postrado ante tu acatamiento divino, implorando tu misericordia en favor de tantos pecadores infelices, de las benditas Ánimas del Purgatorio y de la Iglesia universal.
Aplícame, te ruego, los merecimientos infinitos de tu sagrada Pasión, y concédeme los tesoros de indulgencias con que tus Vicarios en la tierra enriquecieron la devoción del Via Crucis.
Acéptalos en satisfacción de mis pecados y en sufragio de los difuntos a quienes tengo más obligación.
Y tú, afligidísima Madre mía, por aquella amargura que inundó tu corazón cuando acompañaste a tu santísimo Hijo al Calvario, haz se penetre mi alma de los sentimientos de que estabas entonces animada.
Alcánzame del Señor vivo dolor y detestación del pecado, y valor para que abrazando la cruz, siga las huellas de tu amable Jesús.
No me niegues esta gracia, oh Madre mía; haz que tomando ahora parte en tu dolor logre un día acompañar a tu Hijo en el triunfo de la gloria. Amén.
Al ir de una estación a otra, unos cantan el Jesu, Rex mitis, o las preces de la Pasión, otros una estrofa del Stabat Mater; pero nada mueve ni entusiasma tanto al pueblo como el Perdon, oh Dios mío, o estas estrofas cantadas con pausa y devoción.
Su autor fue el P. Ramón García, de la Compañía de Jesús; y el estribillo común a todas las estaciones es el siguiente:
Llevemos animosos
Las cruces abrasadas;
Sigamos sus pisadas
Con llanto y compasión.
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PRIMERA ESTACIÓN
Jesús condenado a muerte
V) Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
V) Te adoramos, Señor, y bendecimos.
R) Quia per sanctam Crucem tuam redemisti mundum.
R) Porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
¿Lo ves, alma cristiana? Está el inicuo juez sentado en el tribunal, y a sus pies el Hijo de Dios, Juez de vivos y muertos, lleno de confusión, las manos atadas como un fascineroso, oyendo la más ignominiosa sentencia.
¡Oh Jesús mío amantísimo! ¡Vos, Autor de la vida condenado a muerte!
¡Vos, la inocencia y santidad infinitas, condenado a morir en un infame patíbulo, como el más insigne malhechor!
¡Qué amor tan grande el vuestro, y qué ingratitud tan monstruosa la mía, pues os condeno de nuevo a la muerte cada día!
¿Y por qué? ¡Por un sucio deleite… por un mezquino interés … por un qué dirán!
Perdonadme dulcísimo Jesús mío; y por esa inícua sentencia, no permitáis que sea yo un día condenado a la muerte eterna, que merecerían mis pecados.
Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri
Miserere nostri, Domine.
Ten, Señor, piedad de nosotros.
Miserere nostri.
Piedad, Señor, piedad.
Fidelium animae per misericordiam Dei requiescant in pace.
Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.
Amen.
Por mi, Señor, inclinas
El cuello a la sentencia;
Que a tanto la clemencia
Pudo llegar de Dios.
Oye el pregón, oh Madre,
Llevado por el viento
Y al doloroso acento
Ven del Amado en pos.
LLevemos, etc.
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SEGUNDA ESTACIÓN
Sale Jesús con la cruz a cuestas
Adoramus te, Christe, etc, como en la primera estación.
¡Y queréis, inocentísimo Jesús mío, llevar Vos mismo, cual otro Isaac, el instrumento del suplicio!
¡Estáis exausto de fuerzas!
¡Vuestras espaldas y hombros están doloridos y rasgados por los azotes!
¡La cruz es larga y pesada!
¡Y cuanto no acrecientan todavía su peso mis iniquidades y las de todo el mundo! …
Sin embargo, la aceptáis, y besándola la abrazáis y lleváis con inefable ternura por mi amor.
¿Y aborrecerás tú, pecador, la ligera cruz que Dios te envía?
¿Querrás tú ir al cielo por los deleites y regalos, yendo allá el inocentísimo Jesús por el dolorosísimo camino de la cruz? …
Reconozco mi engaño, Salvador mío, enviadme penas y tribulaciones, que resuelto estoy a sufrirlas con resignación y alegría, por amor de un Dios que tanto padeció por mí.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
Miserere nostri, etc. como en la primera estación.
Esconde, justo Padre,
La espada de tu ira.
Y al monte humilde mira
Subir el dulce Bien.
Y tú, Señora, gime
Cual tórtola inocente;
Que tu gemir clemente
Le amansará también.
Llevemos, etc.
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TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
Adoramus te, Christe, etc.
No extraño, dulce Jesús mío, que sucumbáis rendido al enorme peso de la cruz.
Lo que me pasma y hace llorar a los Angeles de paz es la bárbara fiereza con que os tratan esos sayones inhumanos.
Si cae un vil jumento se le tiene compasión, lo ayudan a levantarse.
Pero cae el Rey de los cielos y tierra, el que sostiene la admirable fábrica del universo, y lejos de moverse a compasión, le insultan con horribles blasfemias, le maltratan y acocean con diabólico furor…
¿Y qué hacíais, en qué, pensábais entonces, dulce Jesús mío? … En ti pensaba, pecador, por ti sufría con infinita paciencia y alegría.
Tú habías merecido los oprobios y tormentos más horribles; y yo para librarte de ellos he querido pasar por este espantoso suplicio.
¿No estás todavía satisfecho?…
¿Quieres aún maltratarme con nuevas ofensas?
Aquí me tienes; descarga tú también fieros golpes sobre mí.
No, Jesús mío, no; antes morir que volver a ofenderos.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
Miserere nostri, etc.
Oh pecador ingrato
Ante tu Dios maltratado,
Ven a llorar herido
De contrición aquí.
Levántame a tus brazos,
¡Oh bondadoso Padre!
Ve de la tierna Madre
Llanto correr por mí
Llevemos, etc.
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CUARTA ESTACIÓN
Jesús encuentra a su Sma. Madre
Adoramus te, Christe, etc.
¡Qué sentiste, oh angustiada Señora, al ver aquel trágico espectáculo!
¡El pregonero publicando con lúgubre trompeta la sentencia fatal! ¡Una multitud inmensa que se agrupa, profiriendo injurias y blasfemias contra Jesús!
¡Los soldados y sayones en dos filas y en medio de dos malhechores! …
¿Le conoces, oh Madre amantísima? ¿es ese el más hermoso de los hijos de los hombres, la beldad de los cielos y la alegría de los Ángeles?
¿Aquel Hijo de Dios que con tanto regocijo nació en Belén?
¿Dónde están ahora los Reyes y Pastores que entonces le adoraban?
¿Qué se han hecho los Espíritus celestiales que entonces entonaban himnos de alabanza?
¡Qué trocado está! ¡Sus ojos inundados de lágrimas y sangre, coronada de espinas su cabeza; todo Él hecho una llaga!
¡Oh, María, afligida entre todas las mujeres! ¡Oh Madre la más desolada de todas las madres! ¡Oh Hijo, maltratado sobre todos los hijos de Adán! ¡Oh Jesús! ¡Oh María! perdonad a este ingrato, a este pecador a este monstruo, causa de tanta amargura.
Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere nostri, etc.
Cercadla, Serafines,
No acabe en desaliento,
No muera en el tormento
La Rosa virginal.
¡Oh acero riguroso!
Deja su pecho amante
Vuélvete a mi cortante,
Que soy el criminal.
Llevemos, etc.
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QUINTA ESTACIÓN
Jesús ayudado por el Cirineo
Adoramus te, Christe, etc.
Temiendo los judíos no se les muera Jesús antes de llegar al Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo que tienen de crucificarle, buscan quien le ayude a llevar la cruz, y no le encuentran.
Había entonces en Jerusalén tantos millares de hombres y sólo Simón Cireneo acepta este favor y aún por fuerza.
¡Y así te desamparan, oh Jesús mío! ¿No fueron cinco mil los hombres que alimentaste con cinco panes en el desierto? ¿No son innumerables los ciegos, los paralíticos y enfermos que sanaste?
¡Y nadie quiere llevar tu cruz!
¡Y ella, no obstante, nos predica la latitud de tu misericordia, la longitud de tu justicia, la sublimidad de tu poder y lo profundo de tu sabiduría infinita!
¡Oh misterio incomprensible!
Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina; mas pocos gustan de padecer contigo.
Teman, pues, los enemigos de la cruz, oyendo a Cristo que dice: El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere nostri, etc.
Toma la cruz preciosa,
Me está el deber clamando;
Tan generoso, cuando
Delante va el Señor.
Voy a seguir constante
Las huellas de mi Dueño;
Manténgame el empeño,
Señora, tu favor.
Llevemos, etc.
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SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
Adoramus te, Christe, etc.
¡Qué valor el de esta piadosa mujer! Ve aquel rostro divino a quien desean contemplar los Ángeles, cubierto de polvo, afeado con salivas, denegrido con sangre; y movida de compasión, quítase la toca, atropella por todo, y acercándose al Salvador, le enjuga su rostro desfigurado.
¡Ay! ¡Cómo confunde esta mujer fuerte la cobardía de tantos cristianos que por vano temor del qué dirán, no se atreven a obrar bien! ¡Oh dichosa Verónica, y cómo premia el Señor tu denuedo, dejando su rostro Santísimo estampado en tres pliegues de esa afortunada toca!
¿Quieres tú, cristiano, que Dios imprima en tu alma una perfecta imagen de sus virtudes?
Huella, pues, generoso el respeto humano, como la Verónica; haz con fervor, haz a menudo el Via Crucis; y no dudes que Jesús grabará en tu alma un fiel traslado de sus virtudes; y viéndote el Eterno Padre semejante al divino Modelo de predestinados, te admitirá en el cielo.
Padre Nuestro, Ave María, y Gloria Patri.
Miserere nostri, etc.
Tu imagen, Padre mío,
Ensangrentada y viva,
Mi corazón reciba,
Sellada con la fe.
¡Oh Reina! de tu mano
Imprímela en mi alma,
Y a la gloriosa palma
Contigo subiré.
Llevemos, etc.
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SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
Adoramus te, Christe, etc.
Sí, Jesús cae por segunda vez con la cruz; nuevas injurias y golpes, nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos dolores y tormentos, nuevos rasgos de amor de parte de Jesús.
Parece que el infierno desahogará contra Él todo su furor: mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará la empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera contradición abandonamos el camino de la virtud?
No, no; bien podrán decirle: Si eres Hijo de Dios baja de la Cruz; por lo mismo que lo es, allí permanecerá hasta morir.
¿Y cuándo, Señor, imitaré vuestra heroica constancia?
No siendo coronado, si no el que peleando legítamente persevere hasta el fin, ¿de qué me serviría abrazar la virtud y llevar la cruz solamente algún día?
Cueste, pues, lo que cueste, quiero, con vuestra gracia divina, amaros y serviros hasta morir.
Padre Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
Miserere nostri, etc.
Yace el divino Dueño
Segunda vez postrado:
Detesta ya el pecado,
Deshecha en contrición.
Oh Virgen, pide amante
Que borre tanta ofensa
Misericordia inmensa,
Pródiga de perdón.
Llevemos, etc.
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OCTAVA ESTACIÓN
Jesús consuela a las mujeres
Adoramus te, Christe, etc.
¡Qué caridad tan ardiente! ¡Olvidando sus atrocísimos dolores, sólo se acuerda de nuestras penas el amante Jesús!
Hijas de Jerusalén, dice a las piadosas mujeres que le seguían llorando; no lloréis mi suerte; llorad más bien sobre vosotras y sobre vuestros hijos.
Pero ¿puede haber objeto más digno de llanto que la pasión y muerte del Hijo de Dios? … Sí, cristiano; hay cosa más digna de lágrimas, y de lágrimas eternas; y es el pecado.
Pues el pecado es la única causa de la pasión y muerte tan ignominiosa; él es el origen y el colmo de todos los males; mal terrible, el único mal, mal infinito de Dios, y de la criatura.
¡Y no obstante tú pecas con tanta facilidad! ¡Y te confiesas con tanta frialdad! ¡Y recaes tan a menudo en el pecado! ¡Y pasas tranquilo días, meses, años, y hasta la vida entera en el pecado!
Padre nuestro Ave María y Gloria.
Miserere nostri, etc.
Matronas doloridas
Que al Justo lamentáis.
¿Por qué, si os lamentaís,
La causa no llorar?
Y pues la cruz le dimos
Todos los delincuentes,
Broten los ojos fuentes
De angustia y de pesar
Llevemos, etc
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NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
Adoramus te Christe, etc.
¿Qué es esto, Jesús mío? ¡Vos resplandor de la gloria del Padre, consuelo de los Mártires, hermosura y alegría del cielo, Vos caído en tierra, primera, segunda y tercera vez! ¿No sois Vos la fortaleza de Dios? …
¿Y qué, hijo mío, no has pecado tú más de dos o tres veces? ¿No recaes cada día innumerables veces en el pecado? ¿Por qué esa perpetua inconstancia en mi servicio? Hoy formas generosos propósitos, y mañana están ya olvidados: ahora me entregas el corazón, y un instante después ya no suspiras sino por pasatiempos y liviandades.
¡Ay! yo caigo por segunda y tercera vez para expiar tus continuas recaídas: caigo para alzarte a ti de la tibieza; caigo para que temerario, no te expongas de nuevo al peligro de recaer en pecado; caigo en fin, para que no caigas tú jamás en el abismo del infierno”
Gracias Dios mío, por tan inefable bondad; y por esta tan dolorosa caída, dadme fuerza, os suplico, para que me levante por fin del pecado y camine firme y constante en vuestro santo servicio.
Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere nostri, etc.
Al suelo derribado
Tercera vez el Fuerte,
Nos alza de la muerte
A la inmortal salud.
Mortales, ¿Qué otro exceso
Pedimos de clemencia?
No más indiferencia,
No más ingratitud.
Llevemos, etc.
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DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús despojado de sus vestiduras.
Adoramus te Christe, etc.
Cuando te curan una herida, por fino que sea el lienzo que la envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa madre, ¿qué dolor no sientes al despegarse la tela de la carne viva?
¿Cuál sería, pues, el tormento de Jesús al quitarle las vestiduras?
Como había derramado tanta sangre, estaban pegadas a su cuerpo llagado: vienen los verdugos y las arrancan con tanta fiereza, que llevan tras sí la corona, y hasta pedazos de carne que se le habían pegado…
¿Y en qué pensabais, oh purísimo Jesús, al veros desnudo delante de tanta muchedumbre?
“En ti, pensaba, pecador; en los pecados impuros que sin escrúpulo cometes; por ellos ofrecía yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan atroz.
Sabía cuanto te costaría deshacerte de aquel mal hábito, privarte de aquel placer, romper con aquella amistad criminal; por eso permití en mi cuerpo inocentísimo tan horrible carnicería”
¡Oh inmensa caridad la tuya! ¡Oh negra ingratitud la mía! Nunca más, Señor, renovar esas llagas con desenfrenada licencia: nunca más pecar.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.
Miserere nostri, etc.
Tú bañas, Rey de gloria,
Los cielos en dulzura;
¿Quién te afligió, Hermosura,
Dañandote amarga hiel?
Retorno a tal fineza
La gratitud pedía;
Cesó ya, Madre mía,
De ser mi pecho infiel.
Llevemos, etc.
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UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
Adoramus te Christe, etc.
¿Quién de nosotros tendría valor para sufrir que le atravesasen pies y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría ánimo para ver así atormentado a su mayor enemigo? Pues este atroz tormento padece Jesús por nuestro amor.
Ya le tienden sobre el lecho del dolor; ya enclavan aquella mano omnipotente que había formado los cielos y la tierra; ya brota un raudal de sangre: más esto es poco.
Encogido el cuerpo con el frío y los tormentos, no llegaban la otra mano ni los pies a los agujeros hechos de antemano en la cruz: los atan, pues, con cordeles, y tiran con inhumana crueldad, desencajando de su lugar aquellos huesos santísimos. ¡Qué dolor! ¡Qué tormento!
Todo lo contempla su Madre amantísima; ningún alivio, ni una gota de agua puede dar a Su Hijo: ¿y vive todavía?
¿Y no muero yo de dolor, siendo mis pecados la causa de tanto tormento?
Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri
Miserere nostri, etc.
El manantial divino
De sangre está corriendo;
Ven, pecador, gimiendo,
Ven a lavarte aquí.
Misericordia imploro
Al pie del leño santo:
Virgen, mi ruego y llanto
Acepte Dios por ti
Llevemos, etc.
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DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muriendo en la cruz
Adoramus te, Christe, etc
Contempla, cristiano, a esos dos malhechores crucificados con el Señor. ¡Qué maldades no habría hecho el buen ladrón!
Sin embargo, dice a Jesús: Acuérdate de mí cuando estuvieres en tu reino; y al instante oye: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. ¡Qué bondad la de Dios! ¡Cuán pronto, pecador, recobrarías la gracia y amistad divina, si quisieses arrepentirte de veras!
Pero si dejas tu conversión para la muerte, ¡ay!, teme no te suceda lo que al mal ladrón. ¿Qué hombre tuvo jamás mejor ocasión para convertirse? Dios derramaba su Sangre por él: tenía a sus pies a la abogada de pecadores, María Santísima: a su lado estaba Jesucristo, el sacerdote más celoso del mundo, para ayudarle a bien morir; oye la exhortación de su compañero: ve toda la naturaleza estremecida; y sin embargo, muere como ha vivido; continúa blasfemando, y se condena eternamente.
No permitas, Jesús mío, que sordo a tus inspiraciones divinas, deje yo mi conversión para la muerte.
Padre nuestro, Ave María y Gloria.
Miserere nostri, etc
Muere la vida nuestra
Pendiente del madero
¿Y yo, como no muero
De amor, o de dolor?
Casi no respira
La triste Madre yerta
Del cielo abrir la puerta
Bien puedes ya, Señor.
Llevemos, etc
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DECIMATERCERA ESTACIÓN
Jesús muerto en brazos de su Madre
Adoramus te, Christe, etc
¡Adonde iré, oh afligida Madre mía! Tu Hijo ha muerto y mis pecados son los verdugos que le enclavaron en cruz y le dieron muerte inhumana.
¡Ay infeliz de mí! Yo he apagado la luz de tus ojos, y acabado la alegría de tu corazón.
Sí, yo desfiguré ese rostro hermosísimo, yo taladré esos pies y manos que sostienen el firmamento, yo traspasé esta augusta cabeza, y abrí esas llagas: yo descoyunté y despedacé ese inocentísimo cuerpo, que tienes en tus brazos.
Reo de tan horrendo deicidio ¿adónde iré? ¿Dónde me ocultaré? Pero por monstruosa que sea mi ingratitud, tú eres mi Madre y yo soy tu hijo.
Jesús acaba de transferir en mí los derechos que tenía a tu amor.
Me arrojo, pues, en tus brazos con la más viva confianza.
No me desprecies, oh dulce refugio de pecadores arrepentidos; mírame con ojos de bondad y ampárame ahora en el trance de la muerte.
Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere nostri, etc
Dispón Señora el pecho
Para mayor tormenta
La víctima sangrienta
Viene a tus brazos ya
Con su preciosa Sangre
Juntas materno llanto
¿Quién Madre, tu quebranto
Sin lágrimas verá?
Llevemos, etc.
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DECIMACUARTA ESTACIÓN
Jesús puesto en el sepulcro
Adoramus te Christe, etc
Contempla, alma cristiana, cómo José de Arimatea y Nicodemo, postrados a los pies de María, le piden el dulce objeto de sus caricias y ungiéndole con preciosos aromas le amortajan y ponen en un nuevo sepulcro de piedra.
¡Cuál sería el dolor de la Virgen!
Sin duda: grande era como el mar su amargura cuando vio a su Hijo ensangrentado, enclavado y expirado en un patíbulo infame; pero a lo menos le veía, tal vez le abrazaba y lavaba con sus lágrimas.
Mas ahora, oh angustiada Señora, una losa te priva de este último consuelo.
¡Oh sepulcro afortunado! ya que encierras el adorado cuerpo del Hijo y el purísimo corazón de la Madre, guarda también con esas prendas riquísimas mi pobre corazón.
Sea este, Dios mío, el sepulcro donde descanséis; sean los puros afectos de mi alma los lienzos que os envuelvan y los aromas que os recreen.
En fin, muera yo al mundo, a sus pompas y vanidades, para que viviendo según el espíritu de Jesús, resucite y triunfe glorioso con Él por siglos infinitos.
Amén.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria Patri
Miserere nostri, etc
Al Rey de las virtudes
Pesada loza encierra
Pero feliz la tierra
Ya canta salvación.
Sufre un momento, Madre,
La ausencia del Amado:
Pronto, de ti abrazado
Tendrásle al corazón
Llevemos, etc.
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Visita al Santísimo Sacramento
Marzo 23, 2009 by salutarishostia
Por la señal… En el nombre del Padre… Señor mío Jesucristo, que por el amor que tenéis a los hombres estáis de noche y de día en este Sacramento, todo lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a todos los que vienen a visitaros: yo creo que estáis presente en el Santísimo Sacramento del Altar, os adoro desde el abismo de mi nada, y os doy gracias por todas las mercedes que me habéis hecho, especialmente por haberme dado en este Sacramento vuestro cuerpo, vuestra sangre, vuestra alma y vuestra divinidad; por haberme concedido como abogada a vuestra santísima Madre la Virgen María, y por haberme llamado a visitaros en este lugar santo. Adoro vuestro amantísimo Corazón, y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en agradecimiento de esta tan preciosa dádiva; el segundo, para desagraviaros de todas las injurias que habéis recibido de vuestros enemigos en este Sacramento; y el tercero, porque deseo en esta visita adoraros en todos los lugares de la tierra donde estáis sacramentado con menos culto y más abandono. ¡Jesús mío!, os amo con todo mi corazón; pésame de haber tantas veces ofendido en lo pasado a vuestra infinita bondad; propongo, ayudado de vuestra gracia, enmendarme en lo venidero, y ahora, miserable como soy, me consagro todo a Vos; os doy y entrego toda mi voluntad, mi afectos, mis deseos y todo cuanto me pertenece. De hoy en adelante haced, Señor, de mí y de mis cosas todo lo que os agrade. Lo que yo quiero y te pido es vuestro santo amor, la perfecta obediencia a vuestra santísima voluntad y la perseverancia final. Os encomiendo las almas del purgatorio, especialmente las más devotas del Santísimo Sacramento y de María Santísima os ruego también por los pobres pecadores. En fin, amado Salvador mío, uno todos mis afectos y deseos con los de vuestro amorosísimo Corazón, y así unidos los ofrezco a vuestro Eterno Padre y le pido en vuestro nombre que por vuestro amor los acepte y los mire benignamente. Amén. Comunión Espiritual ¡Oh Jesús mío!, creo que estáis en el Santísimo Sacramento. Os amo sobre todas las cosas, y deseo recibiros en mi alma. Ya que ahora no puedo recibiros sacramentalmente, venid a lo menos espiritualmente a mi corazón. Como si ya hubieseis venido, os abrazo y me uno todo a Vos; no permitáis que jamás me separe de Vos. Acto de expiación Divino Salvador de las almas, cubierto de confusión me postro en vuestra presencia soberana, y dirigiendo mi vista al solitario tabernáculo donde gemís cautivo de mi amor, pártese mi corazón de pena al ver el olvido en que os tienen los redimidos, al ver esterilizada vuestra Sangre, infructuosos los sacrificios y escarnecido vuestro amor. Pero ya que con infinita condescendencia permitís que una yo este día mis gemidos a los vuestros, mis lágrimas a las que brotaron por mi causa de santísimos ojos, a las lágrimas de sangre que vertió vuestro Divino Corazón, os ruego, dulce Jesús, por los, que no os ruegan, os bendigo por los que os maldicen y os adoro por los que despiadados os ultrajan; y con toda la energía de mi alma, deseo bendeciros y alabaros en todos los instantes de mi vida y en todos los Sagrarios de la tierra. Suba, Señor, hasta Vos, el doloroso grito de expiación y arrepentimiento que el pesar arranca de mi contrito corazón. Por mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos, por los del mundo entero; perdón, Señor, perdón. Por las infidelidades y sacrilegios, por los odios y rencores: perdón, Señor, perdón. Por las impurezas y escándalos: perdón, Señor, perdón. Por los hurtos e injusticias, por las debilidades y respetos humanos: perdón, Señor, perdón. Por la desobediencia a la santa Iglesia, por la violación del ayuno: perdón, Señor, perdón. Por los atentados contra el Pontífice Romano, por las persecuciones contra los Obispos, sacerdotes, Religiosos y Vírgenes Sagradas: perdón, Señor, perdón Por los insultos hechos a vuestras imágenes, la profanación de los templos, el abuso de los Sacramentos y los ultrajes al augusto Tabernáculo: perdón, Señor, perdón. Por los crímenes de la prensa impía y blasfema, por las horrendas maquinaciones de tenebrosas sectas: perdón, Señor, perdón. Por los justos que vacilan, por los pecadores que resisten a la gracia, por los infelices que agonizan, y por todos los que sufren: perdón, Señor, perdón. Perdón, Señor, y piedad por el más necesitado de vuestra gracia: que la luz de vuestros divinos ojos no se aparte jamás de mi. Encadenad a la puerta del Tabernáculo mi inconstante corazón; hacedle allí sentir los incendios del amor divino, y a vistas de las propias ingratitudes y rebeldías, que se deshaga, de pena, que llore lágrimas de sangre, que viva muriendo de amor. Así sea. ALABANZAS Bendito sea Dios. Bendito sea su santo Nombre. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Bendito sea el Nombre de Jesús Bendito sea su Sacratisimo Corazon. Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar. Bendita sea la excelsa Madre de Dios, Maria Santísima. Bendita sea su santa e inmaculada Concepción. Bendito sea el nombre Maria, Virgen y Madre. Bendito sea San José, castísimo esposo. Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos. ___ |
La Madre del Salvador, asociada a su obra redentora
Marzo 23, 2009 by salutarishostia
R. Garrigou Lagrange O.P. La Iglesia no sólo llama a María Madre de Dios, sino también Madre del Salvador. En las letanías lauretanas, por ejemplo, después de las invocaciones de Santa Madre de Dios y Madre del Creador, se lee: Madre del Salvador, ruega por nosotros. No existe aquí, como algunos han podido pensar, y lo veremos después, una dualidad que disminuiría la unidad de la Mariología en la que dominan dos principios distintos: Madre de Dios y Madre del Salvador, asociada a su obra redentora. La unidad de la Mariología se mantiene porque María es Madre de Dios Redentor o Salvador. De la misma manera que los dos misterios, el de la Encarnación y el de la Redención, no constituyen una dualidad que disminuiría la unidad del tratado de cristo o Cristología, pues se trata de la Encarnación redentora; el motivo de la Encarnación está suficientemente indicado en el Credo, en donde se dice que el Hijo de Dios descendió del cielo para salvarnos: Qui propter homines et propter nostram salutem descendit de coelis (Símbolo niceno-constantinopolitano). Veamos cómo María, por su consentimiento, se convirtió en Madre del Salvador y, seguidamente, por su cualidad de Madre del Salvador, cómo se asoció a su obra redentora. María llegó a ser la Madre del Salvador por su consentimiento. El día de la Anunciación la Santísima Virgen dio su consentimiento a la Encarnación redentora cuando el arcángel Gabriel le dijo (Lc. 1, 31): ‘He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo al que le pondrás por nombre Jesús’, que quiere decir Salvador. Con toda seguridad, María no ignoraba las profecías mesiánicas y en particular las de Isaías, que anunciaban claramente los sufrimientos redentores del Salvador prometido. Pronunciando su Fiat el día de la Anunciación, aceptó generosamente desde ese momento todos los dolores que les ocasionaría, a Ella y a su Hijo, la obra de la redención. Supo de modo más explícito lo que serían esos sufrimientos unos días más tarde, cuando el santo anciano Simeón dijo: Ahora, Señor, deja partir a tu siervo en paz, según tu palabra, pues mis ojos han visto tu salud, que tú preparaste ante la faz de todos los pueblos (Lc 2, 29-30). Entonces comprendió más profundamente la parte que debía tener en los sufrimientos redentores, cuando el santo anciano añadió: Este niño está en el mundo para caída y resurrección de muchos en Israel y será un signo de contradicción. A ti misma, una espada atravesará tu corazón. Un poco más adelante se dice en San Lucas (2, 51) que María guardaba todas estas cosas en su corazón; el plan divino se esclarece progresivamente por su fe contemplativa, iluminada por el don de inteligencia, cada vez más penetrante. María se convirtió, pues, voluntariamente, en la Madre del Redentor como tal, comprendiendo siempre mejor que el Hijo de Dios se hacía hombre por nuestra salvación, como dirá el Credo. Desde entonces se unió a Él como sólo una Madre y una Madre santísima puede hacerlo, con una perfecta conformidad de voluntad y de amor por Dios y por las almas. Es la forma especial que toma en Ella el precepto supremo : Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, contada tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu espíritu y al prójimo como a ti mismo (Deum 6, 5; Lc 10, 27). Nada más sencillo, más profundo y más grande. La Tradición lo ha comprendido perfectamente, puesto que no ha dejado de decir: Como Eva estuvo unida al primer hombre en la obra de perdición, María se unió al Redentor en la obra de la reparación. La Madre del Salvador comprendía cada vez mejor cómo debía cumplir su obra redentora. Le bastó con acordarse de las profecías mesiánicas bien conocidas por todos. Isaías había anunciado las humillaciones y los sufrimientos de Mesías, que los soportaría para expiar nuestras faltas, que sería la inocencia misma y que conquistaría las multitudes por medio de su muerte generosamente ofrecida. David, en el salmo 22: Dios mío Dios mío, ¿porqué me has abandonado?, describió la oración suprema del Justo por excelencia, su grito de angustia en el anonadamiento y, al mismo tiempo, su confianza en Dios, su llamada suprema, su apostolado y sus efectos en Israel y entre las naciones. Mará conocía, evidentemente este salmo y lo meditaba en su corazón. Daniel (7, 13-14) ha descrito también el reino del Hijo del hombre, el poder que le será conferido: le fue otorgado el dominio, la gloria y el reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le servirán. Su dominio será 8un dominio eterno que no pasará, y su reino nunca será destruido. Toda la Tradición ha visto en este Hijo del hombre, así como en el hombre de dolor de Isaías, al Mesías prometido como Redentor. María, que no ignoraba estas promesas, se convierte al dar su consentimiento el día de la Anunciación en la Madre del Redentor como tal. De este consentimiento: hágase en mí según tu palabra, depende todo lo que sigue en la vida de la Santísima Virgen, como toda la vida de Jesús depende del consentimiento que dio al entrar en este mundo cuando dijo: No quisiste sacrificio ni ofrenda, sino que me diste un cuerpo… Heme aquí que vengo, Oh Dios, para hacer tu voluntad (Heb 10, 6, 7). Los Padres afirman igualmente que nuestra salvación dependía del consentimiento de María, que concibió a su Hijo en espíritu antes de concebirle corporalmente. Puede objetarse que un decreto divino como el de la Encarnación no puede depender del libre consentimiento de una criatura, que podría no haberlo dado. La teología responde: Según el dogma de la Providencia, Dios quiso eficazmente y previó infaliblemente todo el bien que, de hecho, sucedería en el transcurso de los tiempos. Quiso, pues, eficazmente y previó infaliblemente el consentimiento de María, condición para que se realizase el misterio de la Encarnación. Desde toda la eternidad Dios, que todo lo obra con fortaleza y suavidad, decidió otorgar a María una gracia eficaz que le haría dar este libre consentimiento, saludable y meritorio. Del mismo modo que hace florecer los árboles, Dios hace florecer también nuestra libre voluntad haciéndola producir estos buenos actos; lejos de violentarla, la actualiza y produce en ella y con ella el modo libre de nuestros actos, que es, a pesar de ello, libre de serlo; este es el secreto de Dios todopoderoso. De la misma manera que por obra del Espíritu Santo María concibió al Salvador sin perder la virginidad, así también por la moción de la gracia eficaz, dio infaliblemente su Fiat sin que su libertad quedase en nada lesionada, disminuida; muy al contrario, por el contacto virginal de la moción divina de la libertad de María, ésta consintió muy espontáneamente en su libre consentimiento dado en nombre de la humanidad. Este Fiat era totalmente de Dios como causa primera, y totalmente de María como causa segunda. De la misma manera, una flor o un fruto son totalmente obra de dios como creador de la naturaleza, y productos del árbol que los tiene, como causa segunda. En el consentimiento de María vemos un ejemplo perfecto de lo que dice Santo Tomás: Como la voluntad de Dios es soberanamente eficaz, no sólo se sigue la realización de lo que Dios quiere (eficazmente), sino que se realiza como Él lo quiere, y quiere que ciertas cosas sucedan necesariamente, y que suceden otras libremente: del hecho de que nada se resiste a la voluntad eficaz de Dios se sigue que no sólo se realizarlo que quiere, sino que se realiza ya sea necesariamente, ya libremente, como Él lo quiere. María, por su Fiat dado el día de la Anunciación, resulta, pues, voluntariamente la Madre del redentor como tal. Toda la Tradición lo reconoce al llamarle la nueva Eva. Efectivamente, no podía serlo más que si, por su consentimiento, se convirtiera en la Madre de Salvador para cooperar en la obra redentora, como Eva, al consentir en la tentación, llevó al primer hombre al pecado que le hizo perder para él y para nosotros la justicia original. Algunos protestantes han objetado: los antepasados de la Santísima Virgen pueden, de este modo, ser llamados padre o madre del Redentor y decirse de ellos que estuvieron asociados a su obra redentora. Es fácil responder diciendo que sólo María fue iluminada para que consintiese en convertirse en la Madre del Salvador y se asociase a su obra de salvación; sus antepasados no sabían que el Mesías nacería de su propia familia. Santa Ana no podía prever que su hija sería un día la Madre del Salvador prometido. |
(Tomado de R. Garrigou-Lagrange, La Madre del Salvador, cap. 5 art. 1.)
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